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La Ciegocleta cambia vidas
Miguel ramos inició hace seis años un proyecto de ciclismo inclusivo para personas no videntes, en la capital. Su sueño es que la iniciativa se replique en todo el país.

Miguel ramos inició hace seis años un proyecto de ciclismo inclusivo para personas no videntes, en la capital. Su sueño es que la iniciativa se replique en todo el país.
El deporte, en cualquiera de sus disciplinas, además de ser beneficioso para la salud física y mental, también cambia vidas y transforman las realidades de las personas. Este aspecto lo entiende a la perfección el quiteño Miguel Ramos, de 60 años, quien impulsa hace seis un proyecto de ciclismo para personas no videntes en la capital.
La idea inició cuando él y su esposa adaptaron dos bicicletas individuales para que queden en paralelo, con el objetivo de llevar a sus hijos con ellos durante el ciclopaseo, los domingos por la ciudad.
Sin embargo, la iniciativa tomó un giro cuando él y su familia se mudaron a un conjunto habitacional en Calderón, en el norte de Quito, donde conocieron a José Benavides, un chico no vidente, quien les dio la idea de que la bicicleta paralela sirva para personas con discapacidad. “Desde ese momento le empezamos a dar la utilidad que ahora tiene,” aseguró Alexandra Velasco, esposa de Miguel Ramos.
En la actualidad, ya no utilizan las bicicletas paralelas, sino las ‘Tandem’, que son dos bicis contiguas. Este artefacto tiene dos manubrios y pedales. La idea consiste en que el guía voluntario se siente adelante y se convierta en los ‘ojos del no vidente’ que va pedaleando desde atrás.
Ahora, el proyecto avanza y ya no solo ayuda a personas con discapacidad visual, sino que hace cuatro meses, también involucró en este deporte a gente que está saliendo de problemas de adicciones como alcohol y drogas, de un centro de rehabilitación ubicado en el sector de La Vicentina, centro-norte de la urbe.
Alrededor de 80 personas que están prácticamente curadas de sus adicciones se convirtieron en guías voluntarios, porque “esto les ha dado un excelente resultado”, dijo Ramos.
“Para ellos es muy motivador tener la responsabilidad de ayudar a un no vidente”, expresó. Además, los fines de semana se reúnen para ciclear y en esa oportunidad los ciegos les brindan consejos para evitar que recaigan en el problema.
Según Ramos, el proyecto ha tenido buena acogida, ya que han podido llegar a otros lugares, como Tulcán, Santo Domingo, Riobamba y Cuenca. El objetivo este año es “visitar todas las ciudades donde nos inviten para llegar con esta iniciativa a todos los rincones del país”, comentó.
Aún más inclusivo
A partir de esta idea, un grupo de jóvenes del Instituto Superior Tsáchila en Santo Domingo colaboró con el deporte inclusivo al perfeccionar la bicicleta.
Ellos quitaron el asiento trasero y le integraron una silla de ruedas para las personas que están inmovilizadas. Está previsto que esta semana se empiece a utilizar el nuevo mecanismo. A parte de eso, Ramos tiene pensado incluir a gente con discapacidad auditiva para “que se una a las aventuras sobre ruedas”, comentó.
Más sensaciones
Las personas con discapacidad visual tienden a agudizar otros sentidos, como el oído y el tacto. Por esa razón, José Benavides, de 43 años, uno de los también iniciadores del proyecto, asegura que cuando se sube a la bicicleta percibe nuevas sensaciones.
Es cierto que durante el trayecto los guías les indican el lugar por el que pasan y los principales atractivos que hay alrededor. Pero además de eso, los ciegos pueden sentir claramente el viento, escuchar todos los sonidos que se producen durante el camino, recargarse de adrenalina y lo más importante es que ellos “logran sentir plena libertad”.
Su otro compañero no vidente, Mauricio Suárez, se unió al grupo hace cuatro años, pero desde los cinco empezó a montar en bicicleta. El quiteño, de 36 años, es un amante del ciclismo y por eso fue un golpe muy duro cuando empezó a perder la vista, pero el poder continuar con la práctica de esta disciplina deportiva a través de la Ciegocleta le devolvió sus esperanzas e ilusiones.
Él, cada vez que se sube a la bicicleta, vive una experiencia diferente. El hecho de no ver permite que la imaginación salga a flote y además apreciar otro tipo de circunstancias que quizás viéndolas pasarían desapercibidas. “Siento que vuelo, que soy libre y sobre todo que no hay la barrera del bastón, porque cuando me subo al asiento trasero, simplemente me dejo guiar y confío en mi guía”, comentó.
