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Un rompecabezas roto por reparar
Tras décadas de abusos y desdichas, Martha Florentina busca a su familia. Llegó a Quito desde su natal Bolívar con tan solo cinco años.

La mujer ansía encontrar a algún allegado que le cuente sobre la vida de su madre.
Ariana Almeida Martínez / Quito
Miró el charco de sangre al pie de la cama, pero a sus cuatro años le resultó imposible presumir que ese día iniciaría su calvario.
Martha Florentina Angulo salió de la habitación, en la que yacía su madre, para llamar a la abuela. Pero a su retorno encontró a su progenitora sin vida. “Solo recuerdo un velorio. Había también un ataúd blanco con un niño o niña. Imagino que mi mamacita murió dando a luz”, rememora.
Solo un papel amarillento le asegura su nacimiento en San Miguel de Guamalán, Bolívar, en 1954. “Pido a Dios que me regale la dicha de encontrar a la familia de mi madre para conocer sobre mi pasado. No puedo ser hija del viento”, ruega.
Cuando tenía cinco años llegó a Quito y no volvió a saber de los suyos. Un pariente la entregó a una familia a cambio de los dos mil sucres que les debía. Y desde entonces su infancia estuvo marcada por los malos tratos, las privaciones e incluso la celda de una cárcel.
Las jornadas empezaban antes del alba y las tareas continuaban hasta después del atardecer. Aún no olvida la noche en la que unos pillos robaron en casa de su patrona, delito que le costó un día entre rejas. “La señora decía que había metido a mis mozos para que se llevaran sus cosas. Solo tenía once años”, lamenta.
Los años posteriores fueron un calvario de lágrimas. Más aún el día en el que presuntamente fue abusada sexualmente por un inquilino de la villa. En su vientre empezó a crecer una hija y Martha, a sus 15 años, no “sabía ni de dónde venían los bebés”. La criatura, a quien llamó Lourdes, nació en la maternidad. Pero cuando regresó a la casa con ella, la señora “no quiso que usara una de las habitaciones”. Madre e hija durmieron en la cocina.
Una vecina las sacó a escondidas del lugar, pero la libertad no le duró más que un par de días. Martha fue internada en una casa de salud: “Ahí estuve tres meses. Cuando salí, la persona que me había ayudado me encontró un trabajo”.
La familia que la acogió después le brindó cuidados y le enseñó “costumbres”. Su nuevo patrón hasta se ofreció como padrino de Lourdes. “Un día llegó y me llamó Florentina. Dijo que tenía una sorpresa y me dio mi partida de nacimiento. Fue así como se enteraron de que solo tenía 15 años y no 25 como pensaban”, apunta.
Años de dolor
Tenía 21 cuando conoció a quien sería el padre de dos de sus cinco hijos. “Tampoco me dio una buena vida”, explica. Los supuestos golpes y humillaciones fueron constantes hasta seis años más tarde, cuando decidió alejarse de él: “Mi hija tenía 12 y pasaba solo enferma. Descubrí que su padrastro había atentado contra su intimidad”.
La confesión eriza la piel de ambas y un silencio eterno se apodera del lugar. “Estamos juntas”, la consuela Lourdes mientras le sirve un vaso de agua y le palmea el hombro.
Ahora, las dos comparten mucho tiempo. Incluso Martha ayuda en el taller de tapizado que tiene su hija, pese al largo recorrido que debe hacer desde el Camal Metropolitano, también en el sur de Quito.
Hoy, aunque han pasado 60 años del incidente que la alejó de su tierra, Martha Florentina aún alberga esperanzas de encontrar a algún allegado que le cuente sobre su madre. Poco recuerda de la mujer que le dio la vida. Apenas su larga cabellera rizada.
Si usted conoce a algún familiar de la mujer, por favor llame al número 099-9274886.