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¡La necesidad ‘tiene cara de perro’ para los venezolanos!
Las calles cercanas a centros comerciales o urbanizaciones son las más idóneas para que padres con sus hijos pidan ayuda con carteles.

El hijo de César (6 años) no ha podido insertarse aún en la educación ecuatoriana.
El tráfico se vuelve más pesado en la intersección de las avenidas Amazonas y República, en Quito. El esmog de los autos también aumenta y el ruido es casi ensordecedor. Además hace frío. En el parterre hay un hombre que se moviliza con un niño en brazos, aprovecha que el semáforo se pone en rojo para avanzar entre los automotores, estira la mano a los conductores o a sus acompañantes. “No tengo trabajo y necesitamos comer”, dice José.
Algunos abren la ventana y le entregan unas monedas; otros simplemente lo ignoran y continúan. “Hay de todo, algunos son muy generosos, nos han ayudado mucho. Otros me dicen que soy vago”, cuenta. Su pequeño se despierta a ratos, pero vuelve a acomodarse sobre el hombro de su padre, quien intenta cubrirle las piernas con el pantalón.
José, venezolano de 28 años, llegó a Quito hace tres meses y hace uno llegaron su esposa y su hijo. La crisis humanitaria en su país hizo que dejara su trabajo en marketing, del que le pagaron 120 millones de bolívares como liquidación -que en Ecuador se convirtieron en 12 dólares-, por cinco años de labores. “Allá la caja de huevos cuesta 3,25 dólares y se gana al mes 6. Así de difícil se puso todo”, relata.
Según el monitoreo de flujo de población venezolana realizado por el Organismo de las Naciones Unidas para la Migración (OIM), la población venezolana encuestada en marzo de 2019 en varias ciudades de Ecuador y la frontera con Colombia, pertenecen mayoritariamente a un grupo poblacional joven y en edad laboral que cuenta al menos con estudios secundarios completos.
La esposa de José, en efecto es parte de esta población. Consiguió trabajo en una cafetería y le pagan un dólar la hora, algo que no alcanza para cubrir los gastos del hostal en el que pagan 3 dólares diarios cada uno, por San Carlos, al norte de Quito.
José ha vendido helados por comisión. Ganaba 10 centavos por cada producto vendido, algo que tampoco alcanzaba para la supervivencia. “No me gusta sacar a mi hijo a la intemperie, no me gusta pedir dinero pero la necesidad tiene cara de perro”, dice mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
El semáforo se vuelve a poner en rojo y él seguirá por un par de horas más a ver si reúne algo para la merienda. Este cuadro se ha vuelto repetitivo en las calles de la capital, ya que el flujo migratorio ha aumentado considerablemente. Según el informe de la OIM el número de venezolanos residiendo en el país incrementó de 5.1442 en 2015 a 240.126 a finales de marzo 2019.
También los dolores físicos
César intenta caminar con su hijo de la mano y con un par de muletas. Lleva un letrero que dice: “Señores, estamos durmiendo en el terminal de Carcelén y no hemos comido nada. Ayúdenos con una moneda. Por favor hágalo por el bebé. Dios te bendiga”. Camina un poco sobre la avenida Seis de Diciembre, pero debe sentarse de vez en vez, le duele la pierna izquierda.
Ya le han gritado varias veces que se vaya a trabajar, que es un vago, que está joven, pero él responde que no ha tenido la oportunidad de acceder a un trabajo. “En el camino a Ecuador me robaron el bolso con todos los papeles, no tengo ni mi cédula”, dice. Su esposa además está embarazada de siete meses y su hijo de seis años tampoco ha podido ir a la escuela. Llegó a Quito hace un mes. “Si nos quedábamos allá, mi esposa se puede morir en el parto”, dice.
En este sentido, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) informó que hay aproximadamente 200.000 ciudadanos venezolanos en el país, 83.500 visas concedidas y 6.000 pedidos de la condición de refugiado, aunque existe un número indeterminado en situación migratoria irregular, que es la condición en la que se encuentran estas familias, luego de ser víctimas de robos en la travesía.
Sin embargo, los papeles no son su único problema: hace un año y medio tuvo un accidente en motocicleta y se le rompieron las articulaciones de la rodilla y no tuvo atención médica. “Se me quedó así, debieron hacerme una operación pero en Venezuela es imposible”, cuenta. Ahora, se resignó a vivir con las muletas, pues una operación le dejaría con más dolencias de las que ya tiene.
“No me gusta pedir dinero en la calle, yo era panadero. Al menos aquí no me conocen”, expresa. Sus ojos también se le llenan de lágrimas, cuando su hijo se cansa de acompañarlo. “Cuando eso pasa me tengo que ir al hostal, no lo puedo obligar a aguantar esto demasiado tiempo”, reitera. César vive en un hostal en el sector de San Diego, y sale por ratos. “Yo quiero un trabajo donde no me humillen”, cuenta.
Según el informe presentado por la OIM, el 77,4 % de los venezolanos en ciudades dijo contar con trabajo. Sin embargo, únicamente 5,2 % habría firmado algún tipo de contrato laboral o dar comprobante por sus servicios. Adicionalmente, 87 % de ellos cuenta con ingresos mensuales menores a los 394 dólares.
Apenas llegó a Quito, César buscó un trabajo en el mercado de San Roque, cargó bultos por varias horas. Al finalizar sus labores en la noche, la persona que lo contrató le quiso pagar 5 dólares. No volvió más.
Algunos se vinieron de Perú
Aníbal también buscó las inmediaciones de un centro comercial en el centro norte de Quito para pedir dinero con un letrero. Hace unas semanas vivía en Lima, porque, según el venezolano, allí las cosas están más complicadas aún. “El dólar rinde más, hasta para enviar algo de dinero a la familia”, comenta receloso.
Para él, la situación es difícil ya que viajó con su esposa, sus hijos y su hermana. “Si nos morimos de hambre, lo hacemos juntos”, expresa. A esta familia también les robaron los bolsos con todos los documentos y eso les ha impedido conseguir trabajo fijo. Se acuerda además de su hija adolescente que se quedó en su tierra, que la extraña y que daría cualquier cosa por traerla a Ecuador o volver a Venezuela, aunque la situación por ahora no se lo permita.
Según el MIES, resulta difícil establecer una cifra de la cantidad de migrantes venezolanos en las ciudades del país, así como el índice de pobreza o instrucción académica, para ello se tendría que realizar un censo, el último se ejecutó en el año 2010, por lo que el siguiente debería aplicarse el siguiente año. Sin embargo afirmó que la cartera de Estado brinda servicios para el desarrollo infantil, atención de adultos mayores, personas con discapacidad y personas en necesidad de protección especial en la zona fronteriza norte. En la actualidad atiende a 33.612 personas en esta zona.
Según la entidad se ha desplegado atención de niñas y niños, tanto en Rumichaca como en San Miguel. Así como a mujeres embarazadas, madres lactantes y adolescentes.
Las personas que recorren las calles en busca de supervivencia no han encontrado este tipo de ayuda y no se han acercado a ningún centro médico ni en los casos de embarazo, ni por las dolencias que trajeron desde Venezuela.