En ese sentido, Mauricio asegura que lo importante para no tener ningún inconveniente en la vía es creer en quien va al frente, transmitirle seguridad y no nerviosismo. Además, la práctica y comunicación ayuda a sincronizar los movimientos, especialmente al arrancar, al detenerse y si en la vía hay algún obstáculo. “Pero luego eso ya pasa a un plano secundario porque se crea un vinculo con el guía y ahí simplemente uno se deja llevar”, expresó.
Por otro lado está Manuel Bermeo, un guía, de 39 años, que se unió al equipo hace seis meses, pero su relación con la bicicleta nació hace veinte, cuando practicaba ciclismo de montaña. También aporta al equipo con sus conocimientos para reparar bicis, ayuda con la logística y el transporte del grupo.
En el aspecto de ser guía, él afirmó que esta experiencia le ha transformado su modo de ver la vida, porque antes de ingresar al grupo se preocupaba solo de competir, pero su objetivo cambió y ahora “vive para ayudar a los demás”, eso lo llena como persona y además asegura que es muy gratificante ver que alguien que no puede ver realice el deporte que le apasiona.
Arduo entrenamiento
Previo a reunirse los fines de semana para competencias o ciclopaseos, el grupo de guías y discapacitados visuales se reúnen todos los jueves en la mañana para entrenar.
Recorren desde La Vicentina hasta el parque Bicentenario y de regreso, en un trayecto que comprende aproximadamente 40 kilómetros.
Pedaleada por el recuerdo
El sábado pasado, este grupo de ciclistas partió a un paseo desde la Mitad del Mundo hasta San José de Minas, aproximadamente una ruta de 50 kilómetros. Bajo el intenso sol de la mañana, 38 deportistas llegaron a la gasolinera de Rumicucho, en el sector de San Antonio de Pichincha, punto de concentración.
A las 07:30, todos usaban la vestimenta adecuada para ciclear, tenían la hidratación necesaria y portaban los cascos de seguridad. Las bicicletas llegaron aparte, en un camión. El recorrido inició a las 09:00 y los guías, junto con sus ‘especiales copilotos’, se embarcaron. Luego se comunicaron entre ellos para coordinar los movimientos iniciales y empezaron a pedalear.
En el camino tuvieron que afrontar algunos retos, como mantener el equilibrio, lograr una velocidad estable, especialmente en la bajada de Culebrillas —por lo agreste de la vía— y también evitar que el cansancio les impida llegar a la meta. Sin embargo, ninguno de estos factores fue un problema para los ciclistas, ya que pedalearon con pasión y esfuerzo.
Eso sí, cada cierto tiempo, los ciclistas se detuvieron para hidratarse. Finalmente, cerca del mediodía, llegaron a su destino donde les recibieron con un refrigerio y como premio les entregaron una medalla por parte de la Prefectura de esta parroquia.
Además, los ciclistas tuvieron una motivación adicional y es que este recorrido fue realizado en honor a un compañero no vidente, Diego Tapia, que la semana pasada falleció producto de un cáncer al estómago.
Lecciones de vida
Alexandra Velasco, esposa de Miguel Ramos, tiene 50 años y es guía hace seis. Ella considera que quienes más aportan en el equipo son las personas ciegas, porque son quienes nos enseñan, a los que podemos ver, a valorar nuestras vidas.
Además, nos dan una lección de valentía y fortaleza, porque muchos de ellos perdieron la vista debido a un accidente o enfermedad, y eso no les impidió continuar con sus sueños y cumplir sus metas.
Historia maravillosa
Martha Cabascango es una huérfana de 31 años que además de ser no vidente sufre de hidrocefalia. Desde que era muy pequeña fue abandonada por su familia y recogida en el monasterio de las Hermanas de la Caridad, quienes la acogieron y le dieron un techo para vivir, hasta que cumplió 23 años.
A partir de ese momento, la mujer tuvo que abandonar ese lugar e ir a vivir sola. Ese hecho provocó que su estado de salud empeorara. Pero la vida le dio otra oportunidad, cuando se unió a la Ciegocleta hace apenas 8 meses. El deporte mejoró su salud y además encontró un segundo hogar, con Miguel Ramos y sus esposa, quienes la acogieron para que viva en su casa y forme parte del proyecto.