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‘Lagarteros’, en peligro de extinción
Los artistas tienen que estar ‘pilas’ en las madrugadas con los pillos que merodean las calles Lorenzo de Garaycoa y Sucre, para robarles los instrumentos. Ellos los encandenan a las sillas.
El paso del tiempo es inclemente para ellos y mucho parece indicar de que van camino a la extinción. ¿Quiénes? Los ‘lagarteros’, como son conocidos estos músicos y cantantes de vieja data que ofrecen serenatas en el centro de Guayaquil.
La vida de estos longevos artistas se puede resumir en experiencia y talento puro. Con una precisión: Ellos no están de espaldas al mundo actual, parece que el mundo a ellos sí. Al menos muchos piensan eso.
Aunque sus notas musicales suenan todas las noches, cada vez lo hacen con menos frecuencia.
Por estos tiempos son menos los ‘fieles’ que llegan, primero para escucharlos y, luego, para contratarlos.
Las tonadas salidas de sus instrumentos criollos rompen el silencio de las madrugadas en la tradicional esquina de las calles Lorenzo de Garaycoa y Sucre.
Allí tratan de hacerse visibles para esas nuevas generaciones que les pasan por las narices tarareando el último reguetón.
Afinan una y otra vez sus instrumentos que amoldan a sus añejas manos. Entonces estas melodías se convierten como en un grito desesperado de supervivencia en la noche porque cada vez son menos. El número de serenateros se reduce cada año, así lo afirma Clemente Muñoz.
Si antes sobrepasaban los cien músicos, ahora solo queda una veintena.
Son talentosos artistas urbanos que se congregan religiosamente en esta esquina.
Un ejemplo es Clemente, no vidente de nacimiento, quien sonríe y se toma la vida por el lado amable.
Dice que han aprendido a tener paciencia para esperar a los contratantes que no pagan más allá de 60 dólares por tres músicos y un cantante.
Él, junto con sus compañeros sentado sobre sillas plásticas que guardan en las casas aledañas, sabe que los tiempos han cambiado y, ante esto Clemente evoca los años en que llegó hasta tercer año de la carrera de Derecho en la Universidad de Guayaquil.
Afirma que los tiempos eran otros y esta actividad daba dinero. Pero eso pasó en la década de los noventa cuando aún había los suficientes románticos que llevaban serenatas a sus amigas, novias o a sus madres.
“Nosotros tenemos la historia del romanticismo de Guayaquil, pero nadie nos consulta ni nos indica para contar y dejar plasmados en un libro lo que hemos vivido. Por el contrario, aquí estamos destinados al olvido. Desde que la juventud poco se acerca a nosotros y desde que el amor a la música nacional se ha perdido, desde aquel momento nosotros estamos en peligro de extinción”, se queja.
¿Por qué se les llama lagarteros? El bongocero del grupo, Jorge Coronel, salta y responde: “Simple, porque aquí llegan a contratarnos y nos regatean hasta el último centavo, entonces me pregunto, ¿quiénes son los lagartos, ellos o nosotros? Por esa actitud es que nos han puesto esa mala ‘chapa’ que no nos la merecemos, pero ya está”.
El líder del Trío Caribe indica que la mala noche en ellos ya es costumbre, no es saludable, pero este es su trabajo y cuando hay contratos tratan de cubrir los días en que el sueño los vence y son víctimas de la delincuencia.
Así, bajo el ritmo de que ‘la esperanza es la última que se pierde’, Clemente Muñoz, Alberto Castillo, Jorge Benalcázar, Jorge Coronel y los demás integrantes del Trío Caribe, siguen pasando una noche más de sus vidas en su afición a la música y a lo que Dios les dio, su talento.
Al son del bolero ‘La gloria eres tú’, del cubano José Antonio Méndez, esta entrevista iba pasando entre ellos en un instante que los ha llevado a utilizar los puños para defender sus instrumentos muy apetecidos por los ladrones y, en especial, ahora por los adictos a la droga. “Los hacheros son los que al vuelo, apenas nos ven que cerramos los ojos por el cansancio, intentan llevarse algún instrumento”, cuentan.
“Como ya ha pasado, ahora hacemos guardia y nos cuidamos todos”, dicen. Ahora amarran los instrumentos a las sillas en la que descansan.
Jorge Coronel muestra disimuladamente una cadena y un pequeño candado que pende de su asiento.
Luego de una hora de plática, nadie se detuvo para contratarlos, era viernes y el negocio se dañaba aún más por la lluvia. Solo drogadictos y chamberos, tristes caminantes, los rondaban como gallinazos a esperas de la primera oportunidad de despojarlos de sus pertenencias y poder con ellos hacer su día.
Con la desesperanza a cuestas agradecían al EXTRA, que detuvo su marcha para conversar con ellos y enfocar su problema: la falta de contratos que poco a poco los va aniquilando.
Buscaron un refugio momentáneo en el equipo periodístico de este diario para pedir que el romanticismo no muera, que en las escuelas hablen de su oficio y que a los jóvenes les enseñen a pedir las manos de sus novias o enamorarlas con serenatas.
Afirman estar hasta que Dios permita y esperan que las nuevas generaciones no solo los contraten, sino que gusten de esta romántica profesión.
LLAMADA DE AYUDA
A través de EXTRA, los serenateros se ponen a las órdenes de los enamorados con sus teléfonos para contratos: Clemente Muñoz, al 2607756; Jorge Coronel, del Trío Caribe, al 0999113841