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Diario Extra Ecuador

Buena Vida

Sofía odiaba el sexo... ahora es escort

Es ingeniera, pero trabaja como acompañante erótica luego de estar un año sin empleo. Lo hace porque su madre está enferma de cáncer.

Su progenitora la regaló a los cinco años. A los 14, un hombre de su familia adoptiva la violó. Le costó mucho volver a sentir placer, hasta que se enamoró.

Su progenitora la regaló a los cinco años. A los 14, un hombre de su familia adoptiva la violó. Le costó mucho volver a sentir placer, hasta que se enamoró.Gerardo Menoscal / Extra

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Los diminutos pezones de Sofía se endurecen como el chocolate caliente al contacto con el helado. El agua de la piscina, en la que sumerge su 1,70 metros de voluptuosidad, está fría y eriza su piel morena.

Desde que llegó a Ecuador, hace un mes, es la primera vez que está en la habitación presidencial de un motel. Le alegra que no haya sido para tener sexo, sino para contar lo que la trajo a este país, a trabajar como escort.

La mulata de senos firmes, vastas caderas y cintura estrecha es acompañante sexual de ejecutivos de alto rango, pero fuera de las habitaciones de alquiler es una joven cohibida, de 24 años, para quien no solo el placer está muerto, también el amor. Eso, lo promete.

Dos hombres congelaron su piel y su corazón, según ella, para siempre. El primero le arrebató su virginidad, sin su consentimiento, a los 14 años. El segundo, le regaló el amor más grande que ha sentido, pero envuelto en mentiras que le provocan un amargo rictus (gesto) en el rostro cada que las recuerda.

Aunque juró, cuando vio que la miseria empujaba a su hermana a los brazos de la prostitución, que ella nunca deambularía por ese sendero, todos y cada uno de los acontecimientos de su vida la direccionaron al sexo de paga.

Nació en un pueblo campesino y a los 5 años había sentido el abismo doloroso que el hambre forma en el estómago y en el pecho. La pobreza se agudizaba con cada niño que su madre traía al mundo. Empezó a parir desde los 15.

“Tuvo seis hijos, con seis hombres distintos. A algunos los dejó en algún lado, a otros, en otro....”, su voz es un murmullo que se confunde con el burbujeo del jacuzzi en el que juguetea, con el cuerpo y el alma desnudos. Sonríe con extrañeza. Es la primera vez que cuenta su historia.

Las carencias en la covacha, donde los golpes y gritos de la pareja en curso de su progenitora eran los protagonistas, se agravaron. Su madre la tuvo que regalar, como si fuera un cachorrito asustado, a una amiga. Ella le dio alimento, cuidados y educación.

Pero 9 años más tarde, cuando la pubertad empezaba a esculpir su cuerpo de mujer, su belleza despertó los más crueles instintos del esposo de su hermana adoptiva.

Empezó con miradas inapropiadas y luego, manoseos que cruzaban el límite de la privacidad. Sofía, incómoda y aterrada, trató de contarle a su allegada lo que la atormentaba, pero ella no le creyó.

“Hasta que un día estaba sola en la casa, él me encerró en una habitación y me...”, el recuerdo de la violación se le atora en la garganta y las lágrimas, que salen a borbotones, se confunden con las gotas de agua que recorren sus pechos hinchados. Pide disculpas y respira hondo unos segundos para continuar. Advierte que prefiere no detallar esta parte de su vida.

-¿Cómo hace alguien que ofrece sexo por dinero para no recordar algo así cada que la tocan?

No tiene respuesta. Su recién adoptado oficio -porque su profesión universitaria es la de ingeniera industrial- le taladra la mente y llega hasta aquella escena dolorosa que se repite, como una película de terror, con cada nuevo cliente.

Hay secuelas, se justifica, que llegan devastadoras cuando las caricias se tornan bruscas, pero con el tiempo ha aprendido a controlar sus movimientos y el de los hombres que la penetran.

Lo único que le sigue frunciendo el ceño y acelerando su corazón es que alguien agarre sus rodillas y abra sus piernas. No logra controlar el miedo.

Sin embargo, tiene un motivo más grande, que eclipsa aquel temor, para continuar firme con su convicción de cumplir con esta labor, al menos los 90 días que tiene de permanencia como extranjera en el país. Primero prefiere relatar lo que pasó con aquel mentiroso que le hizo llegar al cielo y desde ahí la empujó a las tinieblas.

