Actualidad
El oficio de ‘salir corriendo’
Los operativos iniciaron por las zonas consideradas críticas y conflictivas, pero se extenderán sobre todo en el sur de Quito. El vallado de algunos lugares preocupa a los vendedores.

En la calle Lizardo Ruiz, el comercio informal se realiza en carretillas para movilizarse más rápido.
La renovada calle Chile luce holgada y con menos bulla. Uno que otro vendedor camina por los costados de la calzada como para no ser visto. Se escucha bajito una voz que dice: “A ver, las vendas, para las rodillas, para el talón, para las fracturas”. No se detiene, sigue de largo, no quiere ‘dar papaya’.
Es Ider García, guayaquileño que reside en la capital desde hace 18 años y que ha recorrido el centro histórico con su mercadería casi el mismo tiempo. Se sienta unos minutos en las gradas de la iglesia de La Merced para descansar del soleado día, acomoda sus vendas a su lado y se pierde mirando hacia el Panecillo.
Cuando se levanta, lo hace despacio y cojea. “Es que los años no pasan en vano”, comenta sonriendo.
La presencia de agentes municipales es más evidente que en otros días. Alguien se acerca a comprarle una tina a una señora y uno de esos uniformados se acerca para pedirle que se retire. Por allí también se encuentra Rocío Falcón, ofreciendo cobertores para electrodomésticos.
“Lleve, lleve, para proteger su lavadora”, dice en voz baja. Camina por la calle Chile, pero no se acerca a las zonas donde patrullan los agentes metropolitanos. “Solo nos dicen que nos movamos, que no podemos vender aquí”.
Rocío asegura que no ha sufrido ningún maltrato ni le han decomisado su mercadería, pues se ha movido sigilosa por las calles del centro histórico, en las que pueda ganar el dinero con el que mantiene a su hija, aunque a veces no alcance “ni para la sopa”. En esos días tiene que quedarse unas horas más. “Depende de la jornada. Ciertos días puedo vender unos siete dólares”.
Las medidas
Más adelante, en la entrada de los túneles de San Juan, en el centro-norte de Quito, el panorama también es distinto a lo habitual. El parterre ya no está lleno de vendedores informales, pues las autoridades municipales ubicaron vallas para desalojarlos del sitio.
En medio de esos metales están Josefa Nieves y su hija Matilde Baque, con varias fundas de papas y maduros fritos. Sortean los automóviles y aprovechan el tráfico para ofrecer sus productos. Una de cada lado.
Su día, desde hace veinte años, empieza a las cuatro de la mañana, para preparar sus productos y luego venderlos en este sector. “Con esta medida no he podido sacar ni para el almuerzo”, se lamenta Josefa.
Ellas tomaron este oficio porque no tuvieron la oportunidad de estudiar o de conseguir un empleo fijo y viajaron hasta la capital por mejores días.
Por su parte José Luis Aguilar, supervisor de la Agencia Metropolitana de Control (AMC), afirma que esta zona, al igual que el redondel de El Condado, en el norte de la urbe, es un punto crítico que fue identificado.
“Allí ya necesitamos de otras acciones para forzar a los comerciantes a que no invadan las vías”, sostiene el funcionario. Además, Aguilar expresa que los productos que se expenden podrían “estar contaminados”.
Esta medida se la habría tomado para salvaguardar la seguridad, tanto de los conductores como de los comerciantes, pues son vías rápidas y de alto flujo vehicular.
Vallar estas zonas se decidió, según él, por algunas denuncias de ciudadanos que “se sentían acosados por los vendedores” y porque interrumpían el tráfico.
Sin embargo, Josefa y Matilde tienen dos décadas de experiencia y no han tenido ni ocasionado ningún accidente. Es más, ya tienen su clientela, que “no se ha quejado de que les hayan hecho daño los snacks” o que se sientan acosados.
“Ya nos ven y nos piden las papas, incluso para las colaciones de los chicos”, reitera Matilde, quien mantiene a sus tres hijos con esto.
