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Diario Extra Ecuador

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¡Tierra ilegal, tierra de asesinos!

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Gorka Moreno, Guayaquil

–A la furgoneta con él – dictó impávido el ‘Chato’ tras derribar la puerta de caña que separaba a José y su familia del infierno.

 Cada noche, como un carruaje mortuorio, el vehículo recorría pausado las pedregosas venas que atravesaban el sector en busca de la próxima víctima. Quien subía a él rara vez regresaba a casa con vida.

Los verdugos, que parecían espectros a través de los vidrios polarizados, ni se molestaban en dar una sepultura digna a los cadáveres. Preferían arrojarlos a un canal de aguas hediondas y poco profundas como señal de advertencia, donde terminaban picoteados por los gallinazos y con la carne hecha jirones por las dentelladas de los perros callejeros.

José Cedeño, panadero de profesión y montuvio de espíritu, agachó sumiso la cabeza. El plazo para pagar los 1.500 dólares de su lote a Antonio Soledispa, un traficante de tierras tan cruel como avaro, había expirado. Ya no le quedaba nada con lo que sufragar la deuda. Le habían arrebatado el televisor, sus dos chanchos y los pollos, el horno con el que se ganaba el jornal…

 –Quizás solo me torturen. Puede que yo sea una de las excepciones –susurró a su esposa, Jacqueline Fernández, y a su hijo, Carlos, que anudaron penas con un abrazo rasgado.

–No albergue esperanzas. La esperanza es el arma que usan los débiles para no enfrentarse a la realidad. Yo solo creo en este –le replicó el cabecilla de los ‘Iluminados’ alzando su M4, el fusil automático de los SWAT estadounidenses.

 En apenas un año, el ‘Chato’ y su ejército habían instaurado un régimen de terror en aquel asentamiento ilegal, emplazado junto a una zona selvática y peñascosa de Guayaquil. Incluso balizaban los accesos, donde apostaban a varios hombres armados con ametralladoras, que se dedicaban a desvalijar a los desconocidos y a controlar la entrada y salida de los vecinos con total impunidad.

Los primeros agentes que tiraron de coraje para proteger a miles de ecuatorianos desdichados fueron recibidos con una lluvia de plomo. Así que, durante años, la Policía Nacional tuvo que ‘borrar’ de su mapa aquel lugar, donde el mero hecho de subsistir era ya un acto de valentía. Aún hay quienes comparan esa época con vivir “bajo el horror de la guerrilla”.

 –Mijo, cuida a tu madre. Te va a necesitar. Los quiero.

–Si desea protegerlos, que se larguen ahora mismo. ‘Flaco’, agarra la gasolina y quema este agujero –ordenó el ‘Chato’ a uno de sus lacayos.

 José solo pudo pronunciar tópicos vacíos cuando unos ‘iluminados’ lo sacaron a empujones de su hogar y lo lanzaron como una funda de basura a la parte trasera de la furgoneta. Pero antes de que se cerrara el portón, al menos se resarció con un beso que voló ligero hacia sus deudos, como una pluma mecida por la brisa.

 –Lo siento –murmuró.

EL MÉTODO

Soledispa apenas poseía diez hectáreas de campos agrestes cuando contrató a la banda, allá por 2007, para que le prestara seguridad y le ayudara a controlar aquel vasto sector que todavía crece, al mismo ritmo que la miseria, por los cerros y las pestilentes charcas de los alrededores. No fue casualidad que recurriera a la organización. Ya había exhibido su potencial con decenas de secuestros exprés en el sur de la urbe.

Los planes del terrateniente pasaban por coaccionar a los campesinos para que le traspasaran las concesiones de unas fincas de titularidad pública, que los hortelanos explotaban gracias a un acuerdo con el Instituto Nacional de Desarrollo Agrario.

