Buena Vida
Se acurrucaron en las calles

Edisson Aleaga Ramírez, Guayaquil
La mayoría no se conocían y lo que era peor, cada grupo tenía una nacionalidad diferente. Sin embargo, durante la madrugada de ayer, unas veinte personas que vivían en un edificio de cuatro plantas en el sector de la Bahía y que sufrieron con el temblor, se volvieron una familia para cuidarse mientras dormían en las aceras de Guayaquil.
Cubanos, venezolanos, dominicanos y africanos, ninguno quería regresar al departamento que alquilaban en el inmueble, porque temían que una réplica los agarrara en pleno descanso.
Sin saber para dónde ir, los extranjeros buscaron lugares abiertos para juntarse e intentar conciliar el sueño. “Ingresamos al malecón, pero nos sacaron y los parques están cerrados”, aseguró Mila Rivas, una dominicana que llegó al país hace tres años.
Cansados de buscar un sitio para pernoctar, los ‘peregrinos’ decidieron acampar afuera del Club de la Unión, en la avenida Olmedo, con la esperanza que amaneciera pronto y que con la luz del día las cosas pudieran estar mejor. En el piso o arrimados a un poste, cada uno intentaba cerrar sus ojos para olvidar la pesadilla.
Elizabeth Peralta de Aranguren, maestra jubilada y oriunda de Venezuela, frotaba sus manos con preocupación, porque su hija -desde su país- se había enterado de la tragedia en Ecuador y debido al colapso de las comunicaciones, era poco o nada lo que había podido decirle de su situación.
Las familias
El parque Huancavilca, en la avenida Quito entre Padre Solano y Manuel Galecio, acogió a varias familias que pasaron la noche en dicho lugar.
Llegaban con sábanas, almohadas, cobijas y uno que otro bien personal. No sabían a qué hora regresarían a sus viviendas.
A las 04:00 el sueño no rondaba en sus cabezas. Temían otro sacudón y que el mundo se les cayera. Los minutos eran eternos y la ansiedad los consumía.
Los habitantes del edificio Panorama, en el malecón Simón Bolívar, también abandonaron el inmueble.
Junín Morán, guardián del condominio, aseguró que el edificio quedó vacío. Algunos de los inquilinos olvidaron sus mascotas. Horas después regresaron para rescatarlos.
En medio de la oscuridad, quienes huyeron del terremoto, rogaban en silencio que la Tierra no volviera a descargar su furia. Y contaban los segundos para que los primeros rayos de sol iluminaran el día después de la tragedia que colgó un enorme listón de luto en el corazón del Ecuador.