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Opinión
Cartas al director: De mis tiempos de recluta
Año 1960, Fort Sill, Lawton, Oklahoma, me encontraba descansando en la barraca con algunos otros jóvenes reclutas. El silencio de esa mañana dominguera de un cálido verano abruptamente se interrumpió. El robusto soldado apodado ‘Yogui Bear’, veterano de dos guerras, para los jóvenes el “viejo” de 40 a 45 años de edad, completamente ebrio y con el uniforme desaliñado llegaba bamboleándose en el campo de batalla, obtuvo el grado de Coronel y Master Sargent en tiempo de paz, pero y por mal comportamiento lo degradaron a PFC (cabo).
Un joven soldado lo increpó: “Viejo borracho, asqueroso, no puedes vestir el glorioso uniforme del US, ARMY, pide la baja”, etc.
El ebrio logró levantarse y gritó: “jovencito malcriado, mira mis manos con cicatrices, se sacó la camiseta y le dijo: “Mira mi torso”. (Se veían heridas de esquirlas y balas que habían marcado su cuerpo de por vida). Combatí en una isla del Pacífico, maté japoneses, después Corea, y sacrifiqué mi juventud por defender y por amor a mi bandera, mi patria. Y por ti, mal agradecido, para que vivas en un país libre y democrático.
Sacó de su baúl unas medallas, las tiró al suelo y las pisoteó, entre ellas la Silver Star. El joven soldado reaccionó, se cuadró y lo saludó militarmente y con lágrimas en sus mejillas le pidió perdón.
Habíamos estado ante un héroe que el General Dwight D. Eisenhower le concedió la más alta condecoración, la Silver Star, al valor y actos heroicos relevantes en combate.
La última vez que lo vi fue cuando me retiré del servicio militar, me cuadré; él me dio un fuerte abrazo y un adiós hasta siempre.
Héctor García Rivera