 –Decía a los agricultores que estaba dispuesto a pagarles tal precio y que, en caso de no aceptar, mandaría a los ‘Iluminados’ y las invadiría. Si se resistían, les destrozaban los cultivos, se llevaban los vegetales y las herramientas… Al final, todos se rendían –rememora un labrador que hoy resiste al paso del tiempo con un puesto de dulces y un cofre de tristezas.

 Cuando la operación se había consumado, el estafador recurría a una cooperativa que hacía de filtro con el objetivo de generar confianza en los futuros compradores. Desde la entidad decían contar con los permisos necesarios para vender las parcelas. Y estos se dejaban llevar por la ilusión de un nuevo comienzo sin saber que los terrenos eran ilegítimos.

El cacique creó una compleja estructura para gozar de más simpatizantes. El secreto: compartir las ganancias. Con la venta de pequeños lotes, obtenía unos 205.000 dólares por hectárea, que adquiría previamente a un precio irrisorio de 1.800.

 –Él era el mayor traficante, pero buscaba el apoyo de otros menores. Por ejemplo, dividía cada parcela en dos grandes solares, con una calle sin asfaltar en medio. Traspasaba uno de ellos a una segunda persona y le explicaba que podría hacer lo propio después por más plata. Él se quedaba el otro. Cobrar las deudas fue la segunda etapa –relata un líder barrial, que baja el tono de voz de forma inconsciente, como si temiera que las paredes de su hogar fuesen a delatarlo.

 EN LA OSCURIDAD

José intuyó que estaban llegando a aquel terreno baldío donde la banda perpetraba sus matanzas. La furgoneta se balanceaba entre los socavones como un barco en medio de la tormenta, señal de que se había adentrado en algún paraje poco transitado.

Aún creía que Dios obraría el milagro y enviaría a alguien para rescatarlo. Pero afuera no esperaba ningún héroe. Tan solo vio maleza y oscuridad cuando el ‘Chato’ le introdujo un pañuelo en la boca y lo sentó en una roca.

Primero le obligó a extender la mano derecha. Clavó su cuchillo de campaña entre los nudillos del corazón y el anular, le arrancó el meñique, también el índice... José trató de aullar, pero apenas logró emitir un desafinado maullido y se derrumbó inconsciente sobre el piso.

 –Pero si recién empezamos… –gruñó sarcástico el homicida.

 Después llegaron los palos. El primero, a las rodillas. El segundo, al estómago. El tercero, directo al cráneo. No hizo falta rematarlo sumergiendo su cabeza en un tacho de agua, como era costumbre. El alma del panadero surcaba ya los cielos.

 –¿Por qué permites que hagan esto a uno de tus servidores, Diosito? –pensó segundos antes de elevarse.

 José pasó a ser un número indeterminado de una lista interminable. Porque el cadáver jamás apareció en el canal. Jacqueline tan solo recuperó un trozo de aquella camisa de flores que le había regalado por su último cumpleaños. El mismo pedazo que enterró en una tumba cavada por su hijo junto a las faldas de un monte aún sin ocupar.

 –Al menos así tendremos un sitio donde recordarlo –sugirió la viuda el día de la despedida, donde no hubo ataúd, crisantemos, sacerdotes con sotana ni lloronas.

 UNA NUEVA CÁRCEL

Soledispa terminó con su cara estampada en la lista de los más buscados de Guayas. A él también le llegó la hora. Tras su detención en 2014, fue condenado a tres años de cárcel por invasión de la propiedad.

–Fue poco castigo para un delincuente como él –denuncia Jacqueline.

 El nombre del traficante de tierras también apareció en expedientes judiciales por robo, estafa y asociación ilícita. Y cuando ingresó en el penal, los ‘Iluminados’ aprovecharon para hacerse con el mando del asentamiento y tejer una telaraña de expendedores de droga. Soledispa se había ido, pero en su lugar emergió un silencioso asesino de guante blanco, más letal que cualquier sicario: la ‘H’.

Este relato está inspirado  en hechos reales, pero sus personajes son ficticios.

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