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Buena Vida

Cynthia Viteri es aficionada del box y lo práctica en el gimnasio de su residencia.Christian Vinueza / Extra

“¡Mis tatuajes hablan de rebeldía!”

Cynthia Viteri es una mujer de combate. El país se acostumbró a verla “donde las papas queman”, en episodios históricos, como en la Asamblea Nacional Constituyente de 1997 elegantemente vestida. Ahora, EXTRA la presenta como nunca nadie la ha visto: bo

Cynthia Viteri es una mujer de combate. El país se acostumbró a verla “donde las papas queman”, en episodios históricos, como en la Asamblea Nacional Constituyente de 1997 elegantemente vestida. También en el balcón del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal), con jean y una corbata, en medio de cientos de hombres posesionando a Alfredo Palacio como nuevo presidente de la República, en reemplazo del derrocado coronel Lucio Gutiérrez, el 20 de abril de 2005.

Ahora, EXTRA la presenta como nunca nadie la ha visto: boxeando y luciendo tres tatuajes en la cadera. Es miércoles por la mañana y un manto amarillo cubre Guayaquil, como una premonición de lo que ocurriría horas después: Emelec perdería 2 a 0 contra el Deportivo Quito en la capital y Barcelona se convertiría en el nuevo monarca del campeonato nacional de fútbol, tras 14 años marcados por la derrota.

Pero a las 10:00 de ese 28 de noviembre de 2012, en una exclusiva urbanización de Urdesa, Cynthia Fernanda Viteri Jiménez, quien cumplió 47 años el 19 de noviembre pasado, comenzaba un nuevo día de los tantos de lucha política en el gimnasio de su residencia de tres pisos, de arquitectura rústica, de la que sobresalen columnas de madera oscura y piedra tipo ladrillo. La candidata a asambleísta nacional por Madera de Guerrero-Partido Social Cristiano encuentra un espacio en su agenda para atender la entrevista.

Su esposo Joaquín Villamar está de salida, pero sus asistentes Amalia Gallardo y Mónica Zamora reciben cordialmente a la visita en una especie de despacho, localizado en el subsuelo, mientras intentan controlar a su inquieto perro ‘Bombi’, de raza shih tzu. El otro, ‘Max’, un cocker spaniel veterano, descansa en el piso superior con los gatos ‘Fulana’, ‘Mengana’, ‘Perencejo’ y ‘Chivo’.

El gimnasio es de apenas cinco por cuatro metros y tiene un gran espejo de pared a pared en el extremo izquierdo desde la entrada. La sala está llena de máquinas como la tabla para definir abdominales, una caminadora, una bicicleta estática, un step e instrumentos para ejercitar brazos y espalda. Además, hay un saco de boxeo profesional Technical Knockout, de un metro diez de alto, colgado en la pared, y una pequeña pera lista para recibir decenas de golpes para calmar el estrés.

Un split a full potencia refresca los 30 grados de temperatura que asfixia a los más de tres millones de habitantes que tiene el puerto principal y que van a mil para poder instalarse en cualquier bar a ver el partido entre “chullas” y “eléctricos”. Veinte minutos después de la hora pactada, Viteri abre la puerta y entra violentamente a la sala, dejando a todos perplejos. Luce una prenda conocida como top deportivo de color lila y un pantalón plomo oscuro con rayas grises a la cadera que deja al descubierto uno de sus secretos mejor guardados: tres tatuajes grabados en la piel de su cintura hace doce años, luego del nacimiento de sus mellizos.

De los extremos surgen mariposas y del centro, cubriendo el ombligo, se aprecia una figura tribal que para ella significa el resurgimiento de un espíritu rebelde que llevaba escondido toda su vida. Saluda amablemente y se disculpa por citar al equipo en horas de ejercicio, mientras se coloca frente a la pera frunciendo el ceño cuando lanza el primer golpe. Pega el derechazo inicial al recordar que a sus 16 años quedó embarazada siendo estudiante del cuarto curso del colegio femenino La Inmaculada, del cual salió voluntariamente sin esperar sanción.

De todos modos, sabía lo que iba a ocurrir en la sociedad tradicional y machista de principios de la década de los ochenta en el puerto. Para evitarse malos ratos, Cynthia decidió “autoexpulsarse” y solucionar el problema de raíz. Su estado se hizo tan evidente que “vomitaba sobre el pupitre”. Aunque se casó con el padre de su hija, dos años mayor a ella, el apoyo de su madre, la jurista María Leonor Jiménez Campuzano fue vital, pese al golpe bajo que acababa de sufrir la familia tras la muerte de Yul, el hermano mayor de Cynthia, víctima de la leucemia.

