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También es tu culpa que yo finja orgasmos

¿A cuántas no nos ha pasado que conocemos al típico ‘machote’ que se jacta de haberse ‘comido’ a mil y una chicas y cuando debería llegar el clímax no identifica que tus gemidos podrían ganarse un Óscar?

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Collage: Rocío Soria Díaz.

Hace un mes empecé a escribir una serie de relatos sexuales llamados ‘Enciende la luz’, que aborda temas sobre sexo y relaciones físicas y afectivas, a través de los ojos y experiencia de un(a) protagonista. Las primeras han sido mujeres y adivinen el común denominador de sus historias: orgasmos fingidos.

Y no es que a nosotras nos encante pretender orgasmos, sino que toca zafarse de una u otra forma de sesiones de sexo que nos terminan aburriendo.

Durante las entrevistas, las frases más recurrentes que han quedado guardadas en mi grabadora son: “no saben usar la lengua”, “creo que ni siquiera saben que tenemos clítoris”, “solo piensa en meter el pene y ya”, “no me pregunta qué me gusta...”.

Yo asiento con cara de cojuda, tratando de disimular las ganas de gritarle a mi entrevistada: “¡Mujer, te entiendo perfectamente!”.

¿A cuántas no nos ha pasado que conocemos al típico ‘machote’ que se jacta de haberse ‘comido’ a mil y una chicas y cuando debería llegar el clímax no identifica que tus gemidos podrían ganarse un Óscar? Pues a mí, a mis amigas, a las chicas de mis relatos. La lista es larga.

No es una novedad que nuestro país aún cargue con dosis de machismo y estoy segura de que el sexo se lleva una gran parte. Está presente desde el muy trillado “hombre que tiene más mujeres es muy macho, y mujer que tiene más hombres es p*ta”, hasta el hecho de que se nos vea solo como un objeto en el cual introducir su órgano copulador.

A veces, muchas de nosotras lo fomentamos y respaldamos sin darnos cuenta. Topamos con el típico hombre orgullosísimo de su virilidad, que en los chats de WhatsApp aprovecha para ‘calentarte’ con la promesa de generar multiorgasmos. Como te gusta, sales con él. Coqueteas, terminas en una cama y pretende dominarlo todo. No te pregunta qué te gusta, qué prefieres, cómo satisfacerte mejor. Y nosotras tampoco hablamos. Nos sentimos avergonzadas de nuestro propio morbo, de nuestro propio placer, porque así nos han (mal) educado.

Una de las chicas, con la que inauguramos la sección de relatos, pasó muchos años fingiendo llegar al clímax porque no le gustaba cómo su esposo le hacía el amor: era tosco, se concentraba solo en su placer. Ella lo callaba porque tenía miedo de que él se fuera con otra. ¿Adivinan qué pasó? Se fue con otra.

Luego escuché el relato de una joven pansexual, es decir, la excitan más las cualidades personales de alguien que lo que tenga entre sus piernas. ¡Qué bacán! Ella me contó que si tuviera que elegir entre hombres y mujeres, se queda con las experiencias sexuales con chicas. Porque saben manejar mejor el sexo oral, conocen a la perfección las bondades del clítoris y —sobre todo— se preocupaban más por saber qué es lo que le excitaba. Una pena para nosotras las heterosexuales.

Para algunos caballeros, es como si les insultaras a la madre si les dices lo que te gusta o disgusta, si pretendes demostrar que sabes más que él. O lo que es peor, te preguntan: “¿Dónde aprendiste eso?”, con ojos desorbitados. Supongo que les quitas su autoridad de ‘machos alfa’ si pretendes reprimirlos y enseñarles cómo se hace. Sí, son machotes, incapaces de provocar un orgasmo.

Yo he tenido suerte. Me ha tocado fingir muy pocas veces desde que empecé a conocerme y a respetar mi placer sobre el ‘qué dirán’. Pero también es cierto que aunque esto ocurra y tengas plenos poderes sobre tu cuerpo, siempre estará allí el que se crea el amante perfecto, pero a la hora de la hora, los dedos, la lengua, el pene, la creatividad y la imaginación los tiene solo de adorno.