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Diario Extra Ecuador

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¡Un pastel con baño de lágrimas y dolor!

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Carola Cáceres, Guayaquil
La torta, de un tamaño desmesurado, ya estaba horneada. Laura Sornoza y su hija Carolina Freire esperaban a que se enfriase para partirla y ponerla en cajitas, por porciones individuales.
Las raciones se entregarían durante la fiesta rosada de Danna Segovia. El pastel era una promesa que Laura había hecho a su ahijada y sobrina para que celebrase por todo lo alto sus quince añitos en la provincia de Manabí.
El hogar de los Freire-Sornoza irradiaba alegría. Todos viajarían a Jipijapa para participar en la fiesta, una oportunidad perfecta de reencontrarse con esos familiares que habitan a más de dos horas de Guayaquil.
Pero los preparativos que realizaban ambas, apenas dos días antes del festejo, se convirtieron en un tormento poco después.
La noche del 9 de junio, Laura comenzó a inquietarse cuando vio que su otra hija, Leidy, no llegaba. Tanto ella como Carolina esperaban a que regresara para que les ayudase con el envoltorio de la torta.
Sin embargo, exactamente a las 22:40, alguien llamó al celular de la progenitora para informarle que Leidy, de 18 años, había sufrido un accidente. Angustiada, la señora tomó su cartera y salió apresurada para confirmar la noticia.
Carolina y su esposo, sin recibir más explicaciones, se marcharon con ella. La acompañaron a la calle principal de la cooperativa Floresta 3, en el sur de la ciudad, buscaron un taxi, pidieron al conductor que los llevara a la Pradera 2, donde había ocurrido el siniestro, y comenzaron a rezar para que no fuese nada grave.
Pero el chofer, sin querer, los preparó para lo peor cuando les comentó que esa zona estaba congestionada por un grave accidente, ocasionado con un bus de la Metrovía.
Luego llegó la terrible noticia. Laura lanzó un grito de dolor, tal vez incluso más agudo del que pudo emitir su hija cuando sintió el peso de las llantas sobre su frágil cuerpo. No había nada que hacer. Leidy había partido al llamado del Señor.
La chica, a quien su tío Óscar Medina recuerda como una apasionada al baloncesto, tenía infinidad de sueños e ilusiones que nunca hizo realidad, como la de convertirse en fisiatra. Y baja la mirada al rememorar cómo su vida terminó de forma cruel sobre un tramo de la avenida Domingo Comín.
Un bus de la Metrovía, en el que minutos antes se había embarcado para regresar a su hogar, presuntamente sufrió algún tipo de problema, la puerta lateral izquierda del primer vagón se abrió, la arrojó al vacío y las llantas posteriores le pasaron por encima.
En la memoria de sus seres queridos quedaron grabados aquellos momentos de felicidad que vivieron a su lado, como su graduación de bachiller el pasado febrero.

Invitó al cine a su papá
Freddy está aquejado por dos dolencias en su corazón: una física, que le descubrieron recientemente; y otra intangible, la que le dejó la muerte de Leidy. El hombre mira la hamaca que atraviesa de extremo a extremo la sala de su casa y recuerda que allí estuvo ella sentada, como hasta las tres de la tarde de ese jueves, y lo invitó para ir al cine al día siguiente a ver una película de terror.
El padre parece no entender los avatares de la vida. Y remarca que era él quien estaba en la lista (de partida), no su hija, por todos los males que le habían “caído” de enero hasta la fecha. Males que le obligan a realizarse constantes chequeos médicos y lo tienen a la espera de una operación.
Si contara con una salud excelente, dice que ahora mismo ejercería de padre y abogado  para encontrar a los responsables de la muerte. En su lugar lo hace su colega y compadre Juan Vizueta, padrino de confirmación y graduación de la fallecida, y en quien tiene depositada toda su fe “para que se haga justicia”.

Cinco hijos sin padre
No solo los Freire-Sornoza padecen las consecuencias del fatal accidente. En el noroeste de la ciudad también sufre Mery Pilay, esposa de Jaime Chango, conductor que manejaba aquel día el bus y quien fue detenido para investigaciones.
La señora señala que, con la ausencia de su esposo, no puede mantener a sus cinco hijos. También apunta que Jaime llevaba ocho años laborando en la Metrovía y nunca había tenido un accidente. Por eso pide que se esclarezca el caso lo antes posible para que regrese a su lado.

Plantones constantes para exigir justicia
Pese a su tristeza, Carolina saca fuerzas para encabezar los plantones que organiza junto a sus vecinos. Incluso, toma la posta de su mamá porque no la ve emocionalmente bien. “Está como ida”, señala.
Antes de la desgracia, todos estaban eufóricos por su inminente viaje a Manabí. Tras la tragedia, Laura entendió que, a 48 horas del festejo y con todos los preparativos prácticamente culminados, no se podía suspender el evento. Habló con su sobrina Jessenia Mera; le pidió que no cancelara la fiesta de su hija Danna, quien entendía perfectamente la situación; y le recalcó que la torta llegaría a tiempo tal y como había prometido.
Pero la familia tenía un gran dilema que no sabía cómo resolver. Al final, unos acudieron al sepelio de la joven en Guayaquil, donde compartieron el dolor de los Freire-Sornoza; y otros, dejando a un lado su pesar, estuvieron presentes en la fiesta.
Leidy Freire pensaba rendir próximamente un examen para poder ingresar a la Universidad de Guayaquil. Mientras esperaba el día de la evaluación, un mes antes de su fallecimiento, consultó a su papá si podía ayudar a su tía en el comedor que esta tenía en la ciudadela La Pradera, a pocas cuadras de su hogar. Tras recibir el consentimiento de su progenitor, acudía por las mañanas al restaurante, regresaba a casa a mediodía y volvía por las tardes al establecimiento, donde se quedaba hasta la noche.
Era la menor de dos hermanas criadas entre Freddy Freire, un comerciante de pan que obtuvo su título de abogado hace ocho años, y Laura Sornoza, comunicadora social.
Ya han pasado varias semanas desde el deceso y el dormitorio de la chica sigue intacto. Su ropa guindada en el armario, su maquillaje y  perfumes sobre el tocador y varios retratos colgados de las paredes, donde se la aprecia feliz al lado de su mamá, hermana y amigas del colegio.
Sobre su cama reposa la maleta de su tío William Sornoza, quien se vio forzado a viajar desde Italia a Guayaquil para estar presente en el último adiós.
Sus familiares esperan que descanse en paz y disfrute de la gracia de Dios, aunque ellos acá estén librando una dura batalla para aclarar las circunstancias de su muerte.

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