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Defendió su derecho a ser hombre

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Lucero Llanos, Guayaquil
No recuerda la edad precisa en la que comenzó a sentir que estaba en el cuerpo equivocado, pero sí muchas anécdotas infantiles a las que ahora les encuentra sentido.
“En ese tiempo, las niñas jugaban al papá y a la mamá. Obviamente, las muchachas eran la mamá y yo el papá”, narra Andrés Torres Vinces, de 20 años, quien hace aproximadamente tres descubrió que era un trans masculino y no una lesbiana, como había pensado hasta entonces.
“Siempre me gustaron las niñas. Incluso en aquella época tuve novia”, confiesa. Con algo de picardía, detalla que su primera enamorada la tuvo a escondidas, a los 10 años.
“Nadie de mi familia lo sabía. Creo que mi papá medio lo notaba, pero no me decía nada, no me retaba”, recuerda.
De Andreína, la mujer biológica que era antes, queda muy poco: los recuerdos y sus órganos sexuales.
Su voz, aunque aguda, es varonil; y su silueta ya no delata que alguna vez ese cuerpo tuvo curvas.
“Ahora (mis papás) sí lo saben”, prosigue Andrés. Sus progenitores están separados desde que tenía cinco años. Sin embargo, sí conocen sobre su identidad de género. Él vive con su madre, al sur de Guayaquil.
Como si se tratara de una película, Andrés regresa mentalmente hasta sus días de adolescencia y describe a Andreína.
“Anteriormente, mi mami casi me obligaba a vestirme como ella quería. Le gustaba que me viera bien, con falda y blusitas pequeñas, cosas así. En los demás días, yo me vestía tipo roquerita, con pantalones, camisas negras y zapatos tipo Converse”, cuenta.
Para cuando cumplió 17, vino su primer cambio drástico antes de dar el paso definitivo: empezó a vestir como un chico, con pantalones y camisetas, aunque sus rasgos todavía eran los de Andreína.

Ser libre
A los 18, sintió que no podía seguir ocultando sus sentimientos. Y un día que surgió la oportunidad, se los reveló a su mamá.
“No es que me sentara y hablase con mi mami. Simplemente ella se dio cuenta de que en Facebook había publicado que mantenía una relación con una chica. Me preguntó qué me pasaba y yo le dije que era mi novia”, relata con sencillez.  Afortunadamente no hubo reacciones negativas.
“Antes no lo había hecho por miedo a mi familia  y como previsión de que no me dejaran salir. Siempre lo he hecho solo, nunca me prohibieron salir con mis amigos. Entonces mi miedo era que no me dejaran juntarme con los chicos”, confiesa.
Tras aquello, asegura que la comunicación con su mamá mejoró. “Inclusive comencé a contarle que tenía novia, con quién salía, a dónde iba, ese tipo de cosas”, explica Andrés.
Aunque para él resulta indispensable que lo traten como un varón, señala que hace pequeñas excepciones cuando está en  familia.
“Mi mami a veces me llama en masculino y, a veces, no lo hace. Pero es porque tiene la idea de que dio a luz a una niña”, justifica.
“De quien no lo entendería es de otras personas. Si me trataran como chica, ahí sí reaccionaría de otra manera. Pero de mi madre y mi familia, creo que no”, advierte.
 
A la fila de chicos
Dejó de estudiar a los 15 años porque prefería pasar más tiempo con sus padres, pero hace tres volvió a las aulas.
Recuerda que ingresó a noveno curso y que, pese a que se sentía incómodo, usaba falda y blusa. “No estaba informado de que había derechos”, reconoce. Por ello, recién a finales de 2014 comenzó a vestirse de chico.
Sin embargo, aunque amigos y compañeros lo consideraban como tal, algunos docentes insistían en tratarlo como una mujer.
Por eso, en enero del año pasado presentó una denuncia ante la Defensoría del Pueblo.
Luego de que ambas partes comparecieran, llegaron a un acuerdo reparatorio. Ahora, de acuerdo a su identidad de género, usa el uniforme masculino y se forma en la fila de los hombres. Al momento de ir al baño, entra al de los profesores varones, ya que por su biología no puede utilizar los urinarios del baño de estudiantes.
Actualmente cursa el segundo año de bachillerato, en el horario nocturno de 18:00 a 22:00.
 
Un cambio a paso lento
Andrés luce varonil, aunque su tratamiento hormonal aún no ha finalizado. Lleva poco menos de dos años y se siente satisfecho con los resultados del proceso a través del cual un profesional de la salud le inyecta hormonas masculinas cada mes para conseguir los cambios en su cuerpo.
Su primera dosis de testosterona jamás la olvidará, pues fue un 25 de julio, el mismo día del cumpleaños de su madre.
“Siempre le he tenido miedo a las agujas y aquel día aguanté”, comenta.
Fue en pleno Mundial de Brasil 2014 y, pese a que ya se había hecho un corte de cabello al ras, su rostro aún conservaba los rasgos finos de una señorita.
Incluso recuerda que un medio de comunicación, que ese día estaba en la oficina de Silueta X, lo fotografió para una nota sobre el procedimiento.
En la imagen, Andrés aparece decidido, mirando al horizonte. En los segundos posteriores al pinchazo, sintió cómo la solución oleosa de la ampolla penetraba debajo de su piel, se expandía por su brazo y le generaba una sensación de calor.
“Me dolió bastante. Como viajo hasta el sur en la Metrovía, me lastimaba el brazo porque la gente me tocaba y me empujaba”, relata.
Por esto, cambió la dosis de hormonas  y pidió que se la pusieran en el glúteo.
“He seguido con esa y no tengo ningún problema. Ya no me duele y me he acostumbrado a las agujas”, explica mientras se encoge de hombros.
Al mes de su primera inyección, desapareció la regla. A los dos, vinieron los cambios en su rostro, aunque sigue esperando que le salga barba. Su voz también cambió.
Dice que sus pechos nunca le dieron guerra porque “tiene poquito”, a diferencia de otros trans masculinos, quienes recurren a vendas, fajas o bividís especiales que comprimen sus senos.
Pese a ello, no descarta la opción de quitarse las glándulas mamarias y los ovarios más adelante. “Espero hacerme una mastectomía. Con el tiempo también quiero quitarme los ovarios porque esto de las hormonas puede hacerme daño”, expresa. “Todo está en que         -Dios quiera- no me pase nada y tener un trabajo, porque cuesta. Todavía estoy estudiando en la nocturna”, agrega.
Cuando tiene la oportunidad, Andrés colabora como activista con Silueta X. Dice que le gustaría formarse para chef en el exterior. O quizás, como le va bien con los números, apostar por la arquitectura o por aprender música.
A sus 20 años, Andrés es un soñador con los pies en la tierra. “No me complico la vida, yo le hago a lo que sea. Si me explicas algo, lo aprendo y lo puedo seguir”, manifiesta con una sonrisa.

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