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¡El incierto camino hacia el Panecillo!
Las señales de peligro y sitio seguro compiten a los pies de la Virgen más célebre de Quito. Algunos moradores temen transitar por las escalinatas de noche, donde dicen que suelen producirse robos.

A lo largo de este año, se han producido decenas de robos en esta zona tan emblemática.
La alerta está pintada en la pared: “Caution, tourists. Robery zone. Do not walk this street. Danger (Cuidado, turistas. Zona de robos. No caminen por esta calle. Peligro)”. El mensaje es un ‘stencil’ negro, que resalta en un muro de cemento levantado al lado derecho de las gradas que conducen de la calle García Moreno (centro histórico) hacia la Virgen del Panecillo. En la loma —de 200 metros y a 3.016 sobre el nivel del mar— habitan unas 10.000 personas. Es uno de los barrios quiteños más tradicionales, turísticos e, históricamente, también uno de los más inseguros según varios de sus moradores.
Para llegar a la cima hay que subir 600 escalinatas. Pero en el camino hacia la estatua alada —que da la espalda al sur de Quito y fija su mirada en el norte de la capital—, hay tramos de luz, oscuridad, ratas, perros, matorrales y advertencias de peligro.
A las 19:00 de un día laboral, la ruta peatonal para ascender al cerro luce desolada. “Es peligroso. A esta hora ya no hay policía. No le recomiendo subir”, sugiere un hombre que sale apurado del Instituto Superior Tecnológico Aloasí. En la primera mitad del trayecto, la luz de los postes alumbra el paso de una rata, que se esconde entre el césped crecido y parece vigilar a los pocos transeúntes que se animan a proseguir la marcha.
En las escalinatas no se aprecia vigilancia policial. El ruido de los vehículos que circulan por el centro histórico se silencia con los ladridos de los perros, encadenados a la puerta de la lavandería municipal, y el roce del viento contra los matorrales, que aviva el olor a orina. Al final de las primeras doce gradas irrumpe otra señal. Es un rótulo verde, pegado a un portón metálico negro. “Zona segura”, se lee en mayúsculas.
Pero a pocos metros, los focos se apagan y la ruta se oscurece. Desde allí arriba se observa la ciudad iluminada. Todos los días, esa panorámica atrae cientos de personas a tomar el camino. Según datos de la Policía Nacional, de lunes a jueves, diariamente, llegan 150 turistas. La cifra se duplica de viernes a domingo.
La luz de la Virgen de Quito aclara un poco el paso. El monumento, de 41 metros, aparece vigilante detrás de la Unidad de Policía Comunitaria (UPC) que opera en la parte superior del barrio, donde el movimiento turístico se hace más evidente. Desde la calle General Melchor de Aymerich, el graderío se estrecha, se convierte en una suerte de atajo que atraviesa casas habitadas, abandonadas y un sendero ecológico lleno de maleza. “Por allá es sólido, botado, de ley que es peligroso”, asiente a EXTRA uno de los uniformados de la UPC, que prefiere preservar su anonimato.
Doce agentes se distribuyen en los tres turnos que se cubren en cada jornada. “Está la Policía de Turismo para que no haya robos. Tratamos de dar una buena imagen”, añade otro de los uniformados. Sin embargo, ambos reconocen que “falta personal” en la noche.
“Terror” en el Panecillo
En las últimas décadas del siglo XX, la presencia de los ‘Mama Lucha’ transformó el Panecillo en un sector peligroso. La loma se convirtió en sede de la organización delictiva más importante de la capital, que se dedicaba a extorsionar a los comerciantes y moradores del sector. La supuesta jefa de la ‘mafia’ de los mercados, Luz María Endara (Quito, 1934-2006), se instaló en la parte posterior del cerro.
Édison Ortiz, morador del barrio desde hace 48 años, habla de Endara mientras, parsimonioso, sube las gradas para llegar a su casa. Este técnico en telecomunicaciones la recuerda como una mujer que presuntamente “metía terror” a los residentes.
