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José Delgado se alista para ganarse un espacio en la vía pública y ponerse a cuidar carros.Gerardo Menoscal / Extra

¡En las calles, Tigre no come tigre!

Ganarse un espacio para cuidar carros puede ser peligroso, ya que las calles ya tienen sus ‘dueños’ que pelean ante la posibilidad que alguien quiera meterse.

Si habría que identificar el talón de Aquiles de Guayaquil, sin duda alguna, es la falta de parqueos. Se considera que el parque automotor en el Puerto Principal sobrepasa ya los 400.000 vehículos. Parte de los conductores de estos carros siempre están “a la caza” de un sitio donde estacionarse.

Como para toda necesidad siempre hay una solución, formal o informal, hace aproximadamente dos décadas aparecieron los “cuidacarros” que, de a poco, a manera de bandera, ponían bancos, baldes y palos para marcar territorio en las calles, especialmente del centro de la ciudad.

Hoy las veredas de Guayaquil tienen dueños. Personas que en muchos casos llevan varios años velando por la seguridad de los automotores y, en ocasiones, el servicio de lavado.

Por ello el cliente deberá pagar el doble. Son un “mal necesario”, dice una conductora, mientras el chofer de una camioneta agrega que, en ocasiones, cobran “al braveo” la tarifa que ellos imponen.

Con el territorio marcado para quien pretenda disputarles su zona va a tener muchos problemas. “Son como fieras, como leones, a la hora de ahuyentar a quien pretenda crearles competencia”, dice Luis Peralta, un comerciante de los alrededores de la maternidad.

En medio de este ambiente y con la indumentaria adecuada, que incluye un balde, franela, un banco y una peluca para despistar, empieza mi aventura por tratar de ‘conquistar’ alguna calle para trabajar.

En el centro casi todas ya tienen “su cacique”. Intentar pararse en una esquina con balde y franela puede ser tomado como una declaración de guerra. Mi primera parada es en Tungurahua y Ayacucho. En esa esquina, según nos contó previamente un morador, mandan dos cuidadores de carros. El uno conocido como el ‘Colorado’, y como el ‘Chivo’.

“Son dos buenas personas, honradas, juntos velan para que nadie más se venga a meter”, comentaría más tarde otro residente. Al mostrar mi presencia, el ‘Chivo’ me clavó la mirada mientras tímidamente me encontraba parado sacudiendo mi franela.

El ‘Colorado’ empujaba un vehículo para acomodarlo sin dejar de observarme. Pasaban los minutos y las señas entre ambos comenzaron a aumentar. La primera advertencia me llegó de parte del ‘Chivo’, cuando observó que estaba limpiando los vidrios de un vehículo estacionado.

“¿Qué le pasa compadrito, algún problema? Yo no quiero ayudantes. Sáquesela. Busque otra calle”. Pese a esto decidí continuar en el sector, entonces se acercó el ‘Colorado’, y con una voz firme me dijo: “Pana, no queremos problemas, pero si los busca los va a tener.

Por última vez le digo: “fumíguese”. Pasaron 10 minutos más y decidí coger pedazos de cartón que estaban en el piso para poner en el parabrisas de uno de los carros que decidí cuidar, no fue más que el ‘Chivo’ airado me los arrebató, mientras el ‘Colorado’, en tono amenazante, me dijo: “Te rompería la cabeza, pero como somos cuidadores autorizados te voy a lanzar a los pacos”.

Cinco minutos después un motorizado llegó y me pidió que por las buenas me fuera del lugar. Así lo hice.

Mi segunda parada fue en Cuenca y La Séptima, afuera del Mercado de las Ánimas. Allí aproveché un espacio que estaba vacío y puse el balde y el banco, mientras con la franela llamaba a los carros.

De pronto una voz ronca y firme me gritó: “¿Qué, se quedó tubo abajo mi pana? Avíseme para darle una empujadita” No fue más que observé la figura de “Don Quiño” quien con su tostada piel, sentado desde un banco me dijo: “Compadre, si no se va y me paro, me va a conocer, bueno yo nomás le digo”.

Como no le hice caso y los minutos pasaban, ‘Don Quiño’ con un silbido alertó a un hombre a quien más tarde supe que lo llaman ‘Rulimán’. “Estese atento compadre, le dijo ‘Don Quiño’, yo lo saco a palo de aquí”, mientras se paraba. Yo no estaba dispuesto a irme y esto enfureció a ‘Don Quiño’.

La regla de la calle es que quien se pretende apropiar de una zona, debe enfrentar al ‘Cacique’ del sector y terminar despojándole del sitio, o llegar a un acuerdo con él. En señal de guerra me paré y esperé a ‘Don Quiño’, quien con un palo, y pese a que lancé el balde y el banco a un costado, no dejaba de perseguirme.

“Oiga váyase de aquí, no le busque problemas que le puede fracturar los huesos”, me dijo un asustado morador, quien pidió a su familia que mejor entren porque la cosa se puso fea.

“¿De dónde salió ese mechudo?, gritaba Rulimán”, mientras buscaba algo para agarrar y apoyar a ‘Don Quiño’, supe que era el momento de irme para evitar que las cosas lleguen a mayores.

Me dirigí entonces al Parque Artesanal Machala. Parecía un buen lugar para trabajar, pues apenas vi a 2 cuidadores de la tercera edad. “Aquí no va a ser nada difícil”, me dije en mi interior. Después de todo, por la edad que tenían no se iban a atrever a reclamarme, fue así como aquí hice mis primeras monedas y tuve también mi primer impasse con el dueño de un auto que me dijo que no tenía por qué pagarme.

“Todavía que le limpio el carro no me quiere reconocer” le dije. “Nadie te mandó a que lo hagas, además si quieres que te pague enséñame el título de propiedad de haber comprado la calle, nos vemos”, me replicó mientras se alejaba.

“Déjelos tranquilos”

Cinco minutos después uno de los cuidadores se acercó y me previno: “Amigo, deje tranquilo a mis clientes, que yo soy el cuidador oficial, busque por otro lado que calles hay bastantes”, como no me fui y seguía haciéndome unas monedas, el ‘Flaco’, como lo han sabido llamar a Don Telmo Bravo, se acercó y me dijo: “Te lo buscaste”, se dirigió entonces a un comerciante que es su amigo a quien lo llaman ‘La Roca’, este ni corto ni perezoso se empezó a sacar la camisa mientras con fuerte voz exclamaba: “Así que eres muy sabido, a lo bien te quieres meter donde no te pertenece, vamos a ver cómo quedas después de que te saque los dientes”.

Mientras se acercaba a cumplir su amenaza, supe entonces que era el momento de revelar mi identidad. “Panita, hable serio, no haga eso. Póngase que le hubiera asentado la mano, la gente me hubiese dicho soñaste a Don Delgado, por su culpa me iba a meter en un problema, ya que a mi pana nadie le falta el respeto”.

Terminada mi tarea regresé donde ‘Don Quiño’ a revelarle quien era. “Sin comentarios” me dijo ‘Don Quiño’ mientras él y ‘Tuerca’ me miraban de pies a cabeza. “Él mismo es” dijo “Tuerca”, mientras me advertía: “Oiga Don Delgado, por un pelo le asiento la mano, por venir a dañarnos el día disfrazado como un intruso, la plena yo pensaba que era esos locos que a veces vienen a sorprendernos y a faltarnos en nuestro trabajo”, me dijo ‘Tuerca’ mirándome fijamente.

Es la vida ‘underground’ de Guayaquil, con sus propias leyes y normas, haciendo un trabajo honrado pero a veces cuestionado donde en ocasiones la ley del más fuerte prevalece.