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La magia de las pirámides
Germania Salazar, Guayaquil
Todos los días, cuando los rayos solares dejan de apuntar inclementes sobre Guayaquil, en ese instante en que las energías son más sanadoras, un grupo de personas, ataviadas con ropas claras, inicia su sesión de terapia Homa. Se quitan los zapatos para conectarse con la tierra y entonan unos versos en sánscrito, una lengua antigua originaria de la India: “¡Señor, hágase tu voluntad!”.
Una pequeña pirámide invertida de bronce, a modo de recipiente, preside el ritual, en el que los presentes queman estiércol fresco de vaca con mantequilla clarificada.
Todos permanecen sentados con la espalda recta, inspiran y exhalan profundo hasta entrar en meditación durante unos diez minutos. Ese es el tiempo que la mezcla tarda en hacerse ceniza o, según ellos, en convertirse en una medicina natural. Algunos se la extienden sobre la piel para curar ciertas afecciones o, incluso, ingieren pequeñas porciones para sus dolencias. “No hace daño porque todo ha sido purificado con el fuego”, sostiene Sonia Hunter, terapeuta holística.
Raíces ancestrales
La pirámide es una herramienta básica en la terapia Homa, procedente de la medicina ancestral ayurvédica, que se basaba en la ejecución de fuegos bioenergéticos que permiten remover las toxinas existentes en la atmósfera.
“Las pirámides pueden ser de diferentes materiales, pero deben usarse con respeto. Su secreto sanador radica en que están construidas con medidas calibradas al cosmos y funcionan con la energía del sol”, desgrana María Augusta Cortázar de Vanegas, terapeuta que, cada noche, duerme bajo una piramicama.
María Augusta también coloca sus productos de belleza bajo una de estas estructuras porque asegura que así obtiene muchos beneficios. “Aportan mucho para el rejuvenecimiento y regeneración de células. Los poderes son infinitos y para experimentarlos se debe intentarlo con fe completa”, asegura convencida.
En Cuba, por ejemplo, hay hospitales que disponen de un espacio para las piramicamas, donde acuestan a los recién operados para evitar que se contagien de algún virus: “Así, las heridas de un postoperatorio cicatrizan rápido”, apunta la especialista.
El material más apropiado para construirlas es el aluminio porque no roba energía, ni es nocivo. Y las pirámides se pueden colocar en numerosas partes del cuerpo, como la cabeza, cara, cintura. Además, ubicar alguna dentro de la casa permite desviar “las energías negativas” que dañan el hogar.
Pero también existen las antipirámides, que concentran más energía y poder y, por ende, “sus efectos son más rápidos”, asevera.
Desde las tumbas
“De nada vale que una persona se ponga debajo de una pirámide esotérica si le falta fe”, señala Juan Moreno, arqueólogo y gnóstico. Según él, las pirámides esotéricas reciben energía del cosmos, la cual es canalizada desde el vértice hasta la base. Y funcionan de manera parecida a las pirámides de Egipto, donde las momias se conservaban intactas gracias, precisamente, a esa canalización de la energía solar. Pero para que las esotéricas generen los mismos resultados deben diseñarse a escala respecto a las egipcias. “Sirven para reconstruir el organismo y alimentar los siete chakras del cuerpo humano”, subraya.
En Egipto
El también arqueólogo José Chancay apunta que las pirámides en el antiguo Egipto eran tumbas “para el enterramiento de los gobernantes o faraones”. Fueron construidas primeramente sobre promontorios rocosos y luego a gran altura.
En su interior se colocaba el cadáver junto a sus pertenencias para que las siguiera usando en “su otra vida”.
La sociedad egipcia era clasista, de ahí que el cuerpo del faraón se depositara en la parte alta. Luego iban la clase sacerdotal, el ejército y, finalmente, los agricultores y esclavos. Todos contribuían a la supervivencia en el más allá de su gobernante. Sin embargo, Chancay no comparte los usos dados actualmente a las pirámides con fines esotéricos.