Sus zapatos color café agitan el polvo de la tierra, como la “veterana, tucota, altota” y de cabello largo hacía con los vecinos. A él lo amedrentó: “Hace veinte años, bajé a ver un partido de fútbol. Me dirigí al árbitro porque estaba pitando mal. Pero era familiar de ella. En ese momento, la señora me amenazó con que me iba a sacar los ojos y me fui”.
Hace algún tiempo, según él, allegados de Endara supuestamente atacaron la UPC. “Vinieron a romper los vidrios y se armó un relajísimo”, asevera el quiteño. Uno de los uniformados consultados apostilla que las instalaciones, al parecer, fueron apedreadas porque habían desalojado a un grupo de la banda que bebía en la calle.
“Sí, me han hecho tener miedo”, admite María Durán. La mujer llegó al Panecillo hace cinco años y todas las tardes coloca un puesto, donde vende tortillas de papa, carne asada y empanadas de viento. “Roban y todo lo demás. Por eso no salimos”, comenta.
Bryan Marques se instaló en el barrio a los cuatro meses de nacido. Ahora, con 23, administra un ciber que atiende hasta las 21:00. El muchacho afirma que el sector antes era más conflictivo y se le conocía como uno de los peores de Quito. Pero contradice a sus vecinas y matiza que la situación ha mejorado porque “la vieja guardia de los delincuentes” ya no está: “Si no había una pelea a la semana, no era Panecillo. Si no había un muerto al mes, no era Panecillo... Pero ahora hay seguridad. Al fondo, que son las gradas, ahí es peligroso”.
Muchos malhechores ya murieron y a otros, como el ‘Viejo Antonio’, les golpeó el tiempo. El hombre es flaco, de 1,65 de estatura y se tambalea al caminar. Ya no tiene dientes y es difícil imaginarlo como uno de los capos del lugar. Bryan sostiene que antiguamente presumía de su poder y que, para mostrar su jerarquía, se llenaba de cadenas, pulseras y anillos. Pero en la actualidad, lo que queda de él es un sujeto con crucifijos —ninguno de oro ni de plata—, que viste una gorra y se abriga con una chompa beige, encima de una camiseta celeste. Todo en él, hasta los jeans y los zapatos, es viejo.
El tipo vive en la loma desde hace más de 50 años. Ahora tiene 60. Con una voz ronca y una trabada pronunciación, cuenta que creció allí. “Uno mismo hizo el barrio. La delincuencia se ha hecho más débil y los delincuentes ya están cansados. A mí nunca me han robado porque Dios es grande y poderoso”, resalta. “¡Al barrio se le respeta!”, grita antes de irse por las escalinatas.
El coronel Pablo Ramírez, subdirector nacional de Investigaciones contra el Delito del Derecho a la Propiedad, señala que, a través de diferentes servicios de inteligencia criminal, se han efectuado operativos para desmembrar grupos delictivos y que, en 2016, se desarticuló a parte de los ‘Mama Lucha’.
Sin embargo, admite que hoy, en el Panecillo, sujetos entre 15 y 38 años cometen actos delictivos a partir de las 17:00. Los turistas son las principales víctimas, sobre todo en las escalinatas, donde se producen asaltos y robos generalmente los jueves, viernes y sábados.
El último tramo del ascenso a la estatua más visitada de Quito es un laberinto. Hay unas bancas de cemento desde donde se admira la obra, compuesta por siete mil piezas. En los años previos a su muerte, varias personas vieron a la ‘Mama Lucha’ sentada en el lugar, a los pies de la Virgen, mientras sus familiares vendían platos de comida típica a los visitantes.
El corazón de la capital ecuatoriana
El espacio, conocido como Panecillo, Yavirac, Cerro Gordo o Shungoloma, está ubicado entre los sectores de San Roque y San Sebastián, en el centro de la capital ecuatoriana.
Siempre ha sido un hito para Quito. Patricio Guerra, del Archivo Metropolitano de Historia, explica que su importancia data de la era prehispánica, cuando funcionó como mirador, fortaleza y observatorio.
Después, en la época colonial, sirvió de fuerte a los españoles y como reservorio de agua. Para 1930, familias de escasos recursos empezaron a poblar el sector –que carecía de servicios básicos– y se inició la tugurización.