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El último gol de los Pichurca
Entre los años 40 y 70, fueron los primeros zapatos disponibles en Ecuador para jugar pelota. Rudimentarios y hechos a mano, el calzado importado los fue dejando en el ‘off side’ del recuerdo.

Gonzalo, con la vieja máquina que usaba su familia para confeccionar el calzado.
San Blas, Antepara y Pedro Fermín Cevallos. Por estas calles, hacia mediados del siglo pasado, desfilaban personajes de la parroquiana vida quiteña. Aledaño a la plaza Belmonte y al coliseo Julio César Hidalgo, el barrio fue semillero de deportistas y leyendas.
Gonzalo ‘Pichurca’ Cruz es uno de los que no dejaron las envejecidas callecitas de pavimento resquebrajado. Al tercer golpe en la puerta metálica de su casa, asoma para contar a EXTRA su historia y la del barrio, ese vientre cálido donde surgieron los zapatos Pichurca.
“En la León, vivió el torero Armando Conde, ganador de la Feria de Bogotá”, afirma señalando la cuadra. Gonzalo es una máquina de memoria. “Barrio de boxeadores: de aquí fue el ‘Cuchillo’ Martínez y otro de miedo, el ‘Negrito’ Johnson”, relata al tiempo que endurece el rostro.
Este último, militar de profesión, llegó en busca de un cuartito donde vivir y enseñó a los chicos el arte de los quiños: “Un tipo imponente. Era guardia del zoológico del Colegio Militar y ahí se metía a las jaulas, a esquivar y darles de comer en la boca a semejantes macacos malcriados”, rememora gesticulando el riesgo de la hazaña.
Los futbolistas no faltaban entre los héroes del sector. “Viendo esto, a papá se le ocurrió lo de los zapatos”. Cerca del estadio El Arbolito, de clubes como el Derbie, saltaron cracks como el ‘Tres Pulmones’ Domínguez, que militó en Aucas. “Y mi tío Gabriel, un puntero izquierdo que jugó en el Argentina, en México y Colombia en la edad de oro, con figuras como Pedernera”.
Gabriel conducía la bola mirando al piso, pero sus pases eran de asombrosa precisión. “Con el rabillo del ojo ubicaba al compañero. En México le apodaron ‘Pichurca’, de ahí le heredamos nosotros y los zapatos”, evoca.
Manuel, su papá, era el zapatero del barrio. Ante la euforia de la juventud por los clásicos de aquellos años, volcada en jugar pelota, creó la línea futbolera. “No había zapatos para eso y papá llenó ese vacío”, precisa. Lo hizo con el pie derecho. “El Deportivo Quito, campeón de Pichincha en 1968, ya usó los Pichurca”, señala blandiendo el dedo índice.
Zapatos hechos con oficio, ñeque y experiencia nacional, los Pichurca eran de cuero e iban cosidos a una suela durísima, que resistía el montaje de pupos de tres centímetros, también de suela. “A martillazo limpio, con clavos de tres pulgadas. Una ‘bajada’ de Pichurca era una canilla menos”, se ríe Gonzalo.
Los Pichurca fueron “el” zapato del fútbol ecuatoriano entre los años 40 e inicios de los 70. “Luego amanecimos petroleros y entraron los importados: Tigre, de Colombia; unos que venían de Otavalo; surgieron los Espinel, de Guayaquil; los Aldaz; los Puma y los Adidas, de Argentina”.
Pero los Pichurca brillaron con luz propia. “El Quito calzó Pichurca cuando fue a jugar a Uruguay contra el Peñarol de Spencer y Polo Carrera, que también los usaron. Pelé recibió un par, cuando vino con el Santos a Quito. La Católica de Estupiñán, Romera, Veglio, Portilla, Cholo Cajape y Mantilla también calzó Pichurca”, subraya orgulloso y con el pecho al frente.
Llegó la profesionalización del fútbol y los Pichurca empezaron a quedarse en ‘off side’. “¡Difícil competir! Los de fuera eran calzado industrial; los nuestros, hechos a mano. Y eso que tuvimos siete operarios, mandamos a Esmeraldas, Cuenca y Colombia. Pero papá regalaba los zapatos a futbolistas humildes, a clubes de barrio. Eso le daba alegría”, suspira.
