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Familia que creció entre el campo y el mercado cuentan cómo es una vida entre hierbas

Los ocho hijos de la hierbatera han heredado los conocimientos sobre las propiedades medicinales y energéticas de las plantas. El lugar donde cosechan las plantas es su punto de encuentro familiar.

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Jéssica Maila enseña a sus hijos y sobrinos sobre las propiedades de las hierbas.GUSTAVO GUAMAN

Seis de la mañana. En medio de atados de santamaría, llantén, sábila, entre otras decenas más de hierbas, Rosa Mayla, de 65 años, empieza su día en la Plataforma Primero de Mayo, ubicada en San Roque, centro de Quito. Ella es una de las 175 socias que surten a la capital de hierbas medicinales y alimenticias.

Los martes -día de feria- su jornada empieza antes de la cuatro de la mañana, cuando con su marido, Gerardo Maila, carga los sacos de hierbas en su camioneta. “Yo soy su marido, su chofer y asistente”, bromea el hombre de 60 años.

Llegan a las cuatro a la plataforma, aunque otras socias están desde la una. “Mis hijas ya no me dejan madrugar tanto, me mezquinan”, comenta.

Hasta la plataforma llegan intermediarios, es decir, comerciantes que a su vez distribuyen las hierbas a los mercados de la ciudad y a algunos locales que se dedican a las limpiezas energéticas. Cuando el sol sale, las hierbateras casi no tienen mercancía. “Son ventas ya al por menor”, cuenta Rosa.

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A las 10 de la mañana, hora en la que los Maila se quedan en el espacio, ya no tienen nada. Unas pocas compañeras se quedan hasta el mediodía.

TRABAJO DE TODA LA VIDA

Pero el trabajo de Rosa no se remite solo a la venta, requiere de sabiduría y conocimiento de las plantas. La familia tiene un terreno en la comuna de Collacoto, en el cerro el Auqui, en el suroriente de Quito. Es herencia de los abuelos de Gerardo, quienes fueron trabajadores de la hacienda María. Fue en 1964, que, con la Reforma Agraria, les dieron una hectárea de tierra.

En ese espacio recoge las plantas silvestres propias de la zona como el anís de tierra, el eucalipto aromático. Con el tiempo aprendió que el anís, por ejemplo, es una maravilla para aliviar el cólico menstrual, que la cola de caballo sirve para el dolor de estómago o que el eucalipto es un expectorante natural. “Mis hijos crecieron con las plantas. Nosotros no usamos medicamentos”, dice Rosa.

En su terreno también ha sembrado otras plantas, por ello “no es cuestión de ir arrancando ramas nomás”. Rosa y su esposo se consideran ‘guardianes’ de la montaña, pues ya ha habido intentos de invasiones o de depredación de la naturaleza.

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Rosa vende sus productos los martes a partir de las cuatro de la mañana, en San Roque.Karina Defas

Esta vez, la familia Maila recibió a un grupo de curiosos para enseñarles su trabajo. Sandra, uno de los ocho hijos, cuenta que a pesar de que ninguno siguió el oficio de hierbatera, todos conocen sobre plantas. “Además, todos hemos comido y hemos estudiado con el trabajo de mi madre. Crecimos felices”, relata.

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Ella, de 40 años, recuerda su niñez en San Roque, jugando con los hijos de las otras vendedoras y corriendo entre olores medicinales.

LAS PLANTAS, EL EJE DE TODO

Toda su vida ha tenido relación con las hierbas. La madre de Rosa fue hierbatera, oriunda de la parroquia de Nayón, sitio conocido por su variedad de plantas. Rosa también creció en un mercado: el de Chimbacalle, pues su padre fue portero del colegio Montúfar, ubicado muy cerca de allí.

Es así que los conocimientos han pasado de generación en generación a través de la oralidad. Ninguna de estas mujeres ha escrito sobre este tema. Eso no es todo, el matrimonio de los Maila también se gestó entre sembríos de maíz y papas.

Gerardo cuenta a EXTRA que se conocieron muy jóvenes en esas mismas tierras. “Nuestras familias eran amigas, yo me llevaba con sus hermanos”.

Hasta que se conocieron en una de las cosechas y poco a poco entablaron una relación y se casaron.

Ahora, la pareja trabaja en conjunto en la recolección y venta de las plantas. “A pesar de que llegamos a las cuatro al mercado, yo estoy en pie desde más temprano, porque si no tengo algo, debo ir a buscar en otros sectores como en Nayón”, cuenta Rosa.

Gerardo se ha comprometido con ese trabajo, pero dice que no es lo suyo. Él quiere hacer proyectos en la construcción.

Pero tampoco se queda atrás. Su abuela le heredó sus conocimientos de chamanismo. “Ella creía en eso y me enseñaba para que yo la limpiara”, dice Gerardo. Es así que es el curandero de la familia, pues no se ha atrevido a hacerlo con otras personas y menos a cobrar.

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La pareja se conoció de jóvenes durante una cosecha.Karina Defas

Los Maila tienen su propio y exclusivo curandero. Aclaró Gerardo que no son parientes, aunque llevan el mismo apellido, pero no descarta que puedan ser primos lejanos.

Pluriétnicos

El día que EXTRA los visitó, los nietos de la pareja dieron un espectáculo de danza folclórica. Todos con vestimenta distinta, pues además cada uno de sus hijos se casó con una persona de un pueblo ancestral.

“Hemos mantenido lo más posible las costumbres ancestrales. Participamos en las fiestas del barrio”, explica Jéssica Maila, la hija menor de la hierbatera.

Es así que los niños también se dedican a recoger las flores y ramas del terreno de sus abuelos.

“Todos tenemos nuestras profesiones y ya no estamos en el puesto, pero este terreno siempre será un lugar de encuentro”, relata Jéssica, de 28 años.

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Los nietos de Rosa se divierten recogiendo flores y plantas del cerro.Karina Defas

Esta vez se reunieron, además, para ayudar a deshierbar los sembríos, pues es un trabajo duro. La matriarca, a pesar de sus años, lo hace parecer fácil. Con azadón en mano y los pies descalzos, explica que las lluvias de la última temporada han contribuido a que las labores del campo sean más fuertes.

“Nunca me voy a cansar, esta es mi vida y estoy contenta de que mis hijos la hayan vivido así. Iré al mercado hasta cuando las fuerzas me den”, finaliza.

En efecto, la limpieza no ha podido terminarse porque el cielo de Quito ha ‘decidido’ que debe caer un tremendo aguacero.

En la plataforma también llueve, pero aquí el piso es de cemento, un logro de las fundadoras después de varios años por darle valor a su trabajo, que en Quito ya es tradicional.