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Eduardo (de gris) lleva hasta un cilindro para mantener calientes sus platos.Fotos: Gerardo Menoscal, Richard Castro y Álex Lima / EXTRA

Cazadores del hambre

Muy cerca de grandes avenidas porteñas, algunos conductores convierten sus vehículos en comedores, donde cargan alimentos cocinados, hornillas, sillas, mesas y hasta cilindros de gas. Comensales y comerciantes mantienen un pacto al margen de los permis

El olor a encebollado caliente, procedente del balde de una camioneta, llama a decenas de estudiantes, trabajadores de una institución pública y de una conocida empresa alimentaria. Un seco de pollo borbotea en la cajuela de un auto. Una cazuela de pescado cuela su aroma desde una hornilla a gas portátil junto a una furgoneta.

A las 06:00, cuando escolares y empleados hambrientos apuran el paso por el último callejón que corta la avenida Plaza Dañín, el aire también trae recados silenciosos de chicharrón y naranjas, que delatan a los siete vehículos estacionados allí. “Yo siempre soy el primero en llegar”, presume Felipe Araujo Silva.

No parece nervioso por trabajar con un cilindro apoyado en el costado de su camioneta roja, pues lleva 34 de sus 65 años dedicándose a la venta de comida. Incluso saca de su vehículo unas sillas y mesas de plástico para sus clientes. Con cinco ollas de comida, de 30 litros cada una, le queda una ganancia de 30 dólares al día.

Segundo Franco ha estacionado la camioneta en la acera de enfrente. Trae tallarín de carne para 15 comensales, una olla de 30 litros con guatita y una vasija de barro, rebosante de cazuela de albacora. Lo primero que baja del balde es una parrilla portátil, que carga con carbones para mantener caliente toda su artillería gastronómica.

Detrás de él, en una Datsun verde, Eduardo ya ha armado una mesa de plástico sobre la acera y ha puesto su ollón de encebollado sobre la hornilla, al borde del balde del vehículo. Pero la llave conectada al cilindro no pasa gas, y el fuego no arde... Eduardo tiene dos meses más que Segundo cazando comensales en la zona, y esto no le había ocurrido antes.

En zonas aledañas a grandes avenidas porteñas como la misma plaza Dañín, la Joaquín Orrantia o la Juan Tanca Marengo, se estaciona un “patio de comidas” con un código tácito de convivencia: si eres nuevo, no puedes ofrecer lo mismo que los demás y el precio de cada plato debe ser similar. Nunca más de 2 dólares, nunca menos de 1.

Controles

El Municipio no posee un registro del número de carros-comedores existente en la ciudad. Así lo indica a EXTRA Xavier Narváez, director de Justicia y Vigilancia. Según él, el control de estos vehículos es competencia de la ATM. Pero desde el departamento de Comunicación de dicha entidad sostienen justo lo contrario: que esa tarea corresponde a Justicia y Vigilancia.

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