Adiós al amor

Se zambulle en la piscina y en el tiempo. Emerge empapada, como alguna vez estuvo su entrepierna, cuando encontró el amor. Antes de eso, caminó por un sendero confuso en el que llegó a experimentar con mujeres, porque durante años detestó la idea de que un hombre la tocara.

Rogaba encontrar placer en el sexo lésbico, pero fue inútil. Odiaba al machismo que la violentó, pero le gustaban los hombres, dice con un tono lastimero seguido de una sonrisa quebrada.

Fue la primera y última vez que se enamoró. La única vez que el sexo la ha hecho estremecerse de placer. Tenía 20 años, había terminado la universidad, vivía sola y consiguió un buen empleo en una empresa en la capital de su país. Su vida parecía mejorar, sobre todo cuando conoció a aquel joven detallista, caballeroso, delicado, que siempre estaba pendiente de ella.

Fueron ocho meses en los que, a pesar de que jamás le confesó el porqué le costaba tanto hacer el amor con él, la entendió y poco a poco le ayudó a redescubrir que bajo aquel manto gris del abuso había una mujer ardiente.

La ternura y el romanticismo fueron las llaves para que Sofía entrara en la cloaca donde había encerrado sus fantasías sexuales. Compraba lencería erótica, velas, pétalos, champán, le bailaba... El acto que alguna vez la hizo llorar durante incontables noches seguidas, en ese entonces le regalaba el placer más intenso. “La magia del amor”, ironiza.

El dolor regresó

El tiempo se encargó de diluir el encanto. Los viajes ‘de negocios’ de su compañero se hacían cada vez más largos y, vaya coincidencia, siempre tenía que ir a sitios donde no había señal de celular.

Con una propuesta de matrimonio a cuestas, y varias excusas que no encajaban, con las que él evitaba pasar más tiempo con ella, pasó ocho días buscando en las redes sociales alguna información que le aclarara sus dudas.

Al fin dio con el perfil de una mujer que tenía no solo fotografías junto a él, sino con varios niños. Eran su esposa e hijos, y él se había cambiado hasta de nombre. “Sentí como cuando se te muere la persona que más amas”, trata de ponerle palabras a su desdicha, pero su rostro ido, con los cabellos negros pegados a las mejillas por las lágrimas, explican mejor su dolor.

No esperó más. Lo llamó, lo insultó y quiso desaparecer de inmediato. Ese mismo día renunció a su empleo y regresó a su pueblo natal para perderse entre el infortunio que la vio crecer.

Allí, el destino terminaría de darle la estocada a la vida que soñó. Su madre biológica estaba muriendo de cáncer, asentada en un terreno ilegal donde había levantado un techo que la resguardaba inútilmente del frío.

Le perdonó todo, el abandono, la pobreza, la irresponsabilidad, su inocencia perdida. Decidió revestir su propio tormento con el de su progenitora y su única meta era sacarla de ese calvario.

El único problema era que, durante un año, se le hizo imposible encontrar un empleo similar o mejor al que tuvo en la capital. Trabajó hasta de comerciante informal, pero el dinero se esfumaba.

Así, por recomendación de una amiga, el negocio del sexo puso su semilla en el estiércol que Sofía majaba a diario. Germinó hace un mes y “aquí estoy”, suspira encogida de hombros.

Pero nadie sabe ni dónde está, ni en lo que trabaja. No porque le dé vergüenza, sino porque no es algo a lo que se quiera dedicar por más de un año. Luego pretende volver a ejercer la ingeniería y no piensa apuntar el trabajo de escort en su hoja de vida.

Está consciente de que pocos la van a entender. “Es un trabajo normal, hay que cuidarse, mantener un rango, ser respetuosa...”, se descarrila explicando todo lo que ha aprendido.

Por primera vez desde que entró al oscuro cuarto de motel su sonrisa de dientes perfectos se amplía de agradecimiento por los clientes conversones y amables que ya se han calentado con el témpano de cuerpo.

No siente nada cuando ellos la poseen, pero le alegra saber que su sensualidad ya le permitió mandar 400 dólares a casa, donde espera regresar con los bolsillos y el alma llena. Porque aunque reniegue del amor, al final, es lo que le da fuerzas para seguir.

¿Qué es una escort?

También llamada dama de compañía, es una acompañante remunerada a la que un cliente paga por acudir con él a reuniones, fiestas, salidas a otra ciudad, etc. La contratación puede incluir o no sexo, pero por lo general tienen fines sexuales.

Las tarifas, según Sofía, van de acuerdo al tiempo y a la trabajadora.

Producción: Gelitza Robles, Agradecimientos: Moteles Éxtasis. Instagram: @motelesextasis.

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