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¡Viven sobre la basura!

Johanna Pisco, Muisne
El invierno, que traía consigo la preocupación por el virus del dengue y el zika, ahora suma otras posibles enfermedades que inquietan a los habitantes de las zonas afectadas tras el terremoto.
Danny Olave, de 37 años, perdió su hogar en la catástrofe. Ella es madre de siete menores de edad, de entre 3 y 14 años. “Las primeras noches fuimos a quedarnos en un albergue, pero el temor a las serpientes y alacranes nos hizo regresar a lo que quedó de nuestra casita”, manifestó la habitante de Muisne.
Allí la madre soltera montó un albergue con cobijas y plástico, más los colchones y elementos que recibió como ayuda. Sin embargo, este nuevo refugio fue ‘edificado’ en medio del lodo, la basura y a menos de dos metros de la chanchera de su vecino.
Cuando EXTRA llegó hasta su posada improvisada, Danny intentaba recoger la basura, pero mencionó que “es en vano”, pues por la noche el aguaje trae una nueva tanda de desechos sobre los que se ven obligados a transitar.
“Los niños tienen granitos y manchas que parecen hongos en su piel y nadie viene a prestarnos ayuda en la recolección”, sostuvo la mujer. Su preocupación, sobre todo, es que sus pequeños se enfermen y agregar a la desgracia en la que cayó su familia, de la cual cuida sola. Ella atribuye estas afecciones a la basura y calidad del agua, mientras muestra un contenedor con un líquido amarillento, que es con el que tienen que cocinar, lavar su ropa y asearse. “Ni si quiera porque le pongo cloro o la hiervo, mejora la calidad”, describió.
Del otro lado de la isla vive Iván Cancio, de 39 años. Él retorna todos los días a su casa, desde el albergue en el que permanece con su familia. Ellos vuelven para cuidar sus pertenencias y seguir levantando los escombros que quedaron. Su estancia, en lo que fue su hogar, implica que él y los suyos tengan que aliviar sus necesidades biológicas de alguna manera. Pero al no contar con un inodoro o agua para disponer de los desechos humanos han optado por arrojarlos al agua, para que con la subida del nivel del mar desaparezcan.
“Es que no nos queda más, lo más cercano es botar en el agua”, explicó el pescador. A una distancia considerable de su morada está un albergue, en el que hay un baño, pero el hombre dijo que el lugar está lleno y que, además, no siempre está limpio, por lo que para ellos “da lo mismo” y disponen de sus desechos como mejor pueden. Lo que no conocen es que parte de esos desperdicios probablemente llegarán hasta Danny y sus hijos con el movimiento del agua.