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¡Una noche de bandera!

Patxo de la Rica, Quito
“¿Hoy juega la selección?”. Una señora, refugiada en un portal, abrumada y sin llegar a entender el porqué de la marea de gente que caminaba por la avenida Naciones Unidas, gritó sin esperar respuesta. “¡Hoy juega Independiente!”, le contestó una voz perdida entre la muchedumbre. La señora, claro, seguía sin comprender nada. Cómo imaginar que un partido de un humilde equipo de Sangolquí iba a generar esa reacción del pueblo ecuatoriano, a pesar del llamado del club para apoyarles en los octavos de final y ayudar de manera directa a los afectados por el terremoto.
Este país no ha visto nada igual en su historia futbolística. Los aledaños del estadio quiteño fueron un hervidero de aficionados, cada uno con su camiseta preferida, al grito de “Ecuador, Ecuador”, el mismo que cada vez que juega la ‘Tri’ retumba en la capital. Y lo mejor, las sonrisas eran eternas en cada uno de los que se dirigían al estadio.
Lo que tampoco sabía aquella desconcertada señora es que si hubiese salido de su agradable portal con una camiseta de fútbol cualquiera y hubiese pasado por uno de los accesos de la Casa de la Selección, dentro esperaba una estampa maravillosa, que los que estuvimos allí tardaremos en olvidar. Quizá nunca lo hagamos porque fueron dos horas de orgullo ecuatoriano en su máxima expresión.
“Qué gusto da ver así el Atahualpa”, comentaba un seguidor de Emelec nada más cruzar el acceso 13 y dirigirse a la general central. Allí, minutos antes del pitido inicial, los aficionados tenían que buscar un espacio para poder plantar sus pies y disfrutar de la fiesta. Lo de sentarse, claro, hacía tiempo que era una quimera. Todos los asientos estaban ocupados, y, en el mejor de los casos, conseguías primera línea de pie.