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El lugar en Guayaquil donde el autismo se acompaña con arte y juego
En un departamento de Los Ceibos, jóvenes construyen sus propias reglas. Aprenden arte, cocinan y encuentran su espacio bajo la guía de psicoanalistas
Sobre una ventana de vidrio, escrita con marcador negro, se observa una lista de reglas poco comunes: no decir malas palabras, no comer la comida antes de cocinarla, no tocar las cosas de otra persona, no tocar los cuerpos de los otros compañeros, no decir “enamorado”, se dice “amigo”.
Las escribieron ellos mismos: seis personas (de 17 a 42 años) que todas las tardes, entre risas, trazos de dibujos y canciones de One Direction, comparten este salón amplio, lleno de colores y estímulos. Aquí no hay timbres ni pupitres alineados. Aquí cada quien encuentra su lugar como puede, como quiere, como lo necesita.
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Atrios, instalado en un departamento acogedor en Los Ceibos, en el norte de Guayaquil, fue ideado por María Beatriz Paredes, psicoanalista que trabaja con jóvenes del espectro autista desde hace más de una década. Su propuesta se aleja de los esquemas tradicionales: ofrece clases de dibujo, fotografía, cocina y salidas sociales, diseñadas para acompañar los intereses y ritmos de cada participante.
“Al graduarse, no todos los jóvenes con quienes yo trabajaba tenían, en ese momento, posibilidades para entrar a una universidad. Y me refiero a posibilidades subjetivas, porque tienen que entrar en ciertas normas, tienen que ser vistos por los demás de una manera más regulada. Entonces se me ocurrió, después de ver el documental sobre autismo llamado ‘A cielo abierto’, crear un espacio así en Guayaquil”, relata.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, uno de cada 160 niños tiene autismo en el mundo. Según el Ministerio de Salud Pública del Ecuador, hasta 2023 existían 2.099 menores de edad diagnosticados con lo que el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) describe como un trastorno que afecta la comunicación e interacción social.
Las clases en Atrios se inician a las 15:00. Sus seis integrantes llegan, se saludan y empiezan a jugar. Es el primer día de clases después del descanso que siguió al curso anterior, el cual culminó con una exposición en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.
“Las reglas que están escritas en la ventana vienen dadas por los jóvenes. Ellos las comentan y tienen el objetivo de limitar a los demás. Los participantes las tienen que aprobar también”, explica María Beatriz, quien además hace investigación en psicoanálisis y organiza una jornada académica llamada Semana del Autismo, con espacios de formación gratuitos.
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Se desarrollará en tres universidades del 21 al 27 de julio. Allí, junto a su socia Nabila Bellio y otros psicólogos de Guayaquil, miembros de la Red Borde, replicará los aprendizajes construidos en Atrios.
El juego de los memes
La clase comienza a las tres de la tarde, pero Lucía llega a las tres y cuarto. Su alegría es contagiosa. Con el volumen alto de su teléfono móvil y la música de One Direction que escucha, motiva a sus cinco compañeros varones.
—Hagamos un ‘challenge’ (desafío) —les sugiere.
Es una líder innata. Sin ponerse de acuerdo, todos le siguen el juego y se quedan congelados de pronto. Nadie se mueve, hasta que alguno pierde la concentración y todos se lanzan a reír.
A las cuatro llega Blanca Nájera, otra de las psicoanalistas del grupo. Lleva en sus manos una caja repleta de imágenes que representan los populares memes de internet.
—Cada uno tiene que imitar un meme, y quien lo haga de forma más parecida, o más chistosa, gana —propone Blanca.
Los participantes, entusiastas, se reparten las cartas e inician el juego. Joel y José Carlos alteran la dinámica mirando las pantallas de sus teléfonos, mientras Leonardo toca la armónica. Las psicoanalistas los dejan ser felices, en libertad.
A Fabián le tocó representar a un mono. Después de imitar los memes del papa Francisco, Donald Trump y la niña llorona de internet, Leonardo, un joven delgado, rubio y de modales elegantes, hace la cara del sapo.
Joel lanza las cartas al suelo y Carlos Cabrera, su profesor, con dulzura y firmeza a la vez, le dice:
—Después las recoge, Joel...
Sin que medien palabras, el juego se interrumpe. Lucía pregunta:
—¿Quién es el más guapo de Atrios?
Nadie se atreve a responder.
Escuchar a los jóvenes para poder enseñar
Hace una década, Carlos Cabrera, psicólogo responsable de los espacios de música y cocina en Atrios, trabajaba como docente de jóvenes autistas en un colegio privado de Guayaquil.
“Había momentos en que los alumnos no hacían nada porque tenían clase de Educación Física. Yo me quedaba con ellos y me contaban sus problemas, cómo se sentían, y yo los escuchaba. Algunos estaban enamorados y no eran correspondidos; otros extrañaban a su papá, a quien no veían nunca. Yo entendí que detrás de cada joven con capacidades especiales hay una historia. Y que a partir de esa historia se puede transmitir el conocimiento. Así que empezamos a inventarnos juegos”.
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Apasionado con la idea de llegar a sus estudiantes, Carlos debía enseñar la estructura de una obra de teatro, pero al notar el fracaso aplicando la educación tradicional, decidió cambiarlo todo.
“Les pedí que escojan un tema, y a ellos les gustaba Scooby-Doo. Así que les dejé escoger a Scooby, Shaggy… Cada uno se inventó un diálogo. Toda la obra la armamos con sus palabras, era inédita, y les enseñé la estructura de actos. No copiamos una obra tradicional y funcionó. Además, fue divertido para todos”.
El arte juega un rol importante en la formación de un joven que vive con las dificultades de comunicación y las angustias del espectro autista. La psicoanalista Paredes considera que los jóvenes encuentran ahí un lugar donde colocar sus intereses, incluso sus obsesiones.
“Las pueden representar y ampliar, compartir, hacer una amistad, un vínculo desde el arte, porque vienen aquí y encuentran que otros comparten sus intereses, que a veces otros jóvenes de su edad ya no tienen”, indica.

En la clase de dibujo, Alejandro Gangotena no quita la mirada de los trazos de sus alumnos. Luis calca con esmero la silueta de Deadpool, mientras Lucía combina los colores rojo y amarillo para pintar. Alejandro guía sus pasos con sutileza, pues como profesor de arte (y también como parte del espectro autista) considera que el miedo puede paralizar a las personas y detener su potencial.
“Cada joven es distinto, y cada día es diferente. Hay que observar, preguntar, empezar con actividades que no les provoquen tantos nervios, como calcar. Hay dibujos con pocas dificultades, otros más complejos. Hay que preguntarles con qué quieren iniciar, ver si se sienten cómodos y proponer nuevos desafíos”, detalla.
Para Alejandro, el espectro autista viene acompañado de lo que él llama “perfeccionismo tóxico”. Sugiere enfrentarlos a nuevos retos de forma progresiva, proponiéndoles descansos y dejando de lado el orgullo y la negatividad.
Actualmente, los jóvenes se preparan para su segunda muestra de pintura y fotografía en octubre próximo. Sus psicoanalistas los escuchan y construyen con ellos su propia voz: un lenguaje nuevo, ruidoso, a veces incomprensible, disruptivo, risueño y distinto, como los memes que tanto les gustan.
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