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Un huerto contra el prejuicio
Hace tres años, nació una cooperativa de trabajo para personas con problemas de salud mental. Se ha convertido en una alternativa frente a la discriminación laboral.

Richi, como lo conocen en la cooperativa, está en el proceso de inducción.
El sol de las 10:00 calcina, pero Richard Grillo, de 23 años, no se quita la chompa porque no quiere que le piquen los mosquitos. Está de pie, enfrente de la planta de espinaca, recogiendo una a una las hojas para apilarlas en un balde azul. “No es un trabajo duro, solo necesitas voluntad”, dice contento a EXTRA mientras se seca el sudor con la manga.
Hasta hace unos meses estudiaba animación digital en una universidad capitalina, pero al tercer semestre dejó la carrera porque tenía un déficit de atención y depresión. Sus maestros no estaban capacitados para enseñar a un alumno en sus condiciones.
“La gente se asusta con las enfermedades mentales. Por eso nosotros preferimos no decir nada”, agrega Richi, como lo llaman sus amigos, antes de ir a buscar el bloqueador solar y una botella de agua.
Hoy es uno de los siete socios de la cooperativa de trabajo Huertomanías, creada para personas con diagnósticos como el suyo. Por eso acude cada mañana, cuatro días a la semana, a trabajar en un terreno de 700 metros cuadrados ubicado en Nayón, noroeste de Quito. Su psicólogo le recomendó que se involucrara con el grupo. Desde entonces lo que más le gusta es ir a las ferias orgánicas, donde venden sus productos. Y no descarta la agricultura como una posible opción profesional.
“Acá no los llamamos ni pacientes ni enfermos, sino socios. No vienen a hacer terapia, sino a generar autonomía. Este es un espacio productivo para que ejerzan el derecho al trabajo que se les niega en otros lados. Queremos que sea una fuente de ingresos”, apunta la psicóloga clínica Aimée Dubois, directora de Huertomanías y quien prestó este terreno familiar para el emprendimiento.
Este tipo de iniciativas es reciente en el país, pero en Italia se practica desde los años 70. La idea del proyecto surgió en 2014, luego de una asamblea en un centro de salud mental de Calderón que ella visitaba cuando trabajaba en el Ministerio de Salud Pública.
En aquella reunión preguntó a los usuarios cuál era su principal preocupación. Y todos respondieron que el aspecto laboral. Ninguno, por sus enfermedades, era contratado: “El prejuicio más común y más dañino es que son personas peligrosas –añade Dubois–. Y ese estigma es terrible porque trae problemas para estudiar o trabajar”.
Christian Navas, socio desde 2015, se ha enfrentado a esas trabas varias veces. Tiene 40 años y, debido a su esquizofrenia, le ha resultado imposible vincularse a alguna entidad pública o privada.
“He ido a dejar una cantidad enorme de carpetas. En todos los lugares me han dicho que me van a llamar, pero nunca lo han hecho”, subraya serio mientras deshierba los alrededores de la parcela de menta.
Aquí, sin embargo, ha aprendido a hacer lo que hacen todos: sembrar, cosechar y preparar productos con un valor agregado. Huertomanías, de hecho, genera sus ganancias con la venta de sus frutas, hortalizas y plantas (uvilla, albahaca, ají, remolacha, tomillo, apio, perejil, etc.) y de creaciones novedosas como la sal de apio o el pesto de acelga o kale, una verdura nutritiva de la misma familia del brócoli.
LAS VENTAS
Los domingos, cada 15 días, los socios venden sus productos de forma alterna en una feria en Guápulo y en otra del norte de Quito. El 80 % de los ingresos se divide en partes iguales entre cada uno de ellos. El 20 % restante se destina a un fondo común para comprar insumos y herramientas para el huerto.
La cantidad de dinero fluctúa. En julio, por ejemplo, obtuvieron 400 dólares. Para que otorgue más beneficios, ese mismo mes lanzaron una campaña de ‘crowdfunding’ a través de la plataforma web Catapultados. Su objetivo es conseguir 7.000 dólares e invertirlos en tres mejoras: construir un invernadero, comprar una cocina e implementar un sistema de riego. Los aportes podrán hacerse hasta el 15 de septiembre, y hay recompensas según el monto.
“La idea a largo plazo es crear un modelo que sea replicable, que pueda hacerse en otras ciudades y quizá en dimensiones más grandes”, indica Paula Jaramillo, de 23 años.
La joven no tiene problemas de salud mental. Estudió Economía Política en la Universidad de California (EE.UU.) y forma parte de la cooperativa desde septiembre. Se integró para colaborar en las actividades de campo y para ayudar, sobre todo, a diseñar el modelo laboral. Quien desea convertirse en socio permanente, por ejemplo, tiene que estar en tratamiento con profesionales externos al huerto. Otro requisito es que superen el tiempo de inducción de tres meses. Ese lapso sirve para conocer si la motivación de trabajar nació de ellos o si fue por presión de sus familiares. Desde el primer día que se integran a la cooperativa, sin embargo, empiezan a ganar dinero con el sistema de puntos con el que funciona Huertomanías.
“Aquí ganamos todos según la horas de trabajo y el esfuerzo. A más horas, más puntaje. No es punitivo. Si alguien falta o no cumple todo el tiempo sus tareas no le restamos puntos, simplemente no se los otorgamos. El objetivo de esto es que todos nos comprometamos más con nuestras labores”, explica Dubois.
El primer viernes de cada mes, además, llevan a cabo asambleas en las que intercambian ideas sobre el huerto y evalúan sus aspectos administrativos. “Mi mamá siempre me dice que le hubiera gustado que existiesen alternativas como estas hace muchos años. Su hermano tenía esquizofrenia”, concluye Jaramillo. Por eso para ella es muy inspirador colaborar con este proyecto, que brinda las oportunidades igualitarias de empoderamiento que su tío nunca tuvo.
EL EXPERTO
Gino Escobar, presidente Asociación Ecuatoriana de Psicólogos
“Me parece una propuesta excelente”
Para Gino Escobar, presidente de la Asociación Ecuatoriana de Psicólogos, iniciativas como la de Huertomanías son destacables porque ayudan a que las personas se sientan integradas y productivas: “Eso permite que se quiten el peso y el estrés que genera la discriminación y que, muchas veces, agrava sus patologías”.
Además, añade que la idea de trabajar con un huerto es relativamente pionera, ya que en Guayaquil se han hecho proyectos pilotos, pero no se han logrado mantener como este.
Escobar resalta, asimismo, la importancia del trabajo con la tierra, pues a través de él las personas con enfermedades mentales recuperan la conexión con la naturaleza y desarrollan más su empatía. Aunque considera que la obligación legal de insertar a las personas con discapacidad en el mercado laboral es positiva, el profesional indica que aún hace falta delimitar protocolos de intervención sobre saluda psicológica en empresas e instituciones y desarrollar un proyecto de ley exclusivamente sobre este ámbito.