Se jugaba el minuto 83 y la noche helada de Nueva Jersey parecía guardar un último secreto. Ecuador ganaba 1-0 a Nueva Zelanda, el gol de Nilson Angulo ya estaba escrito, pero el partido pedía una escena más, una de esas que se quedan en la memoria colectiva. 

Y entonces, sin anuncio previo, sin poesía previa, llegó ese instante que cambia biografías: el primer gol de Leonardo Campana con la Tri de mayores.

Todo nació en los pies inquietos de Gonzalo Plata. Encaró en el área como si llevara un motor oculto, se abrió espacio, remató y la pelota, caprichosa, rechazó la gloria.

Así fue el gol de Leonardo Campana

Buena jugada de Gonzalo Plata

Pero Plata, que ve fútbol donde otros ven rebotes, dejó un pase al vacío, un regalo suspendido en el tiempo. Y ahí apareció Campana, 25 años, seis años de espera, veinte partidos sin poder gritar uno propio. Llegó y tocó la pelota como quien abre una puerta pesada: con paciencia, con fe, con hambre. Gol. Por fin gol. Y festejo. Y desahogo.

Campana no había hecho un partido brillante, pero nunca dejó de buscar. Corrió, chocó, acompañó. Fue solidario cuando debía serlo y testarudo cuando pedía serlo. La recompensa llegó cuando el reloj ya empezaba a bostezar. Ecuador ganó 2-0, cerró una gira sólida y se aseguró un lugar en el bombo 2 del Mundial. Y él, ese “9” que todavía escribe su propia novela, dejó una marca en la hoja.

El festejo de Campana con sus padres

Seis años después de su debut, un día cualquiera, por fin hizo un gol con la selección de mayores. Un gol que se gritó en la cancha y, sobre todo, afuera. Porque cuando el partido terminó, Campana corrió hacia donde de verdad nacen los sueños: los brazos de sus padres, el extenista Pablo Campana e Isabel Romero, dos deportistas que saben de victorias lentas y derrotas necesarias.

La noche de Nueva Jersey no fue solo un triunfo. Fue un comienzo. Y Campana, ahora sí, ya tiene su primer capítulo.

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