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Diario Extra Ecuador
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or Ángel Amador

angel77amador@gmail.com

Empezó la competencia. Amanda tenía 10 pokemones y Alberto solo 6. Esta pareja de amigos estaba bajo la fiebre de este juego, tanto así que acordó que quien más pokemones recolectara hasta las 20:00 debía cumplir el deseo del otro. Cualquiera que este fuera. Sin restricciones.

Alberto estaba perdiendo, pero le apostó a la rapidez. Consiguió la ayuda de un amigo que lo trasladó por toda la ciudad en busca de esos personajes. Mientras que Amanda prefirió la estrategia. Se concentró en los lugares que más pokemones aglutinaba. Además, estaba conectada en un grupo de Whatsapp a través del que se enteraba de estos puntos importantes en la búsqueda. Su obsesión era encontrar un Pikachú.

Mediodía. Alberto, 22; y Amanda, 24. Él tomaba impulso, pero ella no se dejaba. A las 15:00, Alberto, 30; y Amanda, 30. La joven empezó a perder batería en su teléfono.

Buscar un lugar para cargarlo le restó valioso tiempo. Alberto, precavido, tenía una batería portátil que le dio valiosos minutos para superar a su amiga. Eran las 18:00 y Alberto tomó la delantera. Ya tenía 38. Amanda perdió ventaja con tan solo 33. El reloj marcó las 20:00 y Alberto terminaba con 45 y Amanda con 44.

El joven fue a casa de su amiga a reclamar su premio. Entró. Ambos estaban solos. Alberto cerró la puerta y arrinconó a Amanda. “Vengo por lo mío”, dijo. Ella estaba confundida. “Lo que quiero es hacer el amor contigo”. Amanda estaba a punto de decir “no”, pero un beso de su amigo la calló. Ella solo se dejó llevar.

No alcanzaron a llegar al cuarto. La sala estuvo bien. En un viejo sofá desfogaron su pasión. Alberto prácticamente arrancó la ropa del cuerpo de Amanda. Uno sobre él otro. Sus cuerpos estaban entrelazados en un fuerte abrazo. Caricias. Besos. Arañazos. El roce de la piel los excitaba cada vez más.

Amanda olvidó que estaba pagando una apuesta. Lo disfrutaba. Sus manos recorrían sin parar el cuerpo de su amigo. De arriba para abajo y de regreso. Sus miradas estaban fijas la una del otro. El sofá rechinaba sin parar. Parecía que en cualquier momento iba a caer con ambos cuerpos desnudos al piso. A ninguno de los dos les preocupó eso. Seguían y seguían sin detenerse, entregándose a sus sentimientos, a sus deseos, a sus instintos.

La luz del día pegó en el rostro de ella. Despertó y lo primero que hizo fue revisar su teléfono. Contestó algunos mensajes. Por unos segundos olvidó el vicio de buscar pokemones. Observó a Alberto a su lado y recordó que ese vicio la llevó a ese momento. Inició el juego para probar suerte si encontraba otro. Ahí estaba. Un Pikachú sobre el cuerpo desnudo de su amigo.

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