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Viven en riesgo, pero no abandonan su hogar
Johanna Pisco, Muisne (Esmeraldas)
“Demuelen mi casita y ¿qué hacemos después?” se preguntan aquellos habitantes de Muisne, Esmeraldas, que ahora enfrentan al derrocamiento de sus hogares, tras el sismo de 7,8 grados que azotó el país, el pasado 16 de abril. Aunque se mantienen a la expectativa de que llegue una respuesta a esa disyuntiva, su “temple isleño” los ha impulsado a ponerse de pie, en medio de la tragedia que los rodea.
“Un palo, un saquito de cemento, cualquier cosa que nos dé una garantía de que no nos vamos a quedar sin techo”, es la ayuda que espera Juan Carlos Ramos, de 51 años. Su casa quedó marcada como ‘insegura’, tras la revisión técnica que realizó el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda.
Él y su esposa Carmen se niegan a la demolición, pero no se han quedado de brazos cruzados. “Sabemos que la ayuda llegará, pero no tenemos ninguna seguridad de cuándo”, manifestó mientras mostraba a EXTRA la pared ‘desgranada’ que yace en su patio trasero, la cual fue derrocada por él mismo, ya que debía proteger a su familia. “Aquí hay niños pequeños y si se cae, los mata”, continuó.
Juan Carlos y su familia son de los pocos pobladores que se han mantenido en sus hogares a la espera de ver a su comunidad levantarse de entre las ruinas.
Su caso no es aislado, Alberto Bone, de 51 años, perdió su casa y la de su hijo adoptivo. La mañana de ayer él y Jefferson, de 19 años, removían la madera en medio del lodo que se ‘engullía’ lo que fue su hogar desde hace seis meses.
“Lo que nos queda es limpiar la caleta, sacar y quemar esta madera, trabajar y empezar de nuevo porque no sabemos en qué condiciones llegará la ayuda”, afirmó el padre de cuatro hijos.
Depende de ellos
Estas dos familias, como alrededor del 80 % de los trabajadores de Muisne, viven de la labor informal, comentó Tyron Quintero, exalcalde del cantón. Eso, según él, significa que no cuentan con un ingreso fijo que les permita ahorrar cierta cantidad de dinero y volver a construir.
Juan Carlos y Carmen demoraron cerca de 10 años en reunir los 4.500 dólares que representó edificar su casa. “Comprábamos una varilla por aquí, un costalito de arena por allá”, añadió el hombre. Ahora, sin trabajo y sin clientela a quien venderle pescado, o lavarle la ropa en el caso de su esposa, les genera muchas dudas de dónde provendrá el capital para adecuar su casa para vivir, si es que no permiten la demolición.
“Otra manera de ayudar es logrando que las personas retornen a Muisne, para que volvamos a producir y podamos cubrir nuestras necesidades”, sostuvo Quintero.