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Ecuador

Drama familiar detrás del estudiante asesinado en Atacames: “Estamos muertos en vida”
Deudos no aceptan la sentencia a seis años de internamiento para el joven que lo mató de una puñalada
El cuarto permanece intacto. La cama está tendida, la ropa doblada y en las paredes cuelgan las gorras, camisetas, recortes y dibujos escolares. Todo quedó como él lo dejó la última vez que salió a clases. Nadie ha tenido el valor de mover nada. Su madre a veces entra, toca sus cuadernos y acaricia sus camisetas, pero pronto las lágrimas la obligan a salir. En un rincón, guardan el teléfono celular que tanto le costó conseguir y que fue la causa absurda de su muerte.
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El dolor y tristeza permanecen en casa del alumno de 17 años asesinado con una sola puñalada propinada por un compañero de colegio, en la ciudad de Atacames, en la provincia de Esmeraldas, en junio pasado.
El adolescente fue atacado el mismo día que regresaba a clases en el colegio fiscal donde estudiaba mecánica. Había faltado dos semanas porque su madre insistía en cambiarlo a una institución privada, convencida de que estaría más seguro. Él se negó, quería quedarse con sus compañeros y terminar el año allí.
El agresor, que buscaba robarle un celular que la víctima había comprado con esfuerzo vendiendo pescado y mangos, fue sentenciado a seis años de internamiento, según difundió la Fiscalía el 2 de septiembre de 2025.
Para la familia, la condena es una burla. “¿Usted cree que seis años valen la vida de mi hijo? Ese día no solo mató a mi hijo, nos mató a todos. La diferencia es que él está enterrado y nosotros caminamos muertos en vida. Como padres, solo vivimos para criar a nuestras hijas”, dice su madre entre sollozos.
La familia busca una verdadera justicia. Han apelado el fallo, exigiendo una condena mayor. Insisten en que no buscan venganza, sino respeto por la vida de un muchacho que no pertenecía a ninguna banda, ni tenía cuentas pendientes con nadie.
Recuerdos dolorosos
El 8 de junio de 2025, el día en que estudiante cumplía 17 años, su familia no encendió velas para un pastel sino que llevó su cuerpo a una tumba. En lugar de abrazos y risas, sus seres queridos lo despidieron en un ataúd. Una sola puñalada, propinada por un compañero de colegio, bastó para acabar con su vida, después de doce días de permanecer hospitalizado.
“Ese niño era la vida de nosotros porque era el hijo varón, era la vida y el mundo del papá y sus dos hermanas”, afirma la madre, conteniendo las lágrimas.
El dolor es tan fuerte que la familia ya no vive en esa casa. Los recuerdos eran insoportables. Su padre pasaba las noches llorando en el cuarto, su hermana mayor dejó de comer y la más pequeña, de apenas dos años, sigue preguntando por “su papito chiquito”. “¿Cómo le explico que su hermano no volverá?”, se pregunta la madre, quien ahora carga el peso de sostener a todos en medio de la tragedia.
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