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¡Un salto hacia la libertad!
Una vez al mes, el colectivo Quito Être Fort organiza un encuentro de mujeres que practican parkour, actividad física que permite apropiarse del espacio público y superar las propias limitaciones.
Simonetta Brusil se siente tan ligera como la brisa cuando salta. En el aire, en esos momentos de libertad, ella deja de sentirse humana: es un ave, una hoja, el viento. Tiene 28 años y se dejó cautivar por el parkour, el arte de trepar paredes, hacer piruetas y desafiar a la gravedad.
Hace un par de meses inscribió a su hijo Benjamín, de 8 años, en los talleres gratuitos que Quito Être Fort, un colectivo de esta actividad formado en 2007, imparte en el Parque Urbano Cumandá, en el centro de Quito. Cada miércoles y viernes por la tarde, a las 15:00, iba a dejarlo allí y esperaba sentada hasta que la clase terminara a las 17:30.
Un día, sin embargo, tuvo ganas de hacer lo mismo que hacían su pequeño y el resto de sus compañeros. Y, desde entonces, no ha dejado de asistir. “El parkour me ha ayudado a sentirme más liviana y a redescubrir mis habilidades. La adrenalina es única y te hace sentir más vivo que nunca”, dice emocionada.
Ella es solo una de las tantas mujeres que han empezado a tomarse parques, muros, escalinatas y todo lo que puedan servirles como catapulta para desplazarse ante los atónitos transeúntes de la capital.
“El parkour es una actividad física que busca recuperar el movimiento, la flexibilidad y el dominio de la fuerza de nuestro cuerpo. Cuando somos niños aprovechamos más esas cualidades, pero a medida que crecemos nos volvemos más sedentarios”, explica Camilo Castillo, de 33 años y fundador de Quito Être Fort, junto a las instalaciones metálicas del parque de parkour, ubicado detrás del Centro de Arte Contemporáneo, centro.
Este lugar, construido específicamente para esta actividad e inaugurado en 2016, es el punto de encuentro de Mujeres en movimiento, una reunión que se hace una vez al mes y que busca, según Castillo, romper con el estereotipo de que solo hombres arriesgados pueden dedicarse al parkour. “Este es un ejercicio igualitario, porque la agilidad y el coraje no distinguen géneros”.
Las chicas, congregadas en un círculo espaciado, se pasan entre ellas una piedra que tiene el tamaño y el peso de una sandía madura. Lo hacen con cautela, pero con un impulso rápido y coordinado. El ejercicio sirve para que fortalezcan sus brazos, pero Katherine Sozoranga (22) le encuentra otra utilidad: “Ya estamos listas para cargar bloques y trabajar en una construcción”. Sus seis compañeras y Castillo -quien las dirige- ríen durante la sesión de calentamiento un sábado por la mañana.
Un ejercicio mental
Viviana Silva (25) se involucró hace tres meses con esta disciplina. Cuenta que al principio, cuando sus amigos la veían escalar muros o saltar de una grada a otra, le decían que parecía hombre. Pero ella ha cerrado sus oídos ante esos comentarios y continúa dedicándole al menos tres días a la semana a estos movimientos al aire libre que le han servido, sobre todo, para descubrir cuán fuerte es. “Cuando estoy en movimiento siento también una concentración total y eso me ayuda para superar los retos del camino”.
El crecimiento emocional y mental es, de hecho, otra de las motivaciones que los traceurs y las traceuses -como se conoce a quienes practican parkour- encuentran en los recorridos en los que el cuerpo avanza a su ritmo.
En 2012, cuando Édwin Atiencia era adolescente y empezaba a ir a las convocatorias que Quito Être Fort publica en Facebook, su actitud frente a las paredes, las escalinatas o las barandas era otra. Para él eran bloques de cemento o piezas de hierro en las que casi ni se fijaba.
Ahora las visualiza como puntos de apoyo para practicar saltos de media distancia o para probar su equilibrio. “El parkour también es un ejercicio mental porque te enseña a superar tus miedos -dice Édwin-. El miedo siempre va estar presente, pero a medida que vas probándote a ti mismo lo aprendes a controlar mejor, y eso te hace sentir más libre y en paz”.
Compañerismo
En los talleres del parque Cumandá, que suelen reunir hasta 30 participantes por jornada y de todas las edades (de 8 a 65 años), se enseñan técnicas básicas, medias y avanzadas para ejecutar saltos, volteretas y otros desplazamientos sin lastimarse.
Cada clase empieza con un calentamiento de 30 minutos. En ese lapso se hacen estiramientos, trotes o se ensaya movimientos sobre los caballetes y las barras con los que está equipada la pequeña sala que el colectivo usa desde noviembre de 2017.
Luego salen a ‘trazar’ la ciudad que, según la jerga del parkour, son recorridos por las calles para apropiarse del espacio público.
El desplazamiento de esta tarde será por los barrios aledaños al Cumandá: San Marcos, 24 de Mayo y El Panecillo. Mientras el grupo avanza, los conductores y los transeúntes los miran con el ceño fruncido, con sorpresa o con curiosidad.
Antes, cuando los policías no los conocían, solían interrumpirlos para preguntarles, con preocupación, por qué se subían a los muros de esa manera. “Pensaban que íbamos a meternos a robar a las casas”, recuerda Katherine Sozoranga. Ahora los vecinos y los agentes los saludan a su paso.
Ni Camilo Castillo ni el resto del grupo llevan rodilleras, cascos u otros implementos de protección. Él dice que esto se debe a que no es una actividad de riesgo ni tampoco una competencia en la que importa llegar primero. En efecto, el lema del grupo es: “Comenzamos juntos, terminamos juntos”. Por ello, a lo largo del trayecto, la solidaridad se manifiesta a cada paso: se esperan, se tienden la mano, se cargan unos a otros e intercambian frases de apoyo.
“Para mí ellos son como una gran familia de amigos”, dice Geovanny Mosquera, ingeniero en Marketing de 36 años y enganchado con el parkour desde 2009.
Esta práctica le ha permitido conocer otros rincones de Quito que antes ni se imaginaba que existían. Pero también le ha ayudado a ver la vida desde otra perspectiva: “Con ninguna otra actividad he aprendido a encontrar soluciones y a desarrollar tanto mi paciencia, mi constancia y mi resistencia. Y eso me ha servido en lo personal porque la vida, a fin de cuentas, es una constante prueba de obstáculos”.
Historia
Actividad inspirada en un método militar
El parkour surgió en Francia a finales de la década del 80 y se popularizó a escala mundial durante los 90. En esa época empezó a tener más difusión en vídeos y películas.
El soldado y bombero francés Raymond Belle, padre de David Belle, es considerado su fundador. Él fue quien sentó las bases de esta actividad que, a su vez, está inspirada en el Método natural creado por el oficial de Marina francés Georges Hébert.
El Método natural, que en su momento fue utilizado como un sistema de entrenamiento militar, consistía en una serie de desplazamientos, saltos y escaladas que Hébert había visto practicar a pobladores africanos. Desde entonces, esa búsqueda de las capacidades de movimiento propias del cuerpo ha inspirado a que más personas se involucren con el parkour. Este, por cierto, no está considerado como un deporte porque no implica competencia.