Crónica
Calman el hambre y las penas
La fundación Tacita Caliente elabora desayunos y meriendas para distribuirlos entre los familiares de pacientes de diversos hospitales de la urbe. Incluso los acompañan en sus velorios

120 meriendas se entregan todos los miércoles en el Hospital del Niño. Tres veces al mes van a este centro médico y solo una a otra casa de salud.
“Llueva, truene, relampaguee, se presente un terremoto, paro o pandemia, nosotros no nos detenemos por nada para servir al prójimo”, dice Rebecca Medina, ginecóloga y directora de la fundación Tacita Caliente, cuyos voluntarios preparan y reparten desayunos y meriendas a los familiares de los pacientes asilados en el Hospital del Niño Doctor Francisco de Ycaza Bustamante y otros centros de salud públicos de Guayaquil.
Desde 2008 realizan esta tarea. Su punto de acción principal es la casa de salud infantil antes mencionada, pues geográficamente es la más cercana a la fundación, ubicada en Hurtado y Carchi.

“Como no tenemos carro propio cogemos bus, taxi o vamos caminando. En invierno es complicado. Llegamos mojados, pero la comida caliente. Son seres humanos los que van a comer y los alimentos son empacados con todas las normas de calidad, como si lo fuéramos a comer nosotros”, indica la directora, quien asegura que los 50 desayunos que reparten de lunes a viernes son nutritivos y reforzados (avena, leche, frutas, tortilla de espinacas, etcétera), porque muchos de los beneficiarios no comen en todo el día, ya sea por falta de recursos o por la preocupación del estado de salud de su paciente.

Cuatro reglas
En el Hospital del Niño los atienden en el comedor. “Una vez le dije al director de ese tiempo que debemos dignificar a estas personas, si tenemos comedor, debemos servirlos allí. Ya tienen un dolor y no podemos hacerlo más grande”, menciona Medina.
Inmediatamente su solicitud fue aceptada, pero hay reglas fijadas por la fundación, las cuales son recordadas a los beneficiarios:

Con todo y pandemia
Igual salieron a servir en marzo y abril, el pico más alto del brote. Para ello implementaron las medidas de bioseguridad para proteger al equipo y a sus familiares.
“Tenía miedo y me decían que era una irresponsable porque tengo una madre de la tercera edad, pero no me puedo quedar quieta. Gracias a Dios ninguno de nosotros se contagió del coronavirus ni nuestras familias. No hubo ni hay pérdidas humanas, ni gripe común nos ha dado”, señala Medina, quien manifiesta que no solo nutren su estómago, también su espíritu, pues le hablan del amor de Jesús y en ocasiones los acompañan en velorios y sepelios cuando han perdido a su familiar. El servicio de amor... es completo.