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Millán Ludeña le ganó a la muerte

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Mareado, a paso lento y esforzándose solo por respirar, el refugio fue más que nunca cuatro paredes en las que aislarse del mundo. Tomar fuerza, descansar y pensar.

Millán Ludeña, en busca de completar su reto From Core to Sun, cruzó la puerta del cobijo situado a 4.800 metros en el Chimborazo a las 20:00, después de 16 kilómetros de ascensión. Con las piernas débiles, se tumbó y pidió una sopa caliente, como única esperanza de abrir “mínimamente” sus bronquios.

Sorbió el plato, y se acostó dos horas y media, consciente de que quizá serían las últimas de la aventura. Cada segundo empeoraba su salud, deteriorada en el corre corre entre Sudáfrica, donde completó medio maratón a 4.000 metros de profundidad, y el nevado ecuatoriano. Después tuvo que decidir si seguir ascendiendo aquel volcán con el que tantas veces soñó, o claudicar.

Nadie, incluida su esposa Carolina Bassignana, quiso decirle nada. Pero las luces de los frontales de su equipo iluminaban una cara deforme, hinchada, y en la que destacaban sus ojos como dos puntos rojos que transmitían temor por la enfermedad y la falta de oxígeno. “Si pasaba algo tendrían que inyectarme EPO, acelerarme el corazón y bajarme en una especie de camillas para muertos, porque el helicóptero no podía llegar hasta allá. No puedo decir que no pensaba en la muerte, pero estaba con mucho coraje interno”.

Cuanta más altura, más se cerrarían sus bronquios, aumentando el riesgo de tener el temido edema pulmonar (agua en los pulmones). Entonces, sucedió un momento clave. Todos los presentes hicieron una oración, le pidieron a la montaña que abra sus puertas y a Dios que los proteja. “Es ahí cuando pierdo el miedo y acepto seguir, pase lo que pase. Asumí quedarme sin la última gota y desmayarme si era necesario. Me dije que si esa noche era la última, que lo sea”.

Encaró la muerte. O la vida, porque este atleta ecuatoriano necesita vivir al límite para sentir el paso de los días. Luchó, bregó contra su físico y su mente, y acabó llorando en la cima del Chimborazo. Los abrazos con su equipo, su esposa y sus padres no los podrá olvidar “nunca”. Ahora, diez días después, y aún asimilando que está “hecho mierda”, según los médicos, comienza a ser consciente de lo logrado.

“No creo que encuentre mis límites, pero la búsqueda te hace mejor. He crecido y evolucionado mucho”, explica recostándose en una silla de la redacción de Diario EXTRA, contando esta historia que comenzó como una “locura absurda”, y que le ha dado la oportunidad de ser histórico y protagonizar un documental que espera poder presentar en febrero.

“Tengo clarísimo que voy a seguir con todo esto, me siento vivo, siento que puedo hacer más desde esta esquina”, asume. Buscará seguir transmitiendo emociones, como las que él protagonizó durante esta semana que pasó desde el lugar más profundo al más cercano al sol.

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