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Dibujos, juegos y cuentos para hablar sobre lo que pasó

Lucero Llanos, Guayaquil
Cada niño es un mundo. Pero este puede ‘tambalearse’ un poco después de verse cara a cara con una situación traumática como un terremoto.
Por ejemplo, Harold y su esposa tienen dos hijos: un niño de 8 y una nena de 10. Aunque el sismo del pasado 16 de abril lo vivieron juntos y en Guayaquil, han notado algunos cambios en sus comportamientos habituales.
“Mi hijo era de las personas que cuando salíamos, prefería quedarse solo en casa viendo televisión. Después del terremoto, él quiere bañarse hasta con la puerta abierta. No se queda solo. Llora si lo dejo. Tiene miedo. En cambio, la nena está superpreocupada por la abuelita o por la mamá. A ella le cogió saliendo del baño y piensa que cada que hay un temblor o terremoto va a haber un tsunami”, detalla el padre con preocupación.
La hija de cuatro años de Mercedes también experimentó alteraciones, aunque estas fueron más leves. Volvió a dormir con sus padres y al llegar la noche preguntaba si otra vez iba a temblar. “Se levantaba en la madrugada hasta que empezó la escuela y poco a poco fue regresando a la normalidad”, relata la madre.
Y es que los niños, al experimentar o presenciar eventos perjudiciales e inquietantes, como un desastre natural, pueden sentirse menos seguros y como consecuencia de ello, modificar sus sentimientos y comportamientos con relación a las personas que los rodean.
Por eso, Catalina Jara, especialista de la organización Psicólogos Voluntarios de Chile, que vino al país por invitación del Club Rotario, explica que al momento de trabajar con niños se debe hacerlo también con su entorno cercano.
“Es importante intervenir a las personas que están a su cargo. Generalmente son los padres o cuidadores más cercanos. Los niños aprenden todo por modelaje”, explica Jara.