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Minga de los Chachi para ‘levantar’ su comunidad
Johanna Pisco, San Salvador (Esmeraldas)
El terremoto fue un “castigo de Dios”, según la cosmovisión del grupo étnico Chachi, asentado en la provincia de Esmeraldas.
Esta ‘sanción’ divina puede ser el resultado del daño a la naturaleza por parte del hombre, explicó Jacinto de la Cruz, ‘uñi’ (gobernador) de la comunidad. “Es porque cada vez hay menos árboles (...) o el ser humano y su tecnología también pudieron causar el desastre”, añadió el sabio, de 66 años.
La ‘sacudida’ de la naturaleza, el 16 de abril, agarró a muchas de las 140 familias de la etnia Chachi, que habitan en las localidades de San José, Mono Manso y San Salvador, fuera de sus hogares. Estos sitios están a casi cuatro horas de la capital de la provincia y para llegar se requiere viajar un tramo en moto y luego en lancha cerca de media hora por el río Sucio.
Lucía de la Cruz calificó a la escena como aterradora. Ella estaba a una distancia de dos horas del lugar donde se encontraban sus tres hijos pequeños y la desesperación por ir a verlos hizo que pierda la consciencia y se desmaye.
Más de diez días después del sismo, que aún los atemoriza por las posibles réplicas, los habitantes de la población de San Salvador se han puesto ‘manos a la obra’. La larga distancia que hay que recorrer para llegar al sitio hizo que no guarden esperanzas de que pronto llegue ayuda para reconstruir el poblado, aunque confían en que no serán desamparados, ya que reportaron que sí han recibido colaboraciones en lo que respecta a alimentos y vituallas.
Durante la visita de EXTRA, cerca de 60 miembros de la etnia participaban en una minga de construcción de albergues en la parte central del pueblo y en la reconstrucción de las casas que se fueron abajo durante el sismo de 7,8 grados.
De a poco llega ayuda
Ellos ya construyeron su aldea en una ocasión y lo harán “las veces que sean necesarias”, acotó Modesto de la Cruz, quien trabaja en la movilización de personas con su embarcación. Aunque reconoce que no será tarea fácil, pues llegar hasta allá, a más del tiempo que toma, también implica un gasto alto de combustible y aceite.
“Seis galones de gasolina cuestan 13 dólares y uno de aceite 3 dólares. No todos disponemos de una lancha y las que sí hay son bastante pequeñas. Entonces haga el cálculo”, manifestó mientras señalaba la barca de 4x0,70 metros.
Por ello recalcó que requieren ayuda para reconstruir sus hogares o al menos asesoría para que estos sean más resistentes.
La mañana del jueves arribó al sitio una brigada de tres miembros de la Cruz Roja de Quito. Ellos llegaron a censar y hacer una revisión de la situación en la que se encuentran los moradores, para llevarles kits con vituallas y medicinas en una segunda visita.
Para Fátima Añapa, de 23 años, esa contribución es muy útil, aunque se demore en llegar a sus manos, pues dijo que hasta ahora no han recibido asistencia médica; únicamente la del doctor del pueblo, que llegó un día por un par de horas y luego se fue.
“Si se presenta una emergencia médica, no hay nada que nosotros podamos hacer. Hasta llegar a donde nos puedan ayudar, la persona se moriría”, sostuvo la joven, mientras ayudaba con una carga de madera para edificar los albergues en los que permanece junto a sus vecinos. “Tampoco ayuda que no tengamos agua y que la electricidad venga y se vaya”, lamentó.
Aparte de atención médica física, Modesto indicó que sus ‘hermanos’ necesitan ayuda psicológica, pues el susto “los ha dejado intranquilos y traumatizados”.
Invocan a Dios
Lolita Añapa, de 56 años, contó que desde el día después del terremoto la comunidad no ha dejado de pedir a Dios que cese en su “castigo” y de agradecerle por no haber cobrado la vida de ninguno de ellos.
En ceremonias de rezos y música, los comuneros visten sus atuendos tradicionales que denotan la riqueza y color de sus tierras mientras danzan al son de la marimba y les enseñan a sus niños a mantener la alegría, aun en medio de la desgracia.
“Es importante que ellos aprendan la habilidad de dar alegría y de dar gracias a Dios”, explicó la anciana.
De los alimentos que reciben como ayuda, ellos reparten todo entre quienes más lo necesitan. El resto es cocinado en la casa ceremonial por las mujeres de la localidad, para entregar a quienes los visitan de cerca o acuden en su ayuda.
Bajo los principios del “respeto, responsabilidad, solidaridad, honestidad, justicia y tolerancia”, como reza un afiche que da la bienvenida a San Salvador, los 650 miembros de la etnia Chachi que viven en ese sector de la Provincia Verde prevalecen y salen adelante con garra.