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La promesa de Guayaquil: jóvenes que se quedan a transformar su ciudad
Jóvenes de distintos barrios de Guayaquil eligen estudiar y trabajar en su ciudad, apostando por su mejora. Esta es la historia de tres de ellos
Guayaquil. Ciudad de contradicciones, porque combina orgullo e historia con violencia y abandono; de calor persistente, de ese que se siente físicamente y también del que se percibe en el carácter; de muros cubiertos de polvo y fachadas que hablan en voz baja de historias gloriosas.
Aquí, donde el río parece saberlo todo —pues es un mismo Guayas el que ha visto pasar la historia— y las calles llevan nombres de próceres, aún quedan jóvenes que se resisten a la tentación de irse. Contra el éxodo, contra el miedo, contra la desesperanza, ellos han decidido quedarse. Y no solo eso: han decidido pelear por su ciudad. Esta es la historia de tres de ellos.
(Lee además: Fundación de Guayaquil: El misterio de una ciudad que bajó desde la Sierra)
Convicción y entrega por Guayaquil... y lo que les ha dado
Xavier González, 26 años y quien estudia Economía, vive en Francisco Segura y la 40, en el corazón del suburbio. La conexión con su barrio no es un accidente: es origen y compromiso.
“En Guayaquil, preguntas por una dirección y de inmediato te dicen cómo llegar y por dónde no debes ir. Ese ‘apoyo de barriada’ no se encuentra fácilmente en otras ciudades del país”, afirma con la seguridad de quien conoce bien su territorio. Él no se va porque supo desde niño que su lugar en el mundo era donde podía hacer algo por los suyos.

Gustavo Velásquez, de 27, vive en el movido y populoso Sauces 2 (norte), y hace poco culminó sus estudios en ciencias administrativas. Empezó su vida laboral el año pasado, en una empresa del sector privado. Su vínculo con la ciudad es, ante todo, afectivo: “Mi conexión de lealtad con mi ciudad se da por medio de mi familia”.
Para él, quedarse ha sido natural: familia, amigos, trabajo, universidad… Todo converge en Guayaquil, a pesar del peligro y de la incertidumbre. “He decidido hacer mi vida aquí porque es donde están mi familia y mis amigos”, dice, mientras mira con desconfianza una guerra urbana que le duele: “Vivimos una guerra (el crimen) que parece no terminar nunca”.

"No cambiaría el ambiente y la vibra de Guayaquil"
Michelle Ponce tiene 22 años, estudia Ingeniería Civil en la Espol y vive en Los Esteros, en el sur. Es la menor de los tres, pero su arraigo no es más débil. Asegura que no se iría fácilmente: “De cierta manera, siento una conexión con este lugar; tengo prácticamente mi vida hecha aquí, y adaptarme a otro sitio sería bastante difícil”.
Sabe que hay ciudades más seguras, con más oportunidades, pero también entiende que lo que la sujeta no es solo el miedo al cambio, sino el amor a lo que es suyo: “El ambiente y la vibra te hacen sentir que perteneces. No vas a escuchar cumbia o salsa a las 3 de la madrugada en la esquina en otro lugar del mundo. No cambiaría eso”.
¿Qué sueñan cambiar del barrio que los vio crecer?
Sueñan, sí. Sueñan con calles distintas, con esquinas menos oscuras, con fachadas restauradas, con vecinos menos vulnerables. Xavier lo dice con visión de estadista.
“Siempre he tenido el deseo de mejorar el barrio, en cuanto a su reconocimiento histórico, por todo el lugar; las calles tienen nombres de personajes célebres, famosos políticos ecuatorianos. Arreglar fachadas, calles... Enaltecería el aporte histórico del sitio”.
Cree que Guayaquil podría ser una ciudad de referencia mundial, si tan solo hubiera más consciencia entre profesionales y políticos. “Confío en la plenitud de mis capacidades para aportar a ese desarrollo de consciencia para mejorarlo”, declara, como si hablara desde un futuro ya posible.

Gustavo, en cambio, tiene una preocupación más urgente: la seguridad. “Me gustaría que en mi barrio haya más seguridad, que ronden más la policía y los militares, sobre todo por los callejones, y que esto se refleje tanto en el día como en la noche, que es más desolado”.
Su mirada es más pragmática, más inmediata, pero no por eso menos esperanzada. Sabe que los cambios estructurales solo serán posibles si la gente que se queda toma parte activa.
Michelle también sueña, aunque su sueño suena a tambor y risas: quiere que su ciudad mejore, pero no al costo de perder su alma.

“Como guayaquileños, queremos lo mejor para nuestra ciudad. Alguna vez quise convertirme en alcaldesa de Guayaquil para mejorarla, pero poco a poco la ciudad va surgiendo”, cuenta ella.
La juventud que no se va tampoco se queda inmóvil. Se queda a resistir. A trabajar, a estudiar, a soñar. No lo hacen desde la ingenuidad, sino desde una convicción que crece con cada caso superado, con cada amanecer que no termina en tragedia, con cada paso hacia la dignidad urbana.
Son jóvenes de barrios movidos que decidieron que Guayaquil, por muy herida que esté, todavía vale la pena.
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