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Guayaquil antes de Guayaquil: el verdadero origen indígena de la ciudad
Los huancavilcas, los chonos y los punáes, son las tres raíces del ADN guayaquileño, pero solo los primeros se llevaron el crédito durante décadas
Durante generaciones, en escuelas y en relatos populares, se ha repetido una versión simplificada de los orígenes de Guayaquil: la ciudad nació de la resistencia de los huancavilcas, un pueblo valeroso que habría enfrentado al invasor español con fiereza y dignidad. En su honor se erigieron estatuas, como las de Guayas y Quil, que hasta hoy dominan glorietas, parques y avenidas. Pero la historia real —como suele pasar— es mucho más rica y compleja.
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Tres pueblos em Guayaquil, una misma sangre
Investigaciones arqueológicas, como las del doctor Jorge Marcos en su obra Arqueología de la costa ecuatoriana: Nuevos enfoques (1986), revelan que el territorio donde hoy se levanta Guayaquil no fue exclusivamente habitado por los huancavilcas. A su alrededor —y antes de la llegada de los conquistadores— coexistían al menos tres grandes culturas: los chonos, los punáes y los huancavilcas. Juntas, estas comunidades tejieron el entramado étnico e histórico de la región.
“En la planicie costera, controlando los mismos valles que fueron habitados por la cultura Bahía, vivieron los manteño-huancavilcas”, explica Marcos. Este grupo se extendía desde Ayampe hasta San Pablo, en la península de Santa Elena, y al sur desde Chanduy hasta Posorja, cruzando incluso la cordillera costera para llegar a la cuenca del río Daule. Pero no estaban solos.
En la boca del Golfo de Guayaquil se asentaban los punáes, hábiles navegantes, comerciantes e incluso corsarios, según Marcos. Vecinos de los huancavilcas, pero con identidad propia, los punáes despreciaban a los pueblos que explotaban el manglar y el estuario del Guayas. Más tierra adentro, río arriba, vivían los chonos, quienes ocupaban el litoral interior, el golfo y zonas aledañas al río Guayas hasta lo que hoy sería el corazón de Guayaquil.

¿Y quién era el cacique Guayaquile?
Ángel Emilio Hidalgo, historiador, poeta y catedrático universitario, retoma la figura del cacique Guayaquile, pero desde una perspectiva distinta a la tradicional. Según él, el nombre de la ciudad no vendría del mítico romance entre Guayas y Quil, sino de un cacique chono llamado Guayaquile, líder de los territorios donde finalmente se fundó Santiago de Guayaquil, en el cerro Santa Ana.
“El historiador Ángel Véliz Mendoza fue quien escribió acerca de estos desplazamientos chonos y propuso que Guayaquile era un jefe indígena real. La ciudad tomó su nombre de ese personaje, no de una leyenda romántica”, comenta Hidalgo.
¿Por qué solo se habla de los huancavilcas?

La respuesta está en la historia de la historiografía. En 1930, José Gabriel Pino Roca publicó Leyendas, tradiciones y páginas de la historia de Guayaquil, una obra que, pese a su enfoque más literario que científico, se convirtió en referencia obligatoria. En ella, se consolidó la narrativa heroica de los huancavilcas y se omitió casi por completo a chonos y punáes.
“La leyenda se volvió oficial. Pasó a los textos escolares y, con los años, se transformó en verdad absoluta”, explica Hidalgo. “Pero el descubrimiento de Véliz Mendoza llegó después, cuando ya era muy difícil modificar lo que ya se había enseñado por décadas”.
Si bien estos tres pueblos también tuvieron disputas entre sí, cada uno dejó su huella en el ADN guayaquileño. “Los manteño-huancavilcas eran más pacíficos, mientras que los chonos y los punáes eran más guerreros”, señala Hidalgo. De hecho, uno de los episodios más crudos lo protagonizaron los punáes, cuando capturaron y torturaron al sacerdote Vicente de Valverde, uno de los predicadores españoles que acompañó a Francisco Pizarro en la conquista del Perú.

Guayaquil, ciudad española con raíces indígenas
A diferencia de Quito, que ya existía como ciudad prehispánica (primero Kitu Kara, luego Inca), Guayaquil fue fundada como ciudad por los españoles. No había una urbe consolidada como tal, sino una red de asentamientos indígenas. Sin embargo, el legado de esos pueblos sigue vivo: en los rostros de sus habitantes, en los nombres de sus calles, en la memoria de los cerros y en las leyendas que aún se cuentan.
Hoy sabemos que Guayaquil no nació de un solo pueblo, sino del encuentro —a veces pacífico, otras violento— de tres grandes culturas: los huancavilcas, los chonos y los punáes. Reconocerlos es también reconocernos.
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