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La vida de campo de los Carapaz
La vida de Ana Luisa cambió en las últimas tres semanas. Ahora todo eso lo hace, con la ‘compañía’ del televisor, que le muestra cómo su hijo recorre las empinadas cuestas de Italia.

Ana Luisa Montenegro , madre de Carapaz, alimenta a sus aves de corral.
Muy temprano en la mañana, los sigilosos pasos de Ana Luisa Montenegro se pueden reconocer por el choque de sus botas de caucho sobre el suelo húmedo. Hace tanto frío que se puede ‘ver’ su respiración.
Ana Luisa es una madre orgullosa. Cada vez que la cámara de televisión enfoca a Richard Carapaz ella suelta un “¡Ese es mi hijo!”, con la voz quebrada. Y es que la mamá del campeón de ciclismo no solo que lleva una vida de campo, sino que se ha convertido en una especialista en ese deporte, desde que Carapaz se convirtió en el primer ecuatoriano en correr la popular competencia del Giro de Italia.
La vida de Ana Luisa cambió en las últimas tres semanas, pero trata de mantener su rutina: se levanta cuando apenas amanece, ordeña sus vacas, prepara el desayuno y alimenta a sus aves. Pero ahora todo eso lo hace, con la ‘compañía’ del televisor, que le muestra cómo su hijo recorre las empinadas cuestas de Italia.
Vive en una humilde casa ubicada en el sector de Playa Alta, en Tulcán, provincia del Carchi. Tras atravesar una entrada de tierra y césped, finalmente se llega al hogar en el que el ciclista creció.
Es una casa pequeña, de un solo piso con tres habitaciones: la de Ana Luisa, su hija Cristina y su suegro -y abuelo del ciclista- José María. En las paredes cuelgan medallas, diplomas y grandes fotografías que dan cuenta de los logros de Richard.
Todos esos premios se mezclan con los cables enredados de la televisión, de la lavadora y del antiguo equipo de sonido que reposa sobre la mesa del comedor, en una atestada pared que parece no tener suficiente espacio para exhibir todos los logros del carchense.
Huele a campo. En la cocina, Ana Luisa calienta la leche recién ordeñada y la ofrece, burbujeante, al equipo de EXTRA, al que abrió la puerta de su casa para ver la carrera. Ofrece, además, tortillas de tiesto, de dulce, que preparó con sus propias manos en un artefacto de barro.
Coloca el televisor sobre la lavadora, a falta de una mesa, y pone el canal internacional por el que se transmite el Giro de Italia. Cada vez que Carapaz aparece en cámara, ella lo señala, aplaude y hace barra.
Ella y su hija se cambian los zapatos —las botas de caucho están cubiertas de lodo y, dentro de la casa, les resulta más cómodo calzar zapatos deportivos—.
También, ambas se ponen un saco extra, se cubren con ponchos y bufandas. Cualquier prenda que ayude a mitigar la helada mañana con llovizna en Tulcán.
Mientras la carrera transcurre, Ana Luisa hace el resto de sus quehaceres: alimenta a las gallinas, echa agua a las plantas y limpia la casa. Regresa a plantarse frente al televisor cuando faltan unos 40 kilómetros para que se acabe la competencia.
Ese es el momento en el que todo se pone tenso. Aprieta la mano de su hija, mientras ve cómo transcurre la carrera. Habla sobre las fortalezas deportivas de su hijo, sobre aquellas competencias en las que no le va tan bien y reconoce a todos los rivales del mundo que pedalean junto a su hijo. Sabe mucho sobre esta disciplina.
Las barras se vuelven más sonoras. El abuelo de Carapaz sale de su habitación -él solo procura ver el final de cada carrera- y se suma a la algarabía. La casa de los Carapaz-Montenegro queda pequeña para la gente que llega a acompañarlos.
No hay muebles en la sala, así que Ana Luisa coloca sillas de comedor, cubiertas con delicados tapetes tejidos, e invita a los visitantes a tomar asiento. No hay suficientes sillas, así que algunos ven la carrera de pie.
Pero Ana Luisa, aunque está concentrada en el televisor, no deja de ser hospitalaria y amable. Hace frío, así que ofrece cobijas a sus invitados.
Una familia orgullosa
Don Germán vive a escasos metros de Ana Luisa. Su hogar es una habitación con dos camas, en la que reside con su esposa Blanca Portilla, y sus nietos, Johnny y Sebastián, quienes sueñan con llegar a ser como Richard Carapaz algún día.
Don Germán es el primo del ciclista y presume que lo vio crecer. Blanca, cuando habla del deportista, se llena de orgullo, su rostro brilla, su voz se quiebra. Dice que ama levantarse para ver a Richard por televisión, porque “en semejante lejura” su única alternativa para verlo es a través de la pantalla.
Para ver cada competencia en la tele, Blanca cubre la ventana del pequeño espacio con una cortina improvisada, que cuelga de un alambre. Carlos se suma a la transmisión: es el hermano de Don Germán y, debido a un problema auditivo, no forma parte de la conversación, pero sí ve atento la competencia.
Cuenta que utilizaba un audífono, pero se le dañó, así que ahora no escucha bien. Se quita el poncho porque dentro de la habitación de Don Germán hay ‘calor humano’. Al igual que la familia de Ana Luisa, Don Germán se dedica a las labores de campo. Su negocio está en comprar y vender papa, trabajo al que se ha dedicado desde hace unas cuatro décadas.
Esta es la humilde y gran familia que apoya al único ciclista ecuatoriano que ha realizado un Giro de Italia, y que ha representado al país de la mejor manera. Esta competencia es la segunda más importante del ciclismo de ruta alrededor del mundo y, antes de correrla, Carapaz participó en la Vuelta a España.
El siguiente reto del carchense será el Tour de Francia, evento en el que ningún ecuatoriano ha participado.
Carapaz se ubicó en el cuarto lugar del Giro, convirtiéndose en uno de los cinco mejores ciclistas del planeta. Viajó con su equipo, Team Movistar, a España, y regresó a Ecuador para reunirse con su familia. Luego de una caravana organizada en su honor en las ciudades de Quito, Ibarra y Túlcan.
El pavo guardián de la familia Carapaz-Montenegro es muy eficiente
La familia Carapaz-Montenegro no necesita un perro guardián, puesto que tiene un cuidador que asusta mucho más: un enfurecido pavo que persigue a cada persona que pretende entrar a la casa.
Cuando alguien se acerca al hogar de la familia del campeón, este pavo expande su plumaje en señal de advertencia y gluglutea tan fuerte que es posible escucharlo desde el otro lado de la residencia.
Las mismas Ana Luisa y Cristina le tienen miedo a su pavo. Para pasar de la cocina a la sala y viceversa, salen con una rama para espantar al ave y, cuando se les acerca peligrosamente, lo asustan haciendo un sonido “ssshhh”. Cristina dice que ya la ha atacado. Cuenta que el animal -que no tiene nombre, solo lo llaman pavo- la ha golpeado con sus alas en las piernas, mientras que a otros desafortunados visitantes les ha picoteado el rostro.
El ave tiene tres años y no solo es el guardián de la casa. También será la cena de los Carapaz-Montenegro este fin de año. Ana Luisa es quien se encarga de preparar los deliciosos manjares para sus retoños y, para despedir el 2018, esta orgullosa madre espera contar con la presencia de su hijo, Richard, quien ahora es una celebridad en todo el país.