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Quito

Rincón del Misterio: ‘Come muertos’ olvidados

La trágica chilena y las vampiresas de San Diego son dos relatos poco conocidos, pero un equipo de investigadores los sacó a la luz. Algunos opinan que no son verosímiles.

LEYENDAS (9630076)
Los cementerios son lugares tenebrosos, sobre todo los más antiguos: El Tejar y San Diego.CORTESÍA

Las calles de Quito esconden historias que son una mezcla de fantasía, realidad y creencias religiosas. Pero hay dos de ellas que casi no se han contado entre los ‘chullitas’: la trágica chilena y las vampiresas de San Diego.

Karina Jaya, representante del colectivo Leyendas Nocturnas, contó a EXTRA que son producto de la investigación en viejas bibliotecas y las conversaciones “con los vecinos más antiguos”, sobre todo, del Centro Histórico.

La primera historia habría originado que un barrio del centro tomara el nombre de La Chilena, en el siglo XIX. “Una pareja de chilenos vino a Quito y tuvo una hija a la que obligaron a casarse con un comerciante”, relata Jaya.

Un día hubo una procesión y a ella le regalaron un cirio, pero cuando lo quiso prender vio que se trataba del hueso de un muerto. “Le entregaron una maldición” ¡De miedo!

Ella enfermó y cuando un sacerdote fue a su casa a darle los santos óleos, llegó su marido, quien, cegado por los celos, mató a la mujer, a su hijo y al cura. “Luego se arrepintió porque le explicaron la situación”.

Huyó al Oriente y volvió como un mendigo a su vieja casa. Allí vio la imagen de una mujer con un niño en brazos.

Ese mismo día, el volcán Pichincha hizo erupción y la vivienda fue arrasada con él adentro. “Cuentan que esa imagen fue encontrada en la subida a la montaña y era la Virgen de la Merced”.

ENTES TRAGONES

Por el siglo XVII, en el barrio San Diego, vivían dos mujeres, algo extrañas. En su casa no se alimentaban de manera común, les invitaban a una fiesta y tampoco comían.

“La gente se preguntaba cómo sobrevivían si no les gustaba comer”, cuenta Jaya.

Eran grandes amigas, pero los vecinos no se imaginaban que ambas tenían una singular costumbre. Siempre estaban espiando en la plazoleta de San Diego a los muertos que llegaban a diario. Por las noches, ellas ingresaban al cementerio del sector, profanaban las tumbas de los ‘muertos’ recién llegados y los devoraban.

Se dice que también llevaban esa carne a sus hogares y su familia, pensando que era del mercado, la comían sin imaginar la macabra situación.

Una de ellas se casó y se distanciaron por un tiempo, “después volvieron a encontrarse, y continuaron con su vida de ‘come muertos’”, cuenta la experta.

El esposo de una de ellas estaba extrañado de las salidas por las noches de su pareja, así que la siguió. “Él pensaba que tenía un amante, pero su sorpresa fue horrorosa al ver a las dos mujeres devorando las carnes de los muertos”.

El hombre se desmayó de la impresión, pero avisó a las autoridades. Las mujeres desaparecieron para siempre. “Se dice que ellas eran entes malignos y por eso no las volvieron a encontrar”.

COSA DE NO CREER

Uno de los objetivos de su colectivo es conectar a los quiteños con las historias que aún son parte del imaginario. “Todas las leyendas tienen algo de verdad y algo de fantasía”, agrega Jaya.

Sin embargo, para algunos, son solo ilusiones e “incluso formas de manipular a la gente a través del miedo”. “Por eso es mejor no creer en esas cosas”, dice José Luis, un quiteño que se desempeña como empleado privado.

Ana Salvador, también nacida en Quito y artesana, cree que estos relatos deben ser tomados como algo fantasioso. “No son verosímiles. Los sectores populares pueden caer en la manipulación a través del miedo y la religiosidad”.

Iván Velasco no concuerda con ellos, este jubilado explica que son cosas que se han vivido y que “la Iglesia se ha esforzado en ocultar”. “Los seres humanos somos espirituales y carnales, aunque quienes hacen asustar a la gente pueden ser extraterrestres atrapados en la Tierra”.

Cierto o no, estos relatos son parte de la riqueza cultural intangible de la capital. Los cucos, diablos, vampiros, siguen presentes en las conversaciones de los antiguos, como les dicen a los ancianos.