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“Se fue agradecida con Montañita”
Habitantes del balneario que conocieron a la argentina la recuerdan como una líder amable de carácter fuerte, que cambió su forma de pensar sobre la comuna.

Gladys steffani, Mamá de una de las jóvenes asesinadas en 2016, falleció de cáncer hace una semana. Se convirtió en un referente de lucha a favor de las mujeres.
La voz quebrada de Jefferson Tigrero interrumpió su silencio: “¿Qué? Yo no sabía que la señora había muerto, ¡qué pena...!”.
El actual síndico de Olón volvió a enmudecer en la recepción de la hospedería comunitaria de ese sector de Santa Elena, en donde recibió la noticia de que el cáncer de pulmón que padecía Gladys Steffani, cerró sus ojos eternamente el pasado 12 de mayo.
La noticia lo afligió porque él fue una de las pocas personas que acompañó y conoció a la mamá de María José Coni, una de las dos argentinas asesinadas en Montañita el 22 de febrero de 2016.
En ese tiempo, Jefferson era teniente político de la parroquia Manglaralto, que abarca Montañita y Olón, y siguió los pasos de la argentina, oriunda de Mendoza, mientras duró el proceso legal por la muerte de su hija y de su amiga Marina Menegazzo.
Llegó a tenerle un especial cariño y respeto, aunque la primera vez que vio a aquella señora delgada, de cabello rubio y que no paraba de fumar, en marzo de 2016, sintió como si se hubiese parado frente al ojo de un huracán.
Gladys, que en ese entonces tenía 62 años, llegó al país para conocer cada detalle del crimen que le quitó a su ‘estrella’, como llamaba a María José.
A pesar de que Jefferson usaba su chaleco del Ministerio del Interior y tenía acceso a la casa donde las turistas fueron torturadas, una mirada penetrante de la señora y la frase de: “¡No quiero que ningún ecuatoriano ingrese al lugar!”, lo intimidó.
“No quería tener cercanía ni con nosotros como directorio parroquial, ni tampoco con el Cabildo de la comuna Montañita”, rememoró entristecido.
El comunero no sintió enojo del rechazo inicial, al contrario, le admiró la fuerza de la señora que caminaba de un lado a otro con un cigarrillo en la mano y en cuyo rostro, en ese día, no vio ni una sola lágrima, sino determinación. Su carácter la volvió la portavoz de los familiares de las chicas, que llegaron al balneario como parte de un recorrido por Sudamérica.
Iván del Pezo también experimentó la fuerza del amor de aquel huracán rioplatense. Él era presidente de la comuna Montañita cuando los cadáveres de Marina y María José fueron encontrados envueltos en sacos de yute a una semana del reporte de su desaparición.
Él se topó con una Gladys que evitaba emitir comentarios y lanzaba interrogantes en búsqueda de respuestas que recrearan los últimos pasos de su Jose. “Quería saberlo todo”, detalló el comunero de piel bronceada, quien recordó haberla visto llorar solo en una ocasión. Fue el 18 de marzo de 2016, el día en que los habitantes y turistas de Montañita se unieron para marchar por la paz y hacer rituales en el mar para despedir a las extranjeras de manera simbólica.
“(Gladys) Llegó con un concepto negativo del pueblo, luego de la marcha, ella se fue totalmente agradecida con Montañita”, dijo Iván con una sonrisa de satisfacción, porque desde que conoció a los familiares de Marina y María José, uno de sus objetivos era quitarles esa imagen negativa del pueblo, que la muerte de las veinteañeras les había dejado.
Tanto Iván como Jefferson vieron cómo le cambiaba el semblante a la argentina, a medida que descubría en cada callejón, en cada bar y en cada vereda de Montañita, los lugares donde estuvo su María José.
Su rostro se fue suavizando con los abrazos, los pésames y los gestos cálidos de los comuneros, que a dos años del hecho, prefieren no volver a recordar lo que ocurrió en aquella pequeña vivienda de paredes amarillas del sitio Nueva Montañita, que ahora está envuelta en maleza y flores moradas, como si la naturaleza también les rindiera luto.
Sin resignación
A Gladys la recuerdan con la mirada clavada en su teléfono celular, revisando una y otra vez la conversación con su hija a través del WhatsApp. Llegó a sentirlos tan cercanos que les mostraba las últimas palabras que le escribió su nena, y las fotografías que ella le había compartido, encantada por el balneario ecuatoriano.
“‘Aquí, aquí estuvo ella’, decía cuando reconocía los lugares donde estuvo la chica”, recordó Del Pezo, quien la llevó, siempre que se lo pedía, a los lugares por donde transitó su hija.
A Gladys no le bastó visitarlos una sola vez, sino que pidió ir en algunas ocasiones al hostal, a restaurantes, a bares y a todo rincón donde hubiera estado María José. Las charlas que mantenía con las personas que le daban algún detalle, la hacían despojarse del rencor con el que arribó a Ecuador.
Incluso, luego de estar por última vez en Montañita, apoyó una campaña a favor de este lugar turístico luego de que el diario argentino La Nación lo llamara “Pueblo maldito”.
Con orgullo, Iván contó que Gladys fue la primera persona con la que se comunicaron para tomar acciones en contra de ese reportaje publicado en septiembre de 2016, y que ella inmediatamente difundió información favorable sobre el sitio.
“Ella lo único que quería era que le dijeran qué le hicieron a su niña”, interrumpió Zeneida Yagual, esposa del exlíder de Montañita, quien también compartió con Gladys.
La mujer, de 35 años, cree entender mejor el sentimiento que movía a la rubia, que perdió su cabellera durante los últimos días de su vida, pues ella también es madre.
“Ella nunca tuvo resignación. Yo le hablo como mamá, yo creo que ella prefirió pensar que su hija no había muerto, sino que seguía recorriendo (viajando por el mundo), como estaba acostumbrada”.
“Ni mis hijos quieren esa casa”
Uno de los sitios en los que más estuvo Gladys Steffani fue la casa donde asesinaron a su hija María José.
El lugar que recorrió una y otra vez, actualmente está abandonado y rodeado de maleza. “Ni mis hijos quieren esa casa”, dice con resignación Alfredo Pantaleón Rosales, el propietario del inmueble, que él alquiló a Segundo Ponce Mina, uno de los tres sentenciados a 40 años de prisión por el hecho. Los otros dos procesados son Aurelio de la A Rodríguez y Jorge Luis Pérez.
Rosales ha tratado de alquilar la vivienda, luego del fatídico hecho, pero no ha tenido éxito porque asegura que no solo está estigmatizada por la muerte de las chicas, sino porque muchas personas inventan historias, como que “la ven a las chicas. Son imaginaciones de las personas, pura falsedad”, rezonga.
De hecho, hace poco tomó la decisión de derrumbar el inmueble porque luego de dos años, solo la arrendó una vez, pero los inquilinos tuvieron que salir del país porque eran indocumentados.
“Es mentira lo que dice la gente que se fueron de allí por lo que pasó”, aclara.
Alfredo construyó la casita en 2008 y vivió allí durante tres meses aproximadamente, pero luego decidió destinar el inmueble para alquilarlo, principalmente a extranjeros a 120 o 150 dólares mensuales, que eran parte de sus ingresos, pues es comerciante.