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Diario Extra Ecuador

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¡Recuperó la sonrisa vendiendo caramelos!

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Su sonrisa es su tarjeta de presentación para atraer a los clientes. Pascual Holguín Chilán no necesita extender las manos para saludar. Su alegría y su rostro amigable son su mejor herramienta para que los conductores bajen el vidrio y adquieran los caramelos que vende en el norte de Guayaquil.

La angustia y desesperación que se apoderaron de él hace 14 años, cuando perdió sus brazos, se desvanecieron gracias a su familia y su coraje. Ya no queda nada de aquel hombre que, compungido y destrozado, contó su caso meses después (en 2003) a los lectores de EXTRA.

En aquella época debió ingeniárselas para ganarse el sustento. Pero superó sus miedos y se lanzó a las calles del Puerto Principal.

En el baúl de los recuerdos guardó para siempre la tristeza que lo embargaba y decidió que debía sonreír ante la adversidad, porque esa sería su mejor táctica de venta.

El semáforo en rojo los detiene. Pascual, de 36 años, se acerca y, con una espontánea risa, capta su atención. En cuestión de segundos, se cierra el ‘negocio’ y el hombre se vuelve a parar en la acera a la espera de que el disco le vuelva a dar la señal.

El comprador saca una mano por la ventana del auto y la introduce en una funda plástica transparente que Holguín porta cruzada en su tronco, repleta de caramelos. Acto seguido, el cliente coloca la moneda en el bolsillo izquierdo de la camisa del vendedor, como pago por el producto adquirido.

Para este hombre, que perdió sus extremidades superiores tras sufrir una descarga eléctrica, no tener brazos no ha sido un impedimento para cumplir su principal sueño: tener una familia. Es padre de cuatro niños y a su lado cuenta con algo “más que una esposa”, con “una compañera, una amiga”.

 

¿Cómo perdió

sus brazos?

El 20 de julio de 2002, Pascual trabajaba en la construcción de una losa, en una casa de la vía a la Costa. En ese momento, la varilla que sostenía con sus manos tocó un cable de alta tensión. Holguín recuerda que comenzó a temblar, cayó al piso y quedó inconsciente. En ese instante se fue la luz, lo que provocó que no falleciera.

Sin embargo, perdió sus brazos producto de las graves quemaduras y permaneció un mes y veinte días hospitalizado.

En ese entonces, Ana Zambrano, su novia, tenía dos meses de gestación. “Fue difícil. Durante el tiempo que estuvo internado lo cuidé. Y cuando salió, mi pancita había crecido, pero era mi deber estar pendiente de él durante el período de recuperación”, destaca la mujer.

Pascual comenta que tardó dos años en asimilar su nueva condición. Su niño daba los primeros pasos y su esposa estaba otra vez embarazada. Pero Holguín ya trabajaba en las calles vendiendo caramelos. “Sabía que tenía una responsabilidad no solo con mis hijos, sino con mi señora. Ella me había cuidado”, resalta mirando fijamente a Ana, de 28 años.

Pero para superar sus miedos y penas iniciales fue fundamental el apoyo de Ana. “A veces siento que sus manos son las mías. Cuando estoy en casa ella me da de comer, antes de salir me asea y viste”, indica con un evidente gesto de satisfacción.

Emocionada al escuchar las palabras de su amado, ella le responde que no solo el amor ha hecho que permanezca a su lado. “Siento respeto y admiración por ti, eres un gran hombre”, destaca Ana mientras lo abraza y regala un beso en la mejilla a Pascual, quien no deja de sonreír.

 

DE LUNES A DOMINGO

Para este padre de familia no existen los fines de semana ni los feriados. Su día comienza a las 05:00. Treinta minutos después, Pascual está embarcado en un bus que lo traslada desde su casa, ubicada en Monte Sinaí, noroeste de la ciudad, a su lugar de trabajo, en la avenida Las Aguas, norte.

Desde las 07:00 hasta las 16:00, el hombre permanece en esa zona de Guayaquil, cruzando entre los autos para vender algunas golosinas y poder alimentar a su familia.

“A diario vendo de entre dos y tres fundas de caramelos, lo que me supone de 15 a 20 dólares de ganancia”, detalla Holguín.

A las 18:00 está de vuelta en casa. Su esposa y sus cuatro hijos de 4, 6, 11 y 13 años lo reciben cariñosos. Ana tiene preparada la merienda.

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