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Los secretos del salón donde nació el Primer Grito de Independencia en 1809
Este icónico lugar sigue latiendo como símbolo de coraje y libertad. Hubo personajes y elementos olvidados que no se destacan en libros de historia
En la casa parroquial de El Sagrario, ubicada en la esquina de las calles García Moreno y Espejo, en el Centro Histórico de Quito, a pocos pasos del Palacio de Carondelet el tiempo parece haberse detenido.
Cuadros centenarios que cuelgan de las paredes, cuatro pianos, un atril dorado, muebles de madera rígida y un balcón adornado con flores fueron testigos de una noche que cambiaría el rumbo de Quito y de América.
Era el 9 de agosto de 1809. Allí, Manuela Cañizares reunió a un grupo de patriotas y los arengó para dar el Primer Grito de Independencia al día siguiente.

El historiador e investigador Juan Carlos Rojas, quien conoce cada rincón de este emblemático lugar, explica que fue un espacio donde germinó “la semilla” de la rebelión. En esa sala capitular, donde se firmó el acta que proclamó la Primera Junta de Gobierno, aún permanecen objetos originales de la época.
Reliquias históricas
El piano francés de 1759, traído desde Europa para la aristocracia quiteña, fue clave en la gestación del movimiento emancipador.
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No era solo un instrumento, sino también un medio para crear las primeras melodías libertarias, interpretadas por figuras como el padre José Cuero y Caicedo, Fausto Villalobos y Juan Larrea. Junto a ellos, otros músicos y patriotas, quienes lamentablemente, según Rojas no fueron tomados en cuenta en los libros de historia, pusieron notas de independencia a la causa.

El atril bañado en pan de oro, que originalmente sostenía una Biblia, presenció discusiones políticas encendidas. Era un símbolo del peso de la Iglesia en esos días, una institución que estuvo dividida entre apoyar a la Corona española o al pueblo rebelde.
Pero el valor de este lugar no se limita a sus objetos. El balcón que mira a la actual calle García Moreno, quien en ese entonces era parte de la Ruta de las Siete Cruces, fue escenario de las palabras que la historia aún recuerda: “¡Cobardes! ¿De qué tenéis miedo? No hay tiempo que perder”, lanzó Manuela Cañizares a los indecisos aquella noche. Lo que casi nadie sabe es que no estaba sola.
Personajes olvidados
Según el historiador, la gesta también tuvo líderes olvidadas como Rosita Chancusig, indígena de Guano, provincia del Chimborazo que organizó a las mujeres de San Roque, San Sebastián y Santa Prisca; y Manuela Puchak, ambas imprescindibles para movilizar a los barrios.

Para Rojas, Chancusig fue una de las primeras mujeres empoderadas de las calles capitalinas, quien llegó a decir: “En buena hora la tierra me hizo mujer, porque si me hubiera hecho hombre, no quisiera ser cobarde como ustedes”.
Un relato desde el pueblo
El investigador enfatiza que el 10 de Agosto fue solo el comienzo de un proceso que tendría un alto costo. Menos de un año después, el 2 de agosto de 1810, la represión española dejó centenares de muertos, una masacre que, proporcionalmente a esta época sería comparable a la pérdida de cientos de miles de quiteños.
“Estos objetos y estos nombres nos recuerdan que la libertad no nació solo de un acta, sino de la unión del barrio, la música, las mujeres y hasta de las manos anónimas que empuñaron una antorcha o un caldero”, concluye Rojas.
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