Buena Vida
¿Te gustaría ver a tu pareja teniendo sexo con otra persona?
Cinco horas de sexo con música, baile y alcohol. Después del show de medianoche, cada pareja se lanza a la lujuriosa aventura del trío. Hay hasta sadomasoquismo.

El show de sexo en vivo llega a la medianoche.
Se tumban sobre una colchoneta naranja. Ella, extasiada, le quita el jean y el saco. Él apenas puede bajarse el bóxer. Entonces, ella engulle su sexo mientras su cabello azota los muslos. Lo besa. Lo hace una y otra vez. Él, con menos ansiedad, hace lo mismo. Y todo esto frente a 24 voyeristas, doce hombres y doce mujeres, dispuestos a hacer lo mismo en un club swinger: una pareja de nerds que no se cansa de tener sexo, una cubana que pelea con su marido en el pasillo, un trío interracial...
Viernes, 21:00. A una cuadra de la Plaza Foch, norte de Quito, el club swinger se alista para una noche de frenesí. Locura, quizás.
Por fuera es una casa de dos pisos, ventanas cubiertas con telas beige y una puerta de metal. No hay ningún letrero, pero sí un hombre de baja estatura que controla el ingreso con un radiotransmisor.
Conversa con tres parejas que esperan entrar. Están dispuestas a pagar 50 dólares y tener experiencias sexuales con alguien más. A intercambiar. Las mujeres usan vestidos cortos: hoy hay descuento para quienes muestren las piernas.
A las 21:15 se abren las puertas. Un zaguán oscuro conduce a un lobby. Angie, detrás de una barra, guarda las carteras y abrigos. También vigila un látigo, una pluma bondage, esposas, antifaces... disponibles para quienes quieran jugar y excitarse. A un lado, unas escaleras conducen al segundo piso, donde un pasillo en forma de herradura esconde una pista de baile con un tubo de pole dance y cuatro habitaciones temáticas.
En el salón, las parejas conversan, beben, ríen y coquetean con la mirada. El Dj ameniza el espacio con reguetón. Luces de neón. Entonces, las tres parejas que antes estaban en la puerta se levantan y bailan ‘Felices los cuatro’, de
. Un gordo y una flaca se unen a otra mesa para intentar el intercambio. Otros van y vuelven de la barra con cerveza, whisky o Jagger.
La pareja de nerds se besa y se acaricia. De repente, desaparece. Más tarde vuelve sudada. Ella se abotona la camisa y él se aprieta el cinturón. Son los primeros en usar alguno de los cuartos.
Con un vestido de látex ceñido y botas hasta las rodillas, Vanesa -rubia, tez blanca, delgada y de 1,60 metros- se acerca para conquistar a los más novatos de la noche. Ella es swinger desde hace siete años. Empezó por casualidad, cuando en una reunión una mujer la besó frente a su esposo y él se excitó. Desde entonces, buscan terceros para cumplir sus fantasías. Su forma de operar, seducir a quien su esposo escoge. Pero esta vez, los principiantes se resisten. Más tarde cazará a un afro fornido, de 1,80 metros, y se encerrarán los tres en el cuarto oscuro, una de las habitaciones temáticas.
Misionero y lágrimas
A medianoche, los strippers se adueñan del salón. Un venezolano corpulento agarra y toquetea a las mujeres que lo miran. Se baja el pantalón y simula posiciones sexuales.
Una cubana, que frecuenta el club con su pareja, es una de sus presas. La pone contra el piso, ella abre sus piernas forradas con un microshort de jean y representan la posición del misionero. Ella disfruta mientras su marido, que los mira, frunce el ceño.
Cuando se levanta, la mujer estimula al celoso con una baile, se quita la ropa. Tiene sexo en el salón. Horas después, ella llorará en el pasillo tras ser recriminada por lo que sucedió con el bailarín.
En el mismo escenario también hay una mujer que seduce a hombres y mujeres. Ellos y ellas aprovechan para tocarla, lamerla, mientras hace striptease. El nerd, invitado por la bailarina al centro del salón, besa y agarra sus pechos con su novia como curiosa. Después, otra de las swingers la sobajea y repasa su lengua por los pezones. Está lista para lo que viene y lo que el público espera: verla tener sexo.
El nervioso
Un hombre con jean, zapatos deportivos y saco militar cruza el umbral. Se recuesta en la colchoneta naranja que espera sobre el piso de madera, ella se abalanza a desnudarlo. Él le saca el brassier negro y la deja en falda y tacones de aguja. Practican un 69; sin embargo, tiene problemas para mantener la erección. Ella se sienta sobre él y simula tener sexo. Él está nervioso, esconde su cara en los pechos exuberantes. Y así será hasta el final. Entonces, la libido inunda el ambiente, se apodera de los cuerpos y cada pareja agarra para alguna de las habitaciones.
El pasillo está desierto. El cuarto donde se practica sadomasoquismo -placer al sentir dolor por ser dominado o dominar- está ocupado por tres parejas. Allí dentro hay una cruz de San Andrés, a cuyas extremidades se atan tobillos, muñecas y otras partes de la persona sometida. A un lado, los nerds disfrutan con sexo oral en un cubículo dispuesto para que otros los vean. Luego pasan a la megasala cinema, donde se proyecta porno en la pared mientras otras tres parejas hacen lo suyo sobre dos colchonetas. Se miran, pero no se tocan. Tampoco se han quitado toda la ropa.
Una pareja hace la posición del misionero con ella arriba; a su lado, un hombre somete a su mujer; en el fondo, los mismos nerds, los insaciables, terminan otra faena. Huele a sexo -mezcla de sudor, roce y fluidos- y se escuchan gemidos discretos. Afuera, el afro fornido se pasea en calzoncillos.