Golpea más duro y suda cuando recuerda que el patriarca, don José Viteri Peña, se encerró en su biblioteca para gritar su dolor por la pérdida de su primogénito y desafiar a la mismísima muerte abriendo y cerrando la puerta del clóset donde guardaba su arma. El embarazo de su hija, la mayor de tres mujeres, lo golpeó, pero ella se hizo más fuerte. Pidió cupo en el colegio mixto particular Indoamérica, en Urdesa, al cual llegaba en la bicicleta de su hermano desde su casa en la Kennedy vieja, usando los jeans y camisetas deportivas sueltas de Yul, calzando alpargatas, para luego pedalear hasta el centro comercial Albán Borja a trabajar en un supermercado por tres meses, todo con el fin de poder pagar a la niñera de su hija y costear sus alimentos.

Dos veces terminó en el piso impactada por vehículos que no la vieron sobre ruedas. Antes de conseguir el empleo, Viteri se dio modos para sobrevivir, como crear un pulguero en Samborondón o administrar una vieja máquina de videojuegos en una tienda de su barrio. “Hacía los deberes en el cementerio, sentada sobre la tumba de mi hermano”, dice con un nudo en la garganta.

En el nuevo año lectivo ingresó a otro colegio femenino que no quiere nombrar. Cynthia estaba orgullosa de ser madre y ese sentimiento lo reflejaba al mostrar fotografías de su hija a las compañeras del salón. Esa actitud ingenua la pagaría caro, ya que la “novedad” llegó al despacho de la directora, quien intentó deshacerse de ella sin que ninguna estudiante lo supiera. Para eso escogió la primera hora y la convocó al rectorado. De pronto deja la pera y se pone los guantes de boxeo para plantarse frente al saco. Las gotas de sudor bajan por su cuello y se pierden en el top, mientras el pantalón deja ver un poco más en detalle las mariposas en los dos extremos de sus caderas. Levanta su pierna derecha y la impacta con fuerza contra la bolsa cuando dice que no acudió al colegio a la hora solicitada y esperó el recreo para ingresar orgullosa y desafiante al patio, lleno de niñas que aún jugaban a las muñecas, con su hija en brazos. En ese instante, todas sus “amigas” desaparecieron de la faz de la tierra y se quedó sola.

Ahí aprendió a valerse por ella misma, sin esperar la solidaridad de nadie. Regresó al Indoamérica y se graduó. Desde ahí, a correr que todo es pampa. Se tira al piso para hacer flexiones de pecho y recuerda que ingresó a la Facultad de Periodismo de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Guayaquil, pero desertó en el segundo año “porque decidí estudiar Leyes en ese mismo centro educativo”, donde estuvo hasta el tercer año, pero tuvo que dejar la carrera “porque no podía pagar las pensiones. Tenía a mi segundo hijo”.

Por eso aplicó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Guayaquil, donde logró graduarse de licenciada y obtener los títulos de abogada, doctora y postgradista en Derecho Constitucional. Pero además fue modelo, impulsadora, hizo fotos para calendarios y fue portada de revistas hasta que a los 20 años ingresó a la Corte de Justicia de Guayaquil como ayudante en el Juzgado de Inquilinato, ganando cuatro mil sucres.

Tiempo después ingresó a la televisión como reportera en Telesistema, Teleamazonas y Telecentro (ahora TC Televisión), donde se enamoró del periodismo de investigación y de la crónica roja. De la pantalla chica saltó al Departamento de Comunicación del Municipio de Guayaquil en 1992, durante la primera administración de León Febres-Cordero. Luego fue la directora de prensa durante la campaña presidencial de Jaime Nebot, hasta que llegó al Congreso en 1997. Son las 11:00. Luego de más de 25 flexiones, varias repeticiones de ejercicios para los brazos, piernas y abdomen, Cynthia se seca el sudor con una impecable toalla blanca, mientras sus asistentes le pasan el teléfono.

Una reunión de su movimiento la espera en pocas horas y debe despojarse de su “otro yo” con una ducha fría, maquillaje discretamente esparcido por el rostro y ropa elegante. Afuera hace calor y todos se alistan para la fiesta ‘amarilla’. Cynthia sale a pelear una nueva batalla política.