Tratan de hacerse visibles a pesar de las vallas y encontraron un recoveco en el que se quedan para no ser atropelladas, pues el parterre ya no es una opción.
La zona de extranjeros
La presencia de migrantes que han optado por la venta informal es evidente en la ciudad.
Pero es a lo largo del bulevar de la calle Lizardo Ruiz, en Cotocollao, donde llaman la atención unas carretillas llenas de productos a cargo de personas que no entienden bien el español. No gritan ofreciendo lo que venden, permanecen de pie hasta que alguien se acerque a preguntar.
Las carretillas están llenas de insumos de limpieza personal y del hogar, meticulosamente acomodados.
Una bebé aguarda en un coche tapado con un plástico. Es la hija de Jean Leon, un haitiano de 25 años que también vino a probar suerte en el país.
Él y su esposa la vigilan todo el tiempo, no se alejan demasiado, la alimentan y la cuidan mientras se aseguran de que algún agente no esté cerca.
“La carretilla es para correr de los municipales, porque no tenemos permiso”, explica Jean, que de sus compañeros es el que mejor comprende y habla español.
La falta de trabajo fue la razón por la que optó por vender en la calle, aunque lleva tramitando su permiso desde septiembre de 2017.
“Debemos respetar a las autoridades, pero también tenemos que pagar arriendo y mantener a la familia”, responde muy despacio, como para darse a entender. La jornada de Jean y su familia también es larga: empieza a las 08:00 y termina pasadas las 19:00.
En la misma acera, Krisbel Araujo ofrece cigarrillos a los transeúntes. Busca guarecerse bajo la copa de un árbol, se sienta en una silla de plástico y como los demás está atenta al paso de los agentes.
Esta contadora de 22 años viajó tres días en autobús para llegar a Quito. Logró arrendar un cuartito con su esposo y mientras él se desempeña como albañil, ella vende en la calle.
“Cuando ellos vienen (los agentes) uno se tiene que mover a las transversales”, cuenta.
Es por ello que su caja es pequeña, para moverse rápidamente. Las jornadas son duras para todos los que han optado por este oficio, pues aguantan el sol fuerte de Quito, así como los vientos fríos y la lluvia, porque se desenvuelven a la intemperie.
Las retenciones
Jean recuerda que varias veces le han retirado sus cosas, pero que ya no va a reclamarlas, porque apenas le devuelven la mitad de lo que había en la carretilla.
A Matilde, en cambio, le pasa que más cara le sale la multa que reponer el producto que le han retenido. “Prefiero volver a hacer las fundas de papitas o chifles y ya”, indica la mujer.
En este sentido, José Luis Aguilar, inspector de la AMC, manifiesta que no “están en contra del comercio autónomo, sino del comercio informal”. Es decir que debe ser ejercido con los respectivos permisos, entregados en cada Administración Zonal.
Sin embargo, en la administración del centro de Quito, Manuela Sáenz, los cupos están llenos.
Limpiaparabrisas: también los ‘barrieron’
A partir del 23 de mayo iniciaron los operativos para retirar a los limpiaparabrisas de varias zonas de la capital. Según José Luis Aguilar, inspector de la AMC, al momento se realiza un levantamiento de información sobre las nacionalidades de estos trabajadores, teniendo como dato preliminar que al menos el 80 % son extranjeros, principalmente de países como Colombia y Venezuela.
Asimismo, dice que estos controles arrancaron debido a varias denuncias ciudadanas. La gente se quejaba de que era “acosada por los limpiaparabrisas”.
Hasta el momento se ha retirado a 200 personas.
Pilas con esto
Sanciones
Quienes realicen estas actividades sin el permiso municipal podrán recibir una sanción de la mitad de una remuneración unificada. Si reinciden, una completa.
Regulares
Según la AMC, existen 4.700 comerciantes autónomos regularizados en Quito.