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Fútbol, sexo y tequila
Modelos, faranduleras y prepagos acudieron a una fiesta secreta, organizada por la plantilla de un conocido equipo europeo.

Gorka Moreno, Guayaquil (I)
Era domingo. Las calles, mortecinas y desangeladas como una función de circo sin payasos ni arlequines, intentaban reponerse del ‘chuchaqui’ fraguado la noche anterior.
Los ‘triunfadores’ de las fiestas patronales habían culminado la faena al alba, en los brazos de damiselas dispuestas a enardecer su orgullo varonil a cambio de unas horas de sexo abnegado. Los ‘perdedores’, amarrados al retrete, con un punzante dolor de cabeza, lagunas más vastas que el desierto de Atacama, la cuenta corriente herida y la hombría agrietada, como el envoltorio del preservativo que regresaba, una noche más, al cajón donde esperará ansioso su oportunidad.
Un hosco gorila serbio, reconvertido en guardia de seguridad tras la masacre de Srebrenica, Bosnia, donde murieron 8.000 musulmanes, cerró las puertas de la discoteca más ‘cool’ de la ciudad.
Pero en el interior del local, bajo un cielo de luces púrpuras, veinte futbolistas de un ‘modélico’ club se reunían a escondidas del mundo. Para ellos la farra recién comenzaba, tras la victoria frente a un rival directo en la lucha por una plaza que diera acceso a competiciones europeas.
Padres primerizos, recién casados que vestían las redes sociales con fotos de su ‘idílica’ luna de miel, ennoviados de piropo ligero y lealtad imposible, veteranos divorciados y novatos hambrientos de éxito marcaban bíceps y tableta, entubados en trajes de Armani y Dolce & Gabbana, bañados en crema hidratante y perfumes de postín.
Todos saludaron galanes a un grupo de selectas y ambiciosas peladas, inaccesibles para quienes deben deslomarse cada día por un puñado de billetes: modelos, faranduleras, estrellas de ‘reality’, camareras VIP, prepagos encubiertas... Algunas ya habían compartido noches y despertares con varios de ellos, que chismeaban sus ‘hazañas’ tras cada entrenamiento e intercambiaban números de teléfono como si fueran cromos repetidos.
–Ya sabéis que no se pueden usar celulares. Debéis dejarlos en el vestidor –advirtió a los presentes César Soto, un delantero más famoso por su facilidad para ‘anotar’ en la cama que en las canchas.
–¡Una ronda de tequilas! –reclamó bravucón el benjamín del grupo, un extremo con piernas de gacela, corazón de mula y cerebro de mosco senil.
Mario Hernández, de 19 años, había subido de las inferiores esa misma temporada. Con su descaro y su endiablada punta de velocidad, había sentado en la banca a Ricardo Porto, antaño seleccionado nacional y alma del plantel. Pero el muchacho debía ganarse la confianza de los tipos más curtidos, que rara vez congeniaban con quienes pretendían destronarlos. Como dijo en cierta ocasión Jorge Valdano, “el ego es un elemento inconfundible de todo futbolista”.
–Esta noche vienen dos amigas a la habitación. O te quedas con una o ya puedes buscar otra cama donde dormir –le había anunciado el primer capitán, José Merchán, durante la concentración previa a su debut.
No estaba bien visto contradecir al jefe, así que Mario decidió poner los cachos por primera vez a su novia, una introvertida bailarina a la que había conocido en el instituto y con quien llevaba cinco años de relación. No sería la última.
–Ya estás listo –apostilló el líder del vestuario cuando las jóvenes abandonaron la habitación.
A la tercera infidelidad llegó la ruptura. Poco pareció importarle. La fama, la plata y las amantes entraban a espuertas y habían anestesiado su conciencia. Como tantos otros, pronto se olvidó de quienes lo habían ayudado en su vertiginosa carrera hacia las alturas.
El ‘cortejo’
Jugadores y señoritas charlaban melosos al son de Enrique Iglesias y su ‘Si te vas’, conscientes de que aquello era tan solo el prólogo obligado de lo que vendría poco después: una fugaz sesión de lujuria inconfesable. “Si me das, yo también te doy”... Entre aquellas paredes, nadie era especialmente original, ni con el repertorio ni con el ritual, propio de un filme de serie B. Posiblemente porque nadie necesitaba agudizar su ingenio para triunfar.
El trago se encargó del resto. Las sonrisas dieron paso a caricias sutiles y corrillos de parejas, que se dispersaban por los rincones más oscuros de la sala. Para los ‘dioses’ del deporte había dos clases de mujeres: quienes solo cedían a sus encantos previo paso por el altar y las que se conformaban con las sobras del plato, en forma de bolsos de Louis Vuitton, relojes de Gucci, escapadas furtivas a hoteles de cinco estrellas y ‘donativos’ de cortesía cuando la paga no les alcanzaba para costearse sus lujosos caprichos.
–Nunca entenderé por qué se prestan a esto. Hablan en los medios de que buscan a un hombre atento y luego vienen acá... –se jactó ufano Merchán.
Los niveles de testosterona de Mario amenazaban con romper cualquier sismógrafo. Había bailado veinte minutos con Gloria, una ‘chola’ de nalgas prietas, caderas de cántaro y cabellos ondulados a planchazos, con cinco inviernos de experiencia tras las barras de los bares más exclusivos. “Coge lo que puedas mientras tengas chance. Si no lo haces tú, otra lo hará por ti”. Gracias a esa filosofía, la muchacha había pagado al contado un coqueto departamento en el centro.
–Nena, conmigo sabrás lo que es un hombre –le retó el pelado, evidenciando su carencia de recursos lingüísticos.
–No creo que puedas conmigo. Soy demasiada mujer para ti. Primero, crece un poco.
–Vamos al baño y lo comprobamos.
–Que conste. Ya te he avisado.
Treinta segundos más tarde, ambos se encerraron en una cabina del lavabo de hombres. Ni siquiera se molestaron en echar el pestillo. En aquel cubículo no había espacio para los arrumacos ni los preliminares, mucho menos para el amor. Mario, un mancebo inexperto, creía que demostraría su virilidad a punta de rudeza.
–Ahora vas a conocer el verdadero placer –lanzó él.
–Las cosas no son como empiezan, sino como terminan.
El extremo no se molestó ni en quitarle la blusa. Le bajó los jeans a la altura de los tobillos, pegó su rostro contra la pared y la embistió. Pero cuando todavía permanecía enganchado a su cuerpo, relamiéndose y saboreando el éxtasis pasajero, escuchó una carcajada multitudinaria a sus espaldas.
–¡Cuánto te queda por aprender! Ya sabes lo que ocurrirá si te pasas de listo... –se mofó Porto mientras grababa la escena con su teléfono móvil, rodeado de varios compañeros.
–Gloria, aquí tienes lo acordado –agregó la estrella al tiempo que la chica se calzaba de nuevo los pantalones, extendía su mano derecha y recibía mil euros en billetes de cien.
–¿Así es como queréis ganaros mi respeto? –cuestionó Mario encolerizado.
–Al fin lo has entendido. Los reyes no siempre jugamos limpio. Hacemos lo que sea necesario para proteger nuestro territorio.
Este relato está inspirado en hechos reales, pero sus personajes son ficticios.