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¡Los ‘guardianes de Bahía’ no abandonan el ‘barco’!

Peter Aguirre, Bahía de Caráquez (Manabí)
La inquieta y farrera Bahía de Caráquez se adormece entre los acordes del pasillo ‘Pañuelo blanco’ que salen melancólicos desde la radio de Lupercio Panta Vivas, de 70 años, quien desde su nuevo hogar, el garaje del condominio Punta Norte, ve y siente como este ‘barco’, que él capitanea, se pierde entre los temores de otro sismo y las interminables grietas que desde el 16 de abril lo tienen a la deriva.
A una cuadra se puede escuchar la cocción de los alimentos que Gloria Luzbenita Coll (60), esposa de Lupercio, preparaba a las 20:32 del pasado viernes. También sus pasos tristes que contrastan con sus hermosos ojos verdes. Esta pareja perdió la mayoría de sus artefactos en el terremoto. Lupercio trabaja hace 13 años como conserje en este edificio el cual se niega a abandonar. Se ha quedado “como varón” aguantando espantosas réplicas dentro del inmueble de siete pisos, no solo porque no tiene a dónde ir, sino por lealtad a sus jefes.
Afuera del rectángulo de un solo ambiente donde habitan los esposos, entre mesas, platos, cucharas, comida, colchones y más, Bahía tiene la apariencia de una ciudad fantasma. Sus calles, vestidas con un manto tétrico, huelen a desolación y transpiran incertidumbre.
Peter Aguirre, Bahía de Caráquez (Manabí)
La inquieta y farrera Bahía de Caráquez se adormece entre los acordes del pasillo ‘Pañuelo blanco’ que salen melancólicos desde la radio de Lupercio Panta Vivas, de 70 años, quien desde su nuevo hogar, el garaje del condominio Punta Norte, ve y siente como este ‘barco’, que él capitanea, se pierde entre los temores de otro sismo y las interminables grietas que desde el 16 de abril lo tienen a la deriva.
A una cuadra se puede escuchar la cocción de los alimentos que Gloria Luzbenita Coll (60), esposa de Lupercio, preparaba a las 20:32 del pasado viernes. También sus pasos tristes que contrastan con sus hermosos ojos verdes. Esta pareja perdió la mayoría de sus artefactos en el terremoto. Lupercio trabaja hace 13 años como conserje en este edificio el cual se niega a abandonar. Se ha quedado “como varón” aguantando espantosas réplicas dentro del inmueble de siete pisos, no solo porque no tiene a dónde ir, sino por lealtad a sus jefes.
Afuera del rectángulo de un solo ambiente donde habitan los esposos, entre mesas, platos, cucharas, comida, colchones y más, Bahía tiene la apariencia de una ciudad fantasma. Sus calles, vestidas con un manto tétrico, huelen a desolación y transpiran incertidumbre.
“Es una ciudad fantasma”, lanza con rabia Juan José Rodríguez Chávez, también encargado de cuidar el hotel Casa Grande. Su amargura es la misma que la del resto de ‘guardianes’ de lo que queda en pie de Bahía: se fue el turismo por culpa del sismo y al lujoso balneario que acogía visitantes, tanto en invierno como en verano, ahora ni los pobladores de la vecina parroquia Leonidas Plaza, que antes concurrían desde los viernes para farrear, pasear, comer o pegarse unos tragos al son de la agradable brisa en el malecón, han desaparecido.
No solo los ‘hijos’ de Bahía sienten el golpe de la crisis, también los vecinos de Leonidas Plaza, como Rafael Miranda Montalván (48), quien a bordo de su taxi pasó de ganar entre 60 y 80 dólares en un día bueno (fin de semana) a solo 10, y “con suerte, porque nadie quiere ir a Bahía, no hay nada, todo está perdido”.
Pese a esta ola negativa, Juan José tampoco deja su trabajo. Su sombra de desvanece en la noche mientras camina hacia su morada, esa que protege con valentía por su familia y sus patronos.
En El Delfín la situación es calcada a la de todos los edificios de la zona norte de Bahía. Jesús Cedeño, chonero de 50 años, trata de espantar los fantasmas de la tragedia acomodando sus pies sobre una silla de plástico, mientras sus ojos parecen alumbrar la edificación que por 24 ha cuidado como su “tesoro más grande”.
A su lado, Elena Vera (51) trata de controlar con enojo a sus hijos que revolotean entre los escombros de la planta baja del condominio.
Jesús se aferra a una lámpara para mostrar lo que fue su hogar. Alumbra una parte y lo primero que el destello de luz deja al descubierto es la imagen repetida de la desgracia que abruma a Manabí y también a Esmeraldas.
