“Ya les enseñé a vivir, ahora les voy a enseñar a morir”. Roberto Manrique recordó a su padre

Su padre, Xavier, lo entrenó para que aceptara su muerte, cuando un cáncer de pulmón irrumpió en su vida como un golpe en la cara. Al saberlo les dijo “ya les enseñé a vivir, ahora les voy a enseñar a morir”.

Por eso, el actor guayaquileño Roberto Manrique nunca perdió la sonrisa, aún en los momentos de fatalidad. Incluso recuerda con cariño el día en que abrazó por última vez a su progenitor, el connotado cardiólogo Xavier Manrique, mientras vivía sus últimos momentos en una sala de cuidados intensivos en 2005.

Roberto y sus hermanos habían creado un inocente juego que consistía en susurrarle palabras emotivas al oído para ver quién lograba subir más las pulsaciones de la máquina a la que Xavier estaba conectado. La ganadora fue su hermana, aunque nunca le confesó cómo agitaba su corazón debilitado, mientras él se esforzaba por prometerle que cuando ya no esté, cuidaría de toda su familia. También lo vivió dos años antes con su tío, el popular doctor Eduardo Manrique, quien falleció luego de enfrentar un agresivo cáncer cerebral.

Roberto Manrique es un hombre descomplicado, sin poses y dispuesto a luchar por lo que quiere. Lo demostró cuando dejó su carrera como diseñador gráfico y comunicador social en el país para viajar a Perú como un ejercicio de liberación personal. En el país del sur trabajó como bartender para subsistir, mientras buscaba una oportunidad en la actuación.

Pero la vida le sonrió en Colombia, después de pasar días sin comer, golpeando puertas para que le permitieran demostrar su talento. Lo que vino después se cuenta solo. Once telenovelas, diez series de televisión, un cortometraje, once obras de teatro y una nominación como protagonista de serie en los Premios TV y Novelas en Colombia.

Hace meses estrenó en Nueva York la película Traslúcido, de la cual es el productor ejecutivo. El filme se presentó en el Havana Film Festival en la Gran Manzana. Narra la historia de Rubén, un migrante ecuatoriano en Nueva York que recibe un fatal diagnóstico médico: cáncer terminal.

Le quedan tres meses de vida o probablemente un año y medio si decide tomar un tratamiento. De este tema, Roberto sabe mucho. Lo vivió en carne propia con su padre y su tío, que ahora estarán orgullosos de él, desde donde estén.