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Diario Extra Ecuador

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Los golpes no son lo más grave

La joven, de 17 años, recibió ocho golpes en la cabeza con un martillo, producto de la agresión perdió la visión y aún debe someterse a varias operaciones.

Victoria necesita de los cuidados de su madre a toda hora. Aún necesita terapias físicas y quedan pendientes más operaciones para su recuperación.

Victoria necesita de los cuidados de su madre a toda hora. Aún necesita terapias físicas y quedan pendientes más operaciones para su recuperación.Karina Defas / EXTRA

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Para las mujeres agredidas, el calvario no termina con los golpes y el juicio. Se alarga, en muchos casos, para siempre. Como es el caso de Victoria (nombre protegido).

Con 17 años, su vida cambió un miércoles de abril. Ese día recibió ocho martillazos en la cabeza. Fue su exnovio. Ahora no recuerda el ataque. No puede creer que “la persona que se mostraba tan buena, fuera capaz de hacer algo así”.

Camina despacio y con la ayuda de su madre, Olga. Cuando ella no está, Victoria tantea con sus manos el espacio que la rodea. Sus ojos ya no pueden ver. “No te vayas, no me dejes mami”, le dice.

Ese día, Marcelo, también de 17 años, le pidió que saliera de su casa, ubicada en el norte de Quito, para devolverle algunas cosas. Cerca de la vivienda, arremetió contra ella con un martillo, la dejó inconsciente. Su abuelo la encontró y pidió ayuda. Con un hilo de vida, ella dijo quién había sido. Lo detuvieron y él confesó.

Cuatro meses después, Victoria depende de su madre. No puede salir e intenta reaprender cómo relacionarse con su entorno. Aun así, se graduó del colegio. “Los profesores vinieron a tomarle las pruebas. Ahora no puede escribir, pero el conocimiento lo tiene en su cabeza”, cuenta Olga.

El sueño de Victoria era graduarse y aplicar a una beca de contabilidad en el exterior. Por el momento anhela estudiar diseño gráfico o arquitectura. “Creo que ahí está el sentido de la vida”, relata la joven.

Su madre cuidaba adultos mayores para mantener a sus cuatro hijos; sin embargo, tras la agresión debió abandonar su empleo.

Victoria necesita de su cuidado, incluso si la madre debe salir a algún lado, debe dejarla con un pañal desechable. La menor huye de las fotos, escucha el sonido de la cámara y pide no salir. “Tú no vas a salir”, le tranquiliza su mamá.

Cuando Olga va a la otra habitación, su hija se desespera. “Tengo miedo de que me hagan algo malo. De que me secuestren o me violen”, dice la chica, quien va al psicólogo pero, para sorpresa de su familia, casi no ha tomado antidepresivos.

Luego de la violencia

Victoria debe someterse a otra cirugía para cubrir la parte del cráneo que perdió. Además debe acudir a las consultas de cirugía general, maxilo facial y neurocirugía al menos dos veces por semana.“Debo llevarla en taxi porque su cabeza está expuesta”, cuenta la madre. Y todo conlleva gastos.

Es por ello que la Federación de Barrios de Quito, a través de su reina, organizó un evento artístico para recaudar fondos para su recuperación. El programa se llevará a cabo hoy, a partir de las 10:00.

Olga también preparará varios platos típicos para venderlos. Pero, no es el único esfuerzo por conseguir dinero, ella siguió un curso de costura y aprendió a hacer manualidades que puso a la venta. Entre sus creaciones están cobertores para el gas y para el baño, así como muñecos de Navidad.

Dice que ha perdonado a Marcelo, solo en un 90%. Lo quiere lejos.

La justicia ordinaria lo condenó a tres años de cárcel, ya que se acogió al procedimiento abreviado.

Para las víctimas

Volver a levantarse es complicado

María Cristina Almeida, representante del colectivo Nina Warmi que realiza acompañamientos a mujeres víctimas de violencia, afirma que la reinserción social y económica de estas mujeres va de la mano con la recuperación psicológica. “Es sumamente complejo, incluso les toma la vida entera debido al estrés postraumático”, explica.

Además, el estado psicológico de estas mujeres incide en su trabajo, ya que habrá días en los que ni siquiera tengan ganas de trabajar, debido a su inestabilidad.

Por otro lado, algunas también reciben terapia psiquiátrica y el efecto de los fármacos puede incidir en sus vidas laborales. “Las personas que les contratan a veces simplemente las separan”, dice Almeida.

Victoria aún no trabajaba, pero si lo hiciera, las constantes citas médicas también traerían molestias a sus empleadores. “El sufrimiento se prolonga más allá de la agresión en sí misma. A veces no termina nunca”, comenta la activista.

En este caso fue la madre de Victoria la que tuvo que dejar su empleo y, por lo tanto, dejó de percibir los ingresos que le daba.

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