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¡Todo por Alá!
Los ecuatorianos musulmanes a menudo se enfrentan al recelo e “incomprensión” de sus compatriotas y familiares. Rechazan la violencia yihadista y hay quienes creen que las organizaciones terroristas son obra de las potencias occidentales.
Faltan pocos minutos para las 13:30 y la mezquita Khalid Ibnel-Waleed, envuelta casi siempre en un denso silencio, recibe a sirios, iraquíes, pakistaníes y latinos. Todos se quitan los zapatos sin articular palabra y caminan recogidos, reflexivos, por las alfombras que forran el piso.
Algunos murmuran frases ininteligibles en sus lenguas maternas, otros leen atentos el Corán u oran postrados en el suelo, alzando y bajando el torso como un barco en la tormenta. Afuera, en el centro norte de Quito, jóvenes y adultos saborean sus almuerzos.
Entre quienes llenan el templo se avista una inmensa minoría de ecuatorianos como Roberto Espinosa, quien prefiere no revelar su edad. Solo él y su padre, en una familia de ocho miembros, profesan el islam. Hace más de cuatro décadas, su progenitor, un ávido lector, consiguió un Corán traducido al español. Así se prendió su fe. “Entonces, aquí no había nada relacionado con el islam. Cuando lo leí, me bastó para que todo cambiara en mi vida. Encontré lo que siempre buscaba, una verdad clara y simple”, remarca.
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