"El artista, el músico no es bien reconocido en mi país, pero no me he ido a vivir a otra parte porque amo a mi país". Esta es una de las pocas frases que recuerdo me dijo Jesús Fichamba, durante un encuentro casual que tuve con él en la icónica Plaza de la Administración, donde se levantan los palacios del Municipio de Guayaquil y de la Gobernación del Guayas.

Era, como hoy, un caluroso día de invierno del 2005 y yo tenía el día libre, que lo había aprovechado para ir a pagar el impuesto predial de mi casa. Cuando vi al cantante que puso al Ecuador en un gran sitial de la música iberoamericana, tuve el impulso de acercármele y saludarlo. Me le presenté simplemente como un admirador más de su potente voz y talento.

"¿Usted es Jesús Fichamba, verdad?", le pregunté como pretexto para acercármele. "Sí, amigo, buenos días", me respondió, mientras dibujaba una sonrisa.

Luego del saludo le pregunté qué hacía caminando "como cualquier mortal" por esas calles y me respondió que había ido a encontrarse con un amigo. Luego le pregunté cómo iba su vida artística y me comentó que tenía algunos proyectos musicales en la mira pero, si mal no recuerdo, faltaba aún el financiamiento.

Hablaba y respondía a mis inquietudes como si estuviera con un conocido suyo, o como si supiera que yo era un periodista, pero confieso que nunca antes nos habíamos visto ni hablado por teléfono para pactar alguna entrevista, y yo ni siquiera portaba una grabadora en la mano o un gafete que me identificara como redactor de los diarios EXTRA y EXPRESO.

Mientras conversábamos, también de su frustrada carrera boxística de juventud, saludaba a uno que otro transeúnte con la mano. Entonces sus cabellos y su moño, tan famoso como él, eran oscuros.

Pasaron unos veinte minutos de amena charla y ese gran artista de carne y hueso, que en 1985 ganó el segundo lugar del prestigado Festival OTI de la canción, se despidió con otro apretón de manos.

Su triste partida

A sus 74 años, Fichamba, el gran intérprete de "La Pinta, la Niña y la Santa María", acaba de perder la batalla con la Covid-19 en una cama del Hospital Teodoro Maldonado Carbo, de Guayaquil. Y a mí, saber de su triste partida, me recordó ese sencillo pero agradable encuentro. 

Y no sé por qué también vino a mi mente aquella frase del escritor español Jorge Álvarez Camacho, que dice: "Me encanta la gente sencilla, admiro a la gente noble, que no se cree más que nadie. Gente que en cada acción da su alma, su corazón".