“Aquí sigo cuidando el edificio como lo he hecho todos los años; tenemos miedo de que esto se caiga, pero esperamos que vengan nuevamente a revisar el edificio para saber si lo tumban o no, después de eso sabremos qué hacer”, cuenta algo afligido.
Pero si Jesús lucha contra el miedo, Ramón Panta escurre el pánico de su piel curtida, descansando en el portal de la planta baja del edifico Salango, otra estructura colapsada que imprime terror.
Asegura que no duerme en el edificio, lo hace en una carpa, ubicada en la acera de en frente, en el abandonado y frío malecón, para no perder de vista su responsabilidad como conserje del condominio de nueve pisos, que por 21 años ha sido su hogar, y que incluso aguantó el terremoto de 1988. Por eso -dice- se le hace difícil dejarlo. Es su vida.
“El miedo ya pasó, para nosotros es algo más, nos acostumbramos”, cuenta con una contagiante paz que invita a dormir sobre los escombros.
Él, como el resto de ‘guardianes de Bahía’, asegura recibir ayuda de los dueños de los departamentos: víveres, dinero, frases de aliento, lo que ayude a fortalecer el corazón.
Por eso, mientras Bahía siga sumida entre las tinieblas y el abandono, y en sus calles solo vaguen los espíritus de los farreros que hasta antes del 16 de abril coparon el malecón para inundar con música, cantos y bailes, Lupercio, desde su ‘nave’ Punta Norte, seguirá al frente de su edificio, aunque este vuelva a remecerse, porque “soy el capitán y no abandono mi barco”.
“Bahía sufre una de las más grandes debacles de los últimos 50 años”
Bahía de Caráquez, Manabí
Vladir Villagrán, director cantonal de Sucre de la Asociación de Hoteleros de Manabí, teme que se desate una severa crisis social, cuando termine la asistencia a los damnificados por el terremoto en Manabí. Además, sostiene que el cien por cien de la actividad hotelera en Bahía de Caráquez no funciona y advierte que si esta ciudad, una de las más bellas de la provincia, no recibe ayuda urgente, “desaparecerá”.
En el tema de turismo, ¿cuán afectado está Bahía de Caráquez?
Bahía sufre una de las más grandes debacles de los últimos 50 años. El sector hotelero es el que alimenta en un 85 por ciento a Bahía y a Canoa en un 90 por ciento, de todas las fuentes de trabajo. Manta tiene atún, tiene pesca. Pedernales tiene camaroneras, pero Bahía vive en un 85 por ciento del sector hotelero y turístico. En Bahía de Caráquez el cien por cien de los hoteles no está funcionando. Manta tiene un 50 por ciento de disponibilidad y Pedernales un 40, pero Bahía y Canoa están en su totalidad sin operación. Los únicos hostales que atienden están en la parroquia Leonidas Plaza, al lado del puente de Los Caras, donde hay aproximadamente cuatro hostales, que en total suman una disponibilidad de 60 a 70 personas.
¿Cuántos hoteles están registrados en Bahía?
En la cabecera cantonal son 15 hoteles y hostales, pero ninguno funciona.
¿A cuánto ascienden las pérdidas por los daños en los hoteles?
Nosotros asumimos por lo menos unos 10 millones de dólares solo en infraestructura hotelera. De los 35 restaurantes que están ubicados en la avenida Simón Bolívar (en pleno malecón de la urbe), el 90 por ciento ha emigrado a la parroquia Leonidas Plaza. Entre sueldos y pérdidas por ingresos se calculan entre 30 o 35 millones de dólares. En Bahía solo queda el 10 por ciento de locales comerciales.
¿En qué tiempo estiman que se retomará la actividad turística en Bahía?
No depende mucho de nosotros (hoteleros) porque no todos teníamos el hábito de asegurar la propiedad. Solo el 20 por ciento podría tenerla asegurada. Aquí depende de créditos directos a los hoteleros para volver a levantarnos.
¿Cuál es el futuro de Bahía?
El turismo es lo que más representa a nuestra ciudad como ingresos. Estamos esperando, porque se viene un tema social tremendo cuando ya dejen de entregar las raciones, porque toda esa gente que trabajaba directa o indirectamente del turismo generará un problema social. No quiero imaginarme lo que ocurrirá de aquí a cuatro o cinco meses, los problemas sociales que se vienen son peores que el terremoto mismo, porque la gente está tranquila porque aún no sale a trabajar porque están en albergues, después será el problema. Necesitamos una ayuda urgente o desaparece Bahía, porque está en una debacle. Bahía y Canoa están en una situación fantasmagórica. A partir de las siete de la noche se termina cualquier tipo de actividad.