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¡Tenía la esperanza de ver resucitar a su hija!

Carola Cáceres, Guayaquil
Faltaban 12 horas para que se realizara la exhumación del cadáver de su adorada María Isabel. Entre fotos, diplomas y medallas que daban cuenta del óptimo rendimiento escolar de la fallecida, dijo: “Verdad que Dios lo puede todo. A lo mejor mañana encuentro a mi hija viva”. Las palabras de Sonia Bravo sonaban descabelladas, pero en realidad era su amor desmedido por ese ser a quien le había dado la vida hacía 31 años, y el no aceptar que ella ya no está en este mundo fue lo que le hizo concebir la idea de un milagro.
No parecía capaz de describir el dolor que sentía tras haber perdido a su única hija, María Isabel Alemán. Hablaba de ella con una vehemencia extraordinaria. Cualquier conversación que le traía viejos recuerdos a la memoria alteraba sus nervios, su voz se quebraba y empezaba a llorar. No había nada que la consolara: “Era mi vida, y mi vida se quedó con mi hija en el cementerio”.
Desde los seis meses de nacida, Sonia y María Isabel se convirtieron en una sola carne. Porque, al separarse de su esposo, a ella le tocó velar por su alimentación, educación y bienestar. Por eso no podía entender que haberse entregado en cuerpo y alma para prepararla y hacerla una joven de bien no sirviera de nada.
“Entró caminando a la sala de cirugía y -supuestamente- me la entregaron muerta. Me dijeron que era una operación de una hora, pero pasaron más de cinco y nadie me daba razón de lo que ocurría dentro”, rememoró Sonia, quien a sus 68 años anda de un lado para otro buscando justicia. Su hija solo buscaba afinar un poco más su cintura a través de una liposucción.