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Diario Extra Ecuador

Buena Vida

¡Quieren algo más que verlos bailar!

Dos ‘strippers’ revelan las anécdotas más picantes de su profesión.

Foto de referencia. Historias como las de Maxi y Christopher son comunes en una industria que, según la agencia  Stripper Ecuador, no suma más de 80 bailarines en todo el país.

Foto de referencia. Historias como las de Maxi y Christopher son comunes en una industria que, según la agencia Stripper Ecuador, no suma más de 80 bailarines en todo el país.Internet

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“Yo no tenía experiencia. Cuando la señora dijo ‘vamos a mi cuarto, ahí se puede vestir’, no imaginé su verdadera intención. Luego me empezó a besar y sin pensarlo ya estaba encima mío...”, recuerda Maxi, un ‘stripper’ ambateño.

Tiene 29 años y una personalidad desinhibida. Sabe que bailar es un negocio y lo hace para quien le paga. “Yo no veo si es hombre o mujer. Hago mi trabajo y punto. Salgo ‘prendido’ para que mi miembro se vea más grande, pero me controlo cuando me pego a las chicas”, resalta.

Solo una vez aceptó la propuesta íntima de la mujer que lo invitó a cambiarse de ropa en una habitación. Esa experiencia no se borra de su memoria: “Fue confuso, no desagradable, pero no lo volvería a hacer”, agrega.

A pesar de que lleva ocho años como ‘stripper’ y sabe cómo “es la movida”, aún le resulta difícil tener una mujer tan cerca y no excitarse.

Él realiza eventos en Ambato, Quito y, de vez en cuando, en la Costa. “Aunque no lo parezca, las mujeres serranas son más atrevidas que las costeñas. Al principio se portan tímidas, luego es difícil retirarles la mano de donde no deben”, confiesa.

En una ocasión también tuvo que hacer un baile para un grupo gay. “Ellos fueron súper buena onda, muy comedidos, pero no supieron aceptar un no por respuesta. Les dije que no podía quedarme luego de mi show, así que cerraron la puerta con candado y no me dejaban salir. Tardé como dos horas, una pizza y dos cervezas en convencerles de que me abrieran”, concluye.

Perdió su ‘cola’

Christopher llega 15 minutos antes a la cita. En su maleta, un traje de bombero está listo para encender pasiones. Se ‘baña’ en aceite mientras se mira en el espejo y define sus músculos.

Fuera, unas 20 mujeres lo esperan ansiosas. Algunas con un billete en la mano, que pronto se deslizará sutil en el filo de su tanga. Él va con cautela, no le gustan los incidentes y recuerda con bochorno aquel espectáculo en el que una espectadora “jaló la cola” de su disfraz de diablo y rompió el interior al que iba sujeta. “Ese traje era mi favorito, mi adoración, el de la suerte... Desde ese día, nunca más lo volví a usar”, precisa.

Christopher nació en Colombia hace 22 años y llegó al país a “probar suerte en el modelaje”, pero se dejó tentar por el sensual arte del ‘stripper’.

La primera vez que salió a escena fue en Ibarra Imbabura. No tenía mucha noción de lo que estaba haciendo, pero con el tiempo ha tomado confianza. “No soy igual a todos, hago pasos diferentes, cargo a las chicas. En mis shows hay más contacto con el público, yo bailo con ellas”, relata.

En las mañanas, Christopher es instructor en un gimnasio. Comenta con picardía que en algunas ocasiones se ha ‘topado’ con sus clientes del centro de entrenamiento en algún show nocturno.

“Por ello no oculto lo que hago, no es nada malo. Cuando empecé no le dije a mi novia (de aquel tiempo) que era ‘stripper’. Entonces una amiga suya me vio en un evento y se lo contó. Ella terminó conmigo”, revela.

La marca personal que el bailarín tiene en sus shows es la pista de música en inglés de hip-hop y rap. Además, practica las coreografías tres horas a la semana y cada presentación dura 15 minutos.

“La mejor propina que he recibido fue de cincuenta dólares. Hay gente que me pone billetes de 5 o 10 en el borde de la tanga. A veces me quieren invitar un trago, pero les digo que tengo otro evento y me voy”, remata.

“Ha bajado bastante el negocio”

Historias como las de Maxi y Christopher son comunes en una industria que, según la agencia Stripper Ecuador, no suma más de 80 bailarines en todo el país. “Ha bajado bastante el negocio por el tema económico. Aunque la gente está más abierta a estas propuestas, no tiene el dinero para contratar los servicios”, detalla uno de sus voceros. Para él, los ‘strippers’ viven una lucha constante por hacer su trabajo de manera profesional y no ser estigmatizados como ‘scorts’ (gigolos). “Hay algunos bailarines que se prestan para otras cosas, pero no son todos”, añade.

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