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Un tour de nostalgia y dolor

Peter Aguirre, Bahía de Caráquez (Manabí)
Los pies de Humberto Quijije se enredan entre el alocado movimiento de tres perros que le regalan lengüetazos a cada paso. Todos los días, después del fatídico 16 de abril, cuando el terremoto arrasó con su hogar y el de más de 200 personas, asciende hasta la cumbre del sector La Cruz para alimentarlos y mirar, en una especie de tour de miseria, cómo los 40 años que vivió en el mirador de Bahía de Caráquez quedaron reducidos en escombros.
Se acerca sin miedo hasta el límite entre la tragedia y el vacío para mostrar que abajo, allá donde este balneario acogía a turistas de todo el país, solo quedan los silenciosos gritos de “nos levantaremos” de los caraquenses, escritos en las paredes de algunos moribundos edificios.
Cada recuerdo es una lágrima. Una duele más que la otra. Llora porque dos veces lo desalojaron de los sitios donde levantó una carpa para vivir con su esposa Mariana Velásquez. Llora porque recuerda que su amada, aplastada por una pared del baño, gritaba: “Mijo, auxíliame”. Pero él, también atrapado por un horno que aprisionaba uno de sus brazos, le respondía: “Mija, no puedo moverme”. Y tiene más motivos y muchas lágrimas para empapar su rostro ‘tostado’ por el sol. No tiene certezas de cuál es la situación de su casa, si continuará en dicho terreno, qué pasará con el espacio donde habitaban sus tres hijos. Lo único que tiene claro es que sus ojos no se cerrarán para siempre en La Cruz. “Ya no quiero venir para acá”, solloza.
Para acceder a lo que algún día fue la loma turística de Bahía se debe subir por un camino torcido. Las escenas son apocalípticas. Las veredas reventadas como por potentes detonaciones desde el corazón de la colina, congelan la sangre y el aliento a los aventureros que buscan divisar desde lo alto la destrucción de la hermosa parroquia del cantón Sucre.
El verde selva que cubría como vestido al cerro, desde la cabeza a los pies, ha sido reemplazado por una capa grisácea del concreto y ladrillos pulverizados. La tristeza viaja con la brisa que mueve las planchas de zinc que han quedado tras los sismos. El polvo es la nube más cercana para dos militares que resguardan el sitio.
Los gritos de niños y madres desesperadas aún recorren como fantasmas los tímpanos de Humberto y varios vecinos. Recuerdan que en el área social del paradero turístico se realizaba una fiesta infantil cuando la tierra no dejó en pie a nadie. Las luces se apagaron, todos agarrados de lo que podían, otros en el piso suplicando despertar de la pesadilla. Una moradora murió al ser sepultada por una pared.
El atractivo turístico de Bahía también quedó en ruinas. Nadie se atreve a poner un pie sobre las escaleras metálicas de la cruz gigante. Aquí todo parece bailar hacia la muerte. La desembocadura del río Chone vista desde lo alto quedará como un bello recuerdo en la retina de los visitantes a este lugar. Al menos hasta que la naturaleza calme su furia.
Como Chernóbil
En 2007, la alcaldía de Sucre invirtió 250 mil dólares para la construcción de este corredor donde ahora el tiempo se inmovilizó, como en Prípiat, el pueblo fantasma de Ucrania, cuando la central nuclear de Chernóbil explotó en 1986.
En este hermoso lugar solo existe desolación y olvido, por eso Francisco Zambrano, de 21 años, salió apenas hace dos semanas de La Cruz para refugiarse en el albergue del estadio Heráclides Marín. “No llega (ayuda) nada allá, por eso salimos con la familia, para poder estar más seguros”, cuenta el joven sentado en el borde de la cancha sosteniendo a su pequeña Valeska, de dos meses de nacida.
Humberto no tiene nada que hacer en La Cruz. Su vida está ahora en la vecina parroquia Leonidas Plaza. Pero insiste cada día, al menos por una hora permanece en el cerro para “darle la vuelta a mi casita”, estar ‘pilas’ que no dejen sin agua a las dos cisternas que permanecen intactas en su terreno y para alimentar a ‘Rambo’, ‘Mono’ “y otro que no recuerdo porque es el nombre que los muchachos se lo pusieron”, sus perros que le ayudan a cuidar lo que el terremoto le tumbó, aunque el dolor y la nostalgia agrieten su alma.