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Diario Extra Ecuador

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Revivió su historia entre hilos y telas

Uno de los trabajadores de La Industrial, fábrica emblemática de Chimbacalle, contó sus anécdotas sobre cómo fue a laborar allí. El Museo Interactivo de Ciencias renovó el sitio para todo el público.

Jaime Betancourt trabajó durante cinco años en la Industrial.

Jaime Betancourt trabajó durante cinco años en la Industrial.Gustavo Guamán / EXTRA

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Jaime Betancourt camina con la calma que dan los años al pasar el tiempo. No se apresura y aprovecha esa parsimonia para admirar los telares que alguna vez manejó en su añorada juventud.

Las máquinas lucen prácticamente nuevas en el Museo Interactivo de Ciencias (MIC), del centro de Quito. Esas herramientas que alguna vez pertenecieron a una fábrica que confeccionaba telas cobraron nuevamente vida.

“Para mí es algo extraordinario volver”, comentó Betancourt, un hombre centenario. El siglo que lleva consigo no le nubla la razón y ni la memoria para traer al presente las madrugadas en que se trabajaba, acompañadas de una buena taza de café caliente para matar el frío.

Entró a laborar cuando tenía 24 años. “Trabajé en un telar y luego me pasaron al almacén”, contaba mirando con atención a cada máquina.

Una de sus funciones era llevar la cuenta del personal que estaba en el día y los de la noche. Debía estar muy pendiente de las tareas que realizaban los obreros. Por ejemplo, conocer qué cantidad de tela se ha producido por cada uno de los operarios. “Con ello se hacía una contabilidad para realizar los pagos, que se daban desde la tesorería”, especificó.

De acuerdo a los metros que se elaboraban era la cantidad de dinero que se entregaba a los empleados. Y así transcurrían las horas en los pasadizos de entre los telares, el algodón y el entusiasmo por salir adelante.

Eso motivaba a Betancourt para seguir con su pasión. Todos los días salía temprano de su casa, que en ese entonces estaba en la avenida Napo, una zona no tan cercana a la fábrica. Pero eso no impedía que se fuera caminando durante los cinco años que estuvo en La Industrial.

Con añoranza recordó que se hacía una pausa para ir a almorzar. Salían a las doce y regresaban a las dos para seguir en la confección de los pliegos de tela. A las cinco de la tarde cada uno se iba para sus casas, aunque siempre se quedaba uno para el turno de la noche.

Pero la estancia de Betancourt solamente duró ese lustro. Una enfermedad en su esposa lo obligó a dejar su puesto. A la señora le detectaron reumatismo agudo y, según don Jaime, no le otorgaron el permiso que necesitaba para atender al amor de su vida y al mismo tiempo conservar su oficio.

Salió sin mirar para atrás. Con el orgullo de haber trabajado en La Industrial, luego Jaimito se incorporó a otras actividades en el Cuerpo de Bomberos de Quito. “Estuve allí durante 53 años”, acotó.

La historia

El museo de sitio que muestra toda la labor de la antigua fábrica hizo un cambio en la presentación de los detalles que se rescataron hace años. “Esto es una escuela para las personas que no supieron cómo funcionaba”, relató Betancourt, quien también formó parte de la iniciativa para la renovación.

Lo que el público mira solamente es un 20 por ciento de la maquinaria que existió. Fue por ello que se vio la necesidad de salvar lo que quedaba de la empresa. Estos utensilios industriales tenían la función de formar la tela, luego de colocar los hilos en sus intrincados mecanismos metálicos.

También se encargaban de urdir, lo cual era seleccionar el tamaño de un hilo, para luego ser engomado y dar mayor resistencia al producto. Todo ello en una combinación de máquinas de vapor, motores y las manos de los expertos.

Como parte de la historia, el antiguo trabajador detalló que las instalaciones pertenecieron a un español de nombre Ramón González Artigas.

Uno de los espacios emblemáticos de la exposición es una oficina. Allí se observan máquinas de escribir, que en la época de los 30 eran muy modernas. Además de calculadoras que eran como cajas registradoras y las latas que tenían hilos.

“Es un espacio de encuentro para rescatar la memoria histórica y patrimonial del barrio obrero de Quito”, acotó Diego Sánchez, mediador educativo en el MIC.

Con respecto a González Artigas se conoce que vino desde Cataluña para hacer negocios. Era de una familia industrial y lo demostró al llegar al actual museo, que en 1933 era una fábrica de secado de madera.

Pasaron dos años y, durante ese lapso, el lugar se transformó en una industria de zapatos, de fabricación de ventanas y puertas, y otros productos. Una caída en la producción cacaotera de la época hizo que empresarios serranos incentivaran la industria textil.

La mano de obra que se contrataba era básicamente de la zona. Una de las cualidades que tenía esta empresa era que capacitaba a cada uno de sus trabajadores. Es decir, la producción de tela tenía diversas áreas, como engomado, hilado, teñido... y quienes se encargaban de esos quehaceres conocían de los detalles por las capacitaciones que recibían.

La tecnología

Roberto Noboa trabaja como jefe de museografía. Dice que su labor enlaza al Museo con el visitante. Es decir, que ellos se encargaron de investigar todo lo que la industria representaba, a través de entrevistas y demás técnicas, con el fin de hacerlo palpable.

“Todo lo que conseguimos lo hacemos físico y damos los elementos para que los visitantes puedan entender lo que se muestra”, precisó el experto.

Uno de los ejemplos son las nuevas habitaciones que se adecuaron para que los usuarios puedan entender la historia de la empresa a través de testimonios multimedia.

Para ello, hay televisores que recogen los vídeos en donde se conversó con las personas que, de un modo u otro, tuvieron contacto con La Industrial. A esto se añaden las proyecciones de luz que se realizan en las paredes, llamadas mapping, lo cual consiste en mostrar imágenes con un toque artístico.

Otra de las novedades que se pueden observar son los puntos en los que los guías usarán tablets o teléfonos inteligentes para que el público interactúe.

Con tecnología de avanzada, los visitantes verán a personajes creados en computadora, los cuales detallarán las vivencias dentro de la fábrica de una manera interactiva para el público que los visita.

Una de ellas, la obra llamada La Obrerita, relata sobre cómo muchos amores nacieron dentro del complejo, porque “los obreros eran bien románticos”. También hablan sobre la manera de ser de los jefes con sus empleados y demás detalles. (MAG)

Pilas con esto

Precios

En el Museo Interactivo de Ciencias podrán acceder a un costo de 3 dólares los adultos, 2 estudiantes que lleguen con carné, 1 los niños (de 3 a 11 años), así como los adultos mayores hasta los 65 años.

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