LA DECADENCIA
Gonzalo cree que el declive llegó con la muerte de Carmen, su madre. “Juntos se la pasaban armando zapatos y oyendo valsecitos peruanos que mamá amaba y mi viejo se los dedicaba. Usted oía el martillo, las máquinas cosedoras y, de fondo, ‘Devuélveme el rosario de mi madre’ y ‘Gitana’, las voces de Lucha Reyes, María Dolores Pradera...”.
La noche se posa en Antepara 440. “Parecía una película. Por aquí pasaban los luchadores, camino al Julio César Hidalgo. Les ayudábamos remendando sus trajes, sus máscaras. Fortunato ‘el Hermoso’, el ‘Médico Asesino’, ‘Comanche’ y el ‘Monje Loco’, que luchaba dando bendiciones. Y, al otro día, papá y mamá en el taller, de sol a sol, cosiendo zapatos. Y enamorados, suspirando valsecitos”, remata cuando agobiado por el recuerdo, corta la entrevista.
‘EL TROMPUDO’, ‘EL FLACO’...
Ernesto ‘el Trompudo’ Guerra es un legendario cliente de Pichurca. El DT cita sus inicios. “Jugaba en el colegio Mejía y pasé al Argentina. Canchas de tierra, césped criollo. Fueron los primeros: durísimos, rudimentarios. Se deformaban con el agua y tocaba improvisar plantillas con hojas de revistas”, sonríe. “No había canilleras y uno se ponía, pegado con cinta a la canilla, un ejemplar de El Peneca”, apostilla citando aquella revista infantil.
Fabián ‘el Flaco’ Paz y Miño fue goleador de El Nacional glorioso. “Fueron mis primeros zapatos en la liga barrial, llegando a la reserva y en mi debut profesional, en el año 70. Con Pichurca, que sacaban ampollas y todo, le marqué al Barcelona de Spencer y Perico León. Nunca olvidé mi primer par. Jugaba en el Brasilia, de la Liga San Bartolo, y a los 17 ya estuve en mi Nacional”, anota el goleador.
Pablo Samaniego es un reconocido economista y sufridor hincha del Aucas. Quizás por eso haga una lectura más profunda de los motivos que acabaron con la marca. “El caso ilustra un problema: como sociedad no logramos añadir conocimiento a la producción. Sin investigación y desarrollo, no hay innovación y estos logros artesanales se extinguen. El fútbol que se practicó en esos años tenía que ver -como el de hoy- con los implementos para su práctica. Antes no había un gran despliegue físico, pero sí la exquisitez. Esos atributos disminuyeron y estas prácticas artesanales desaparecieron”, analiza.
EL AHORA
Réquiem por el patriarca del clan
Cumplidos los 55, Manuel Cruz sufrió un derrame cerebral, que le paralizó el lado izquierdo del rostro. Carmen ya había fallecido. Y el patriarca, inexorablemente, bajaba los brazos. El taller producía bajo pedido hasta que, no más allá de 1971, la competencia le sacó tarjeta roja.
Un 15 de marzo de 1976, con el ataúd al hombro, tres cuadras de gente de barrio, líderes velasquistas, peloteros, luchadores y músicos dejaron los restos de Manuel en el cementerio de San Diego. Alberto Spencer publicó su pésame en un diario. La programación del Atahualpa abrió con un minuto de silencio. Y Gonzalo, a sus 15, acusó el letal pase al vacío.
Las máquinas se taparon con lonas y las herramientas quedaron en el olvido, ordenadas en cajitas, colgadas de la pared. Hoy, Gonzalo vive de la renta de la casa familiar y sus hermanos se jubilaron. Jorge, del INAMHI (Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología); Víctor, del Ministerio de Finanzas. Mariana aún tiene un restaurante en el centro y Magdalena, una tienda en el viejo barrio, cerca del taller donde ya no se oyen los martillazos, las cosedoras ni los suspiros y valsecitos